Sobre la inocencia
A cuenta de las responsabilidades exigidas o exigibles por cr¨ªmenes cometidos durante la Guerra Civil, no est¨¢ de m¨¢s que se analicen en serio los comportamientos de los distintos actores que participaron en acciones de car¨¢cter genocida, que las hubo en todas las direcciones. Hay un amplio consenso entre los historiadores serios sobre el car¨¢cter esencialmente exterminador del movimiento rebelde. No s¨®lo Franco, sino Queipo, Mola y bastantes militares y civiles m¨¢s, coincidieron en dar a su actuaci¨®n un decidido impulso asesino que fue bendecido por la Iglesia. El nacional catolicismo dio pie a la buena conciencia de aquellos asesinos sistem¨¢ticos. Tambi¨¦n es f¨¢cil coincidir en que no admite discusi¨®n la responsabilidad -investigada, pero tambi¨¦n reconocida por muchos de sus protagonistas- de la Internacional Comunista en las decisiones que condujeron, por ejemplo, a la matanza de Paracuellos. Unas decisiones que fueron acompa?adas por la colaboraci¨®n personal y material necesaria de miembros de la direcci¨®n del PCE. Paracuellos, pero tambi¨¦n Andreu Nin y otros numerosos casos.
La Rep¨²blica era un r¨¦gimen democr¨¢tico entre cuyos apoyos hab¨ªa muchos asesinos
Sin embargo, permanece en el aire una opini¨®n generalizada que atribuye inocencia en torno a las posiciones de otros grupos pol¨ªticos que, a lo m¨¢s, cargan con la culpa de haber practicado una violencia ciega, espont¨¢nea y de respuesta, pero nunca de haber desarrollado esa violencia de forma cient¨ªfica y genocida. Dirigentes anarquistas y del POUM son, por lo general, los beneficiarios de esa ben¨¦vola opini¨®n generalizada.
Antonio Elorza es uno de los historiadores serios que adopta esta actitud compasiva, tanto hacia los comunistas espa?oles como hacia los anarquistas.
Sin embargo, los hechos parecen ir por otro lado. Basta leer la prensa de la ¨¦poca para comprobar que desde Solidaridad Obrera o La Batalla se hac¨ªan llamamientos directos al exterminio de religiosos o de burgueses. Hay incluso testimonios que avalan que la FAI, la rama pistolera del anarquismo, ten¨ªa en Barcelona un plan sistem¨¢tico de eliminaci¨®n de personas antes de que se produjera la sublevaci¨®n del 18 de julio de 1936.
El caso extremo es el de Paracuellos. Porque si bien parece ser incontestable que la iniciativa parti¨® de un agente de la Internacional Comunista como Vitorio Codovila, uno de los creadores del V Regimiento, la decisi¨®n se concret¨® por un acuerdo entre las c¨²pulas del Movimiento Libertario y las Juventudes Socialistas Unificadas en la Junta de Defensa de Madrid. Las sacas de noviembre y diciembre fueron ejecutadas por orden de Amor Nu?o, un joven anarquista presente en la Junta y alguien no identificado de las JSU, organizaci¨®n ya de obediencia comunista, que s¨®lo pod¨ªa ser Santiago Carrillo o su segundo, Jos¨¦ Cazorla. A Segundo Serrano Poncela le toc¨® obedecer y poner en marcha la matanza. Esta responsabilidad est¨¢ comprobada en el acta de la reuni¨®n del Movimiento Libertario de Madrid celebrada el 8 de noviembre, que tuve la fortuna de encontrar en los archivos anarquistas hace tres a?os.
Pero hay m¨¢s: Melchor Rodr¨ªguez, el ¨¢ngel de las prisiones, estuvo presente en esa reuni¨®n, y no figura su opini¨®n al respecto. Lo que s¨ª sabemos es que fue destituido oportunamente por su jefe, Juan Garc¨ªa Oliver, ministro de Justicia del Gobierno de Largo Caballero, seguramente porque no mostrar¨ªa su acuerdo con las matanzas proyectadas. Rodr¨ªguez fue repuesto en su cargo el d¨ªa 6 de diciembre, cuando las sacas se terminaron. Garc¨ªa Oliver estuvo, por tanto, informado de que se iba a proceder a la matanza, aunque en sus memorias, repletas de fantas¨ªas y tard¨ªas justificaciones, intentara echar toda la responsabilidad sobre dirigentes como Margarita Nelken.
No hay ning¨²n indicio serio, por el contrario, que avale que ni el Gobierno de la Rep¨²blica ni la Junta de Defensa de Madrid conocieran esa voluntad de exterminio puesta en pr¨¢ctica por los comunistas y anarquistas madrile?os. Como no hay nada que implique a Companys u otros dirigentes de Esquerra Republicana en las sistem¨¢ticas matanzas de curas, carlistas o militantes de la Lliga de Camb¨®, realizadas por la FAI y el POUM. Hubo voluntad y planificaci¨®n, pero no del Estado republicano, sino de las direcciones de grupos pol¨ªticos que lo apoyaban. Comunistas del PCE y del POUM, anarquistas de la FAI y, es posible, alguna fracci¨®n de los divididos socialistas, que fueron los actores del asalto a la c¨¢rcel Modelo en agosto de 1936.
Esa distinci¨®n es importante. Y justifica que se pueda decir que la Rep¨²blica era un r¨¦gimen democr¨¢tico entre cuyos apoyos hab¨ªa muchos asesinos. El movimiento salvador de la patria que encabezaba Franco, se puede definir como un sistema criminal al que tambi¨¦n apoyaban personas decentes.
La Rep¨²blica, logr¨® reimplantar un r¨¦gimen legal de garant¨ªas, como evidenci¨® el juicio contra los militantes del POUM en 1938. Aunque nadie se atrevi¨® a investigar en serio los asesinatos de Andreu Nin o Jos¨¦ Robles, porque eso pod¨ªa comprometer las relaciones con la Uni¨®n Sovi¨¦tica de Stalin, ¨²nico pa¨ªs que le suministraba armas.
Mientras, el Estado franquista no hizo sino legalizar el asesinato mediante el uso de los tribunales militares y los juicios sumarios.
Una diferencia b¨¢sica que no nos puede llevar a repartir certificados vanos de inocencia. Lo que importa es la verdad.
Jorge M. Reverte es escritor.
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