Bajo la c¨²pula
Yo no s¨¦ si me gusta o no me gusta la c¨¦lebre c¨²pula de Miquel Barcel¨®. Carezco de ese agudo sentido est¨¦tico, cercano a lo adivinatorio, que permite a tantos de mis contempor¨¢neos juzgar una obra de arte en virtud de algunas fotos y del color pol¨ªtico del gobierno que la ha encargado. Incluso me pregunto si entre las tareas de un gobierno, en los tiempos que corren, se cuenta la de elegir a discreci¨®n a un cierto pintor y no a otro, y gastarse en el encargo al menos ocho millones de euros, sin un debate p¨²blico previo. Hablar de dinero es mezquino cuando se trata de un artista de esta categor¨ªa, y de esta cotizaci¨®n internacional, nos dicen. Nos lo dicen personas que s¨ª hablar¨ªan de dinero si el gobierno que ha encargado la obra fuera el del partido al que ellas no votan. En Espa?a, la indignaci¨®n moral es tan previsible como la emoci¨®n est¨¦tica. Sabemos qui¨¦n se va a rasgar las vestiduras porque medio mill¨®n de euros salgan de los fondos de ayuda al desarrollo con la misma certeza con la que sabemos qui¨¦n va a emocionarse con la c¨²pula de Miquel Barcel¨®. La c¨²pula en s¨ª, o la ayuda al desarrollo, no le importa a nadie: si esa misma c¨²pula la hubiera encargado el gobierno del otro partido, los mismos que ahora se quedan embobados ante ella sin haberla visto m¨¢s que en fotos la encontrar¨ªan cuando menos discutible, y las denuncias valerosas contra el despilfarro de un dinero que deber¨ªa haberse empleado en alimentar a los pobres del mundo se multiplicar¨ªan en columnas justicieras.
Yo no s¨¦ si el trabajo de Barcel¨® vale los seis millones de euros que seg¨²n dicen ha cobrado por el encargo. Todo necio, ya sabemos, confunde valor y precio, y los precios del arte est¨¢n tan sometidos a la especulaci¨®n como la vivienda. En las subastas de este oto?o en Nueva York, cuadros que el a?o pasado se habr¨ªan vendido por decenas de millones de d¨®lares no han encontrado comprador o han ca¨ªdo a la mitad de su precio. Aqu¨ª no reparamos en gastos. Ni de dinero ni de palabras. Por lo pronto, y en el espacio de unos d¨ªas, la c¨²pula de Barcel¨® ya se ha convertido en la Capilla Sixtina del siglo XXI, y est¨¢ a la altura de la capilla de Mark Rothko en Houston o de las cuevas de Altamira, seg¨²n las fuentes. En mayo del a?o pasado, en Sotheby's de Nueva York, se pagaron obscenamente 72,8 millones de d¨®lares por un cuadro de Rothko en cuyo t¨ªtulo hab¨ªa ya una delicadeza prometedora de haiku: White Center (Yellow, Pink, and Lavender on Rose). Si un Rothko, con sus rosas y lavandas desle¨ªdos, costaba esa cantidad demencial hace a?o y medio, ?qui¨¦n va a quejarse del precio de un Barcel¨® de m¨¢s de mil metros cuadrados en el que se han empleado treinta y cinco mil kilos de pintura?
