Belceb¨²
El otro d¨ªa vi Il divo, la pel¨ªcula de Paolo Sorrentino dedicada, como reza el subt¨ªtulo, a la "vida espectacular de Giulio Andreotti". No s¨¦ qu¨¦ acogida tendr¨¢ aqu¨ª, cuando se estrene, pues a pesar de los paralelismos que frecuentemente se establecen entre Espa?a e Italia, la mirada de ambos pa¨ªses sobre sus respectivos pasados es muy diferente. A m¨ª la pel¨ªcula me gust¨®, dotada de una fuerte personalidad est¨¦tica que en algunos momentos me recordaba a Fellini e incluso a Bu?uel. Con un lenguaje muy distinto al de la tambi¨¦n reciente Gomorra, de Matteo Garrone, ambas tienen en com¨²n la valent¨ªa y la recuperaci¨®n del buen cine pol¨ªtico italiano.
En Il divo el protagonista absoluto es Andreotti, un personaje al que sigo con mucha atenci¨®n desde que viv¨ª en Roma por los a?os en que asesinaron al otro gran protagonista de la pel¨ªcula, casi invisible ¨¦ste, Aldo Moro. La reciente historia italiana est¨¢ marcada por asesinatos dif¨ªciles de olvidar y que siguen marcando la aparentemente tragic¨®mica vida pol¨ªtica de la era Berlusconi: la oscura muerte de Pasolini; los atentados mafiosos contra el general Della Chiesa y el juez Falcone; el suicidio de Calvi, el banquero de Dios, en un puente del T¨¢mesis, y por encima de todos, la ejecuci¨®n del primer ministro Aldo Moro por parte de las Brigadas Rojas tras un angustioso secuestro de varias semanas, un asesinato que cambi¨® el rumbo de la pol¨ªtica italiana.
La suprema y turbadora ambig¨¹edad que de s¨ª mismo ha creado Andreotti se refleja como nunca en la pel¨ªcula 'Il divo'
Ninguna de esas muertes -ni siquiera, en su momento, la de Pasolini- pareci¨® ajena a Andreotti. El siete veces jefe del Gobierno italiano fue acusado, por sus complicidades con la Mafia, de estar detr¨¢s de los homicidios cometidos contra Falcone y Della Chiesa, y tambi¨¦n, por sus connivencias con la Santa Sede, a la que quiso encubrir, fue se?alado como instigador del suicidio del banquero Roberto Calvi, un suicidio con todas las trazas de ser involuntario. Sin salir de la Ciudad del Vaticano, y apuntando a lo m¨¢s alto, no falt¨® quien lo colocara en la senda del supuesto asesinato del papa Juan Pablo I, como de manera el¨ªptica, aunque suficientemente expl¨ªcita, se encarg¨® de mostrar Coppola en uno de los episodios de El padrino.
Para muchos estas y otras sangres italianas cayeron sobre la cabeza de Andreotti en las tres ¨²ltimas d¨¦cadas del siglo XX. Sin embargo, por ninguna de ellas sufri¨® m¨¢s reproches que por la sangre de Aldo Moro, su compa?ero en el partido democristiano y su rival ideol¨®gico dentro de esta formaci¨®n. Los asesinos, claro est¨¢, fueron los brigadistas rojos, que llegaron as¨ª al cap¨ªtulo final de su delirio revolucionario, pero a Andreotti se le reprob¨® desde el principio por no poner los medios que ten¨ªa a su alcance al servicio de una negociaci¨®n que hubiera podido salvar la vida del secuestrado. Los mismos familiares de Aldo Moro nunca perdonaron su actitud pese a que, a?os despu¨¦s, s¨ª perdonar¨ªan a los ejecutores materiales del magnicidio que hab¨ªan mostrado arrepentimiento.
Para una buena parte de los italianos, Andreotti siempre estuvo, por tanto, en el tenebroso centro del hurac¨¢n. De ah¨ª que los peri¨®dicos, sobre todo los contrarios, naturalmente, le dedicaran significativos apodos: El Papa Negro, El Maligno, Belceb¨² y una larga lista de nombres m¨¢s inquietantes que peyorativos. No obstante, Andreotti tambi¨¦n recib¨ªa otros apelativos menos duros, como El Astuto, o directamente cari?osos, como El Divino Giulio. Gozaba y goza de tantos apelativos distintos que, incluso en la actualidad, cuando alguien cita su sentencia m¨¢s famosa -"el poder corrompe especialmente a quien no lo tiene"-, siempre se hace dif¨ªcil averiguar si la referencia se apoya en la condena o en la admiraci¨®n.
Esta suprema y turbadora ambig¨¹edad del personaje creado por Andreotti para s¨ª mismo, y refrendado por los dem¨¢s, es puesta de manifiesto agudamente por Paolo Sorrentino en Il divo. Podr¨ªa casi asegurarse que el personaje Andreotti, con las manos espectralmente manchadas de sangre, adquiere perfiles shakespearianos si no fuera porque, neg¨¢ndose a desenmascararse, mantiene hasta el final la terca rigidez de una conciencia que ha permanecido inmutable a lo largo de 90 a?os de vida y 70 de poder.
Esfinge terminal, Andreotti, entre procesos y m¨¢s procesos, y entre dudosas absoluciones, se niega a revelar siquiera una parte de su enigma y se limita a repetir machaconamente que ¨¦l no cree en el destino, sino en "la voluntad de Dios". Una suerte de mantra con el que ha tratado de hechizar a la sociedad italiana con resultados no del todo desfavorables: pese a todos los indicios y acusaciones, pese a las confesiones de mafiosos arrepentidos, pese a los m¨²ltiples juicios, El Divino Giulio se ha escabullido siempre.
Belceb¨² es senador vitalicio. Como corresponde.
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