Gente con memoria
Paqui com¨ªa ese d¨ªa en la casa de su madre, Manuela. Ten¨ªan la tele encendida. De repente aparece Emilio Silva. Al ver al fundador de la Asociaci¨®n para la Recuperaci¨®n de la Memoria Hist¨®rica, Paqui se acord¨® de que ten¨ªa que decirle algo a su madre:
-Este verano nos vamos Gracia y yo a desenterrar muertos del franquismo.
Manuela respondi¨®:
-?Por qu¨¦ no busc¨¢is tu hermana y t¨² el cad¨¢ver de mi abuelo?
Paqui se qued¨® de piedra. ?Qu¨¦ abuelo, qu¨¦ cad¨¢ver? Manuela explic¨® a su hija lo que hasta entonces hab¨ªa sido cuidadosamente silenciado: su abuelo, Juan Rodr¨ªguez Tirado, fue fusilado en su pueblo, Carmona, pocos meses despu¨¦s del inicio de la Guerra Civil. No fue el ¨²nico familiar represaliado. A uno de sus hijos, Pascual, le aplicaron la ley de fugas y le metieron siete tiros por la espalda en La Carolina. Otros dos hijos, Enrique y Juan, fueron encarcelados tras la guerra. La casa familiar de Carmona les fue incautada.
"Ya no soy creyente. No puedo serlo de esta Iglesia- instituci¨®n"
"El crimen franquista persiste. Alguien deber¨ªa sentarse en el banquillo"
Juan, ¨²nico superviviente con 87 a?os, y Manuela han actuado como "donantes de memoria". Gracias a ellos, Paqui ha reconstruido la tr¨¢gica historia familiar. Una familia curiosa. Muy humilde y muy peleona.
Natural de Carmona, los Maqueda emigraron del campo a la ciudad acuciados por la necesidad. Era 1970. Paqui ten¨ªa seis a?os. El padre faenaba en el campo. Le sali¨® un trabajo en Tussam, la empresa de transporte p¨²blico sevillana. Les concedieron una vivienda protegida en el Pol¨ªgono Sur, donde surg¨ªan barriadas para acoger a los desahuciados de las chabolas que salpicaban el centro de la capital. Paqui, sus padres y tres hermanos -luego llegar¨ªa el quinto hijo- recalaron en Las Letan¨ªas, al lado de Las Tres Mil Viviendas.
-Fue un choque muy grande. Dej¨¢bamos atr¨¢s la casa con patio de Carmona, las paredes blancas, las puertas abiertas, la familia, los vecinos.
A los seis a?os, Paqui se encuentra perdida en un barrio de aluvi¨®n del extrarradio de Sevilla. Sin colegios, sin servicios. El ¨²nico foco de luz era la parroquia de San P¨ªo X. Los curas que la dirigen entroncan con la Iglesia de los Pobres. Los chavales se suman a las Juventudes Obreras Cat¨®licas (JOC).
-Aquel movimiento fue la semilla que hizo crecer en m¨ª la conciencia social de lucha. Nos dio las herramientas para concienciarnos sobre la realidad del barrio.
Unas herramientas que le iban a servir para construir su futuro: trabajadora social. Hacinados en un piso de 70 metros, los cinco hijos de la familia Maqueda lograron terminar estudios universitarios. Con becas y "limpiando casas", recuerda Paqui. A los 22 a?os, ten¨ªa el diploma en la mano. Otros colegas del barrio no tuvieron la misma suerte, recuerda con tristeza: algunos murieron por la droga o el sida.
Paqui no huy¨® del barrio. Se cas¨® con un joven maestro y se instalaron en un piso de Las Tres Mil Viviendas que les cost¨® 4.800 euros. Los dos trabajaban en la barriada. Un a?o despu¨¦s, el Ayuntamiento buscaba trabajadores sociales y Paqui fue contratada.
Curiosamente, es en el centro de trabajo donde observa una mayor diferencia con sus compa?eros, algo que no hab¨ªa sentido en la universidad. "La gente priorizaba otras cosas: ahorrar para casarse, comprar una buena casa, un buen coche, pedir un aumento de sueldo. A m¨ª todo aquello me ven¨ªa muy grande".
Le parec¨ªa grande hasta el sueldo: pas¨® de ganar 60.000 pesetas en Las Tres Mil a 150.000 en el Ayuntamiento (de 360 a 900 euros). El primer destino como trabajadora social es el asentamiento chabolista de San Diego. Tiene 23 a?os, mide 1,54 metros y pesa 44 kilos. En su cara de ni?a destacan como dos aguamarinas sus intensos ojos azules, herencia de la familia. Le han dado una carpeta con un listado de las chabolas y una orden: actualiza el censo. ?Sinti¨® miedo?
-No, miedo no. ?Yo ven¨ªa de Las Tres Mil! Era temor a lo desconocido. No sab¨ªa qu¨¦ me iba a encontrar.
