A la revoluci¨®n en borriquito
?xitos y fracasos de El Pozo del t¨ªo Raimundo, el barrio chabolista del 'cura rojo' Llanos que ha pasado de la miseria a la construcci¨®n vertical
Jos¨¦ Ram¨ªrez se cans¨® de trabajar por una peseta lanzada al suelo por un se?orito andaluz. Dej¨® a su mujer y sus tres hijas en Bezenil de las Bodegas (C¨¢diz) y se march¨® a Madrid. Bueno, en realidad lleg¨® a un n¨²cleo de chabolas en terreno agr¨ªcola. El Pozo del T¨ªo Raimundo, el m¨¢s all¨¢ de Puente de Vallecas. Efectivamente, en medio del lodazal hab¨ªa un pozo. Pero nada m¨¢s. Vivi¨® junto a otras 20 personas en una peque?a construcci¨®n levantada en una noche. "Igual que los de las pateras ahora", dice y se acompa?a con una mezcla de resoplidos y peque?as risitas compasivas. Despu¨¦s consigui¨® que le regalaran "un borriquito muy bonito" y, con un carro enganchado al animal, transportaba ladrillos, piedras y baldosas hasta el poblado. Comenzaba la d¨¦cada de los cincuenta. Nac¨ªa un barrio con historia junto a Entrev¨ªas, en Vallecas.
Una pel¨ªcula de Juan Vicente C¨®rdoba retrata 60 a?os del barrio
"Aqu¨ª el que no est¨¢ en el reformatorio anda por la calle", afirma Lorena
Con historia y, desde hoy, con pel¨ªcula. Juan Vicente C¨®rdoba estrena su documental, Flores de luna, casi circular, de las m¨¢s de cinco d¨¦cadas de uno de los barrios m¨¢s simb¨®licos de la capital. Un experimento "revolucionario" en palabras de algunos de sus vecinos m¨¢s activos que al final s¨®lo ha dado un fruto parcial. El aspecto exterior y las condiciones de vida son iguales a los de cualquier barriada de bloques. Pero sus j¨®venes se aburren. "Esto es el desierto", dicen. Alcanzan picos de fracaso escolar superiores al 72% y aseguran que fuera de sus calles familiares no pueden decir que son de El Pozo porque les miran mal.
Ram¨ªrez, octogenario, tiene ahora una empresa de materiales de construcci¨®n con ocho empleados. Trajo consigo a su esposa hace muchos a?os.
Entre medias, tres generaciones han vivido encajonadas en el barrio. Ya no brotan peque?as microviviendas sino que el barrio ha fijado su perfil vertical de bloques de ladrillo rojo. Ya no pasea con su mezcla de intransigencia casi militar y energ¨ªa redentora el padre Jos¨¦ Mar¨ªa Llanos, muerto en 1992 y responsable de que la pobreza de El Pozo se convirtiera en s¨ªmbolo. Su lucha vecinal, en mito.
Parte de sus vecinos, casi una generaci¨®n completa, desapareci¨® por la irrupci¨®n de la hero¨ªna a finales de los a?os setenta. El supermercado de la droga de La Celsa, desmantelado hace cinco a?os, estaba pegado a sus viviendas. Las Barranquillas permanece en uno de sus lindes.
Y los ¨²ltimos, los chicos que ahora son adolescentes, no han conseguido dar el salto cultural que dise?aron sus abuelos. "Aqu¨ª el que no est¨¢ en el reformatorio, est¨¢ en la calle", explica con una arrastrada dicci¨®n Lorena, de 19 a?os. "Antes suspir¨¢bamos por la cultura. Ahora que la hay, la rechazan", suspira uno de los protagonistas del filme de Juan Vicente C¨®rdoba, nacido en 1965 en el vecino Entrev¨ªas y autor de dos largometrajes (Aunque t¨² no lo sepas y A golpes).
La historia de Jos¨¦ Mar¨ªa Llanos, jesuita que antes de hacerse comunista fue confesor de Francisco Franco y activo falangista, gravita a¨²n en torno al barrio. "Vino a cambiar el bario y le cambiamos nosotros", se r¨ªe el siempre risue?o Trif¨®n Ca?amares, hombre de 96 a?os y carn¨¦ del Partido Comunista de Espa?a. Pero no siempre hay buenas palabras reservadas al "cura rojo": "Mi padre dice que dej¨® sin ayudar a muchas personas", dice combativa Lorena junto a una amiga. Pero la huella de su obra en la zona es inmensa. Impulsor de todas las reformas materiales y, de facto, convertido durante d¨¦cadas en una especie de mandam¨¢s de aquel peque?o pueblo de chabolas al que se traslad¨® a vivir.
El pulso vecinal ha perdido intensidad, pero algunas mujeres, como Esperanza Castro, se siguen reuniendo en un local, una especie de tienda sin letrero, para coser prendas para la gente del barrio. Tres m¨¢quinas de tricotar en un extremo de una mesa rectangular llena de telas. "Yo empec¨¦ sirviendo con 12 a?os en una casa de la calle de Narv¨¢ez", explica esta mujer de origen extreme?o y moradora de la barriada desde sus inicios, "hace m¨¢s de 50 a?os", precisa antes de dar a¨²n m¨¢s indicaciones: "En una chabola ah¨ª abajote del t¨®" y se?ala hacia los confines de los actuales bloques. La zona donde algunos j¨®venes se sientan en los z¨®calos de las muy racionalmente dise?adas plazas, avenidas, parques y consumen el d¨ªa "sin hacer nada".
"Antes era todo m¨¢s como un pueblo, era mejor", coinciden varios de los vecinos, casi dando igual su edad. "Har¨¢ como unos 30 a?os que conseguimos que lo hicieran todo nuevo y eso hizo que muchos se sintieran se?oritos", comentan. "Pasaron de Joaqu¨ªn a Don Joaqu¨ªn", sentencia en un momento de la pel¨ªcula el padre de Lorena.
Lorena dej¨® el colegio sin haber terminado el graduado escolar. "Como casi todas mis amigas, todas est¨¢n trabajando o no haciendo nada", sentencia. Ella ahora est¨¢ en la segunda fase. Pero espera que le salga algo. "Yo creo que a los chavales aqu¨ª nadie les ata en corto y les obliga a estudiar", es el diagn¨®stico de esta joven. Entre sus planes m¨¢s inmediatos, est¨¢ asistir a la fiesta de preestreno de Flores de Luna. Sobre su indumentaria para el evento, confirma que ir¨¢ "de vestido y de zapatos".
Entre Jos¨¦ Ram¨ªrez, el hombre que combat¨ªa el lodo, y Lorena hay casi 70 a?os. Un mundo. En casi todo, incluidas sus opiniones sobre la creciente poblaci¨®n inmigrante. "Yo hablo con todos, tambi¨¦n con los gitanos, no cuesta nada hablar y llevarse bien con la gente". "A m¨ª no me gustan, ellos son machistas y ellas est¨¢n siempre haciendo lo que dicen ellos", argumenta Lorena.
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