Siendo dinero p¨²blico, y dinero p¨²blico de un pa¨ªs de tan endeble presencia internacional como Espa?a, las comparaciones resultan algo menos estratosf¨¦ricas. Ocho millones de euros es m¨¢s de la mitad del presupuesto que tendr¨¢ el a?o que viene la Seacex, que es la agencia estatal dedicada a organizar exposiciones de arte espa?ol en el extranjero; ¨¦sa es la misma cantidad que dispondr¨¢n en 2009 para sus programas culturales la totalidad de los 72 centros del Instituto Cervantes; y no quiero pensar en las asignaciones literalmente miserables que manejan las embajadas y consulados espa?oles en las grandes capitales del mundo, y que para lo m¨¢s que dan es para alquilar una peque?a sala de conciertos o para contribuir con unos cientos de d¨®lares al programa de una exposici¨®n. Algunas veces se oye la opini¨®n triunfalista de que la presencia cultural francesa en el mundo est¨¢ en declive, porque el franc¨¦s tiene mucho menos empuje que el espa?ol, como si el azar demogr¨¢fico del n¨²mero de hablantes de nuestro idioma tuviera algo que ver con la visibilidad internacional de Espa?a. Pero basta comparar, en cualquier capital de Europa o de Am¨¦rica, el porte de los centros educativos y culturales franceses con el de los espa?oles para despertar a la realidad y hacerse una idea inmediata de la triste posici¨®n que ocupamos, acerca de la cual se aprende tambi¨¦n algo si se compara el n¨²mero de diplom¨¢ticos espa?oles con el que disponen no ya Francia o Alemania o el Reino Unido, sino pa¨ªses como Holanda o Dinamarca.
Por encima de sus triviales diferencias, tan entretenidas al parecer para los periodistas, la casta pol¨ªtica espa?ola tiene un gusto com¨²n por el mangoneo clientelar y las exhibiciones suntuarias. Durante los a?os pr¨®speros han despilfarrado la riqueza que hubiera debido invertirse en dar un fundamento s¨®lido de instrucci¨®n p¨²blica, justicia social y dinamismo econ¨®mico al pa¨ªs, pero ahora que vienen tiempos de quebranto, ellos siguen tirando el dinero en sus caprichos megal¨®manos y en sus redes corruptas de control e influencia como si la crisis no existiera y como si la ciudadan¨ªa no fuera a pedirles cuentas nunca. Pero la ciudadan¨ªa parece haberse contagiado de la intransigencia de unos y otros, o de los Hunos y los Otros, como dec¨ªa el pobre Unamuno al final de su vida, y el espacio para la libertad de conciencia y para el soberano criterio personal se va volviendo cada vez m¨¢s estrecho: si yo pongo en duda la conveniencia de gastar ocho millones de euros en una c¨²pula para que se hagan fotos debajo de ella un cierto n¨²mero de autoridades, me habr¨¦ vuelto instant¨¢neamente de derechas; y si en lugar de eso me declaro en ¨¦xtasis ante las estalactitas de colores chillones de Miquel Barcel¨®, eso significar¨¢, ante los Hunos y los Otros, que estoy a favor de la alianza de civilizaciones, de la igualdad de g¨¦nero, de las energ¨ªas renovables, del cine espa?ol, que me indignan los chanchullos inmobiliarios de los ayuntamientos del PP, pero no llego a enterarme de los que cometen los ayuntamientos socialistas...
No me da la gana. No quiero que mi pensamiento me lo est¨¦n dictando a cada paso los vigilantes voluntarios de un sectarismo pol¨ªtico del que ya no est¨¢n a salvo ni las opciones m¨¢s personales de la vida. No acepto el dictamen casi amenazante del titular de este mismo peri¨®dico: "El arte de Barcel¨® acalla las cr¨ªticas". El arte no est¨¢ para acallar las cr¨ªticas sino para alentarlas. Llevo muchos a?os observando con mucha atenci¨®n el trabajo de Miquel Barcel¨®, y muchas veces me ha entusiasmado, y otras, sobre todo en los ¨²ltimos tiempos, me ha parecido mucho m¨¢s inventivo en las acuarelas y en los dibujos que en las obras de gran formato, en las que he intuido un cierto agotamiento de la inspiraci¨®n, atemperado por el oficio. El mismo derecho tengo a que me guste esa c¨²pula como a que no me guste, y tambi¨¦n a poner por encima del juicio est¨¦tico una convicci¨®n pol¨ªtica. Seguro que hab¨ªa cosas m¨¢s urgentes en las que gastar todo ese dinero. En cuanto a las comparaciones con la Capilla Sixtina, quiz¨¢s ser¨ªa prudente esperar uno o dos siglos.
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