Se encontr¨® 30 familias. Unas 200 personas. Casi todas del tronco de los Fern¨¢ndez. "Gente muy fiel a su cultura, muy trabajadora, que se levantaba al alba y se iba a vender ropa y fruta por los mercadillos". La recibieron bien. Ella se volc¨®: escolariz¨® a los ni?os, los vacun¨®, arregl¨® la cartilla m¨¦dica de los mayores, las pensiones no contributivas de los ancianos. Total: siete a?os en tres asentamientos distintos, San Diego, El Vacie y Los Perdigones. Tres joyas de la marginaci¨®n y el desamparo.
Ella pudo haber elegido otros destinos, pues sac¨® el n¨²mero 1 en las oposiciones convocadas por el Ayuntamiento. Pero se hab¨ªa enamorado de su trabajo. Hoy, cuando la reconocen en alg¨²n mercadillo: "Me agarran y me tiran por los aires. Son muy cari?osos". La invitan a sus bodas, a sus bautizos.
De los barrios chabolistas pas¨® a ocuparse de las prostitutas de la Alameda. Otro submundo de marginaci¨®n en el que trabaj¨® durante cuatro a?os. "Un ambiente dif¨ªcil, de viejas prostitutas y j¨®venes drogadictas, que tienen muy dif¨ªcil salida. Porque lo ¨²nico que les queda es fregar suelos".
De la Alameda, a una Unidad de Trabajos Sociales en Los Bermejales, otra barriada que se quit¨® de encima a los chabolistas a golpe de tal¨®n. All¨ª se enfrenta al drama de los mayores dependientes y de los familiares que los cuidan.
En este duro recorrido por la vida, ha perdido la fe. "Ya no soy creyente. No puedo serlo de esta Iglesia-instituci¨®n". Se mueve por una raz¨®n m¨¢s profunda que la propia religi¨®n. Una causa que le empuja a no malgastar sus vacaciones. Las utiliza para viajar a pa¨ªses centroamericanos. Lleva libros y juguetes a ni?os que est¨¢n a¨²n m¨¢s desvalidos que los que pueblan las barriadas marginales sevillanas.
Y por si fuera poco, se busc¨® otra nueva ocupaci¨®n: desenterrar cad¨¢veres arrojados a fosas y cunetas por los asesinos franquistas. En Lerma, en Zalamea la Real, en Puebla de Cazalla.
A la ca¨ªda de la tarde, tiene un rato de relax viendo jugar al f¨²tbol a su hijo Julio, de nueve a?os. Aunque cuando llega a casa no enciende la tele-tonta. Toma un libro en sus manos y lee. Por ejemplo, La Guerra Civil espa?ola, de Antony Beevor.
"Murieron por la libertad"
Unos versos del poema de Alberti El tiro por la culata resumen el drama que se esconde bajo tierra en la fosa com¨²n del cementerio San Fernando de Sevilla: "Mucho, mucho ha ca¨ªdo / ?Cu¨¢ntos y cu¨¢ntos buenos camaradas!".
S¨ª. Han ca¨ªdo muchos. Y al menos 4.000 est¨¢n sepultados en varias fosas comunes del cementerio sevillano. De ellos, 890 est¨¢n perfectamente documentados. Paqui Maqueda, vicepresidenta de la Asociaci¨®n Andaluza Memoria Hist¨®rica y Justicia, reclama al Ayuntamiento que cumpla lo prometido: que inscriba junto a los versos del poeta gaditano los nombres de esos 890 fusilados.
-No tienen voluntad pol¨ªtica, porque eso no cuesta dinero. En cambio, para una hija, ver el nombre de su padre con una leyenda al lado que diga: Murieron por la libertad, no fue un delincuente, es algo muy importante.
En esa lucha est¨¢ empe?ada ahora Paqui Maqueda. La asociaci¨®n que vicepreside y fund¨® se extiende por tres provincias, Sevilla, C¨¢diz y Huelva. Tienen localizadas 403 fosas comunes en las que reposan 21.500 v¨ªctimas. Piensa que el juez Garz¨®n deber¨ªa haber seguido adelante con el sumario abierto para juzgar al franquismo. "El crimen persiste; alguien deber¨ªa haberse sentado en el banquillo, pues hay gente que todav¨ªa vive".
La Ley de la Memoria Hist¨®rica tiene dos fallos, en opini¨®n de Paqui: "No anula los juicios del franquismo y deja en manos de las asociaciones los desenterramientos. Es el ¨²nico pa¨ªs del mundo en el que el Estado subcontrata a los familiares para que saquen los restos de las v¨ªctimas".
El cardenal Rouco dice que hay que olvidar. "?Claro, porque le conviene!". Pero no parece que los cientos de personas que en toda Andaluc¨ªa colaboran con las asociaciones de la memoria hist¨®rica est¨¦n dispuestos a olvidar a los suyos. Ellos creen, como Alberti, que "nada in¨²tilmente se ha perdido".
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