Sin dinero y sin futuro
Miles de inmigrantes vagan por Ja¨¦n en busca de alguien que los contrate para la aceituna. Los espa?oles en paro copan las cuadrillas y muchos extranjeros no tienen faena ni ad¨®nde ir
Nunca un partido de la liga de f¨²tbol sala de ?beda hab¨ªa tenido tanto p¨²blico. Cientos de africanos pueblan las gradas del polideportivo. Pero no est¨¢n ah¨ª por el espect¨¢culo. Esperan a que termine el encuentro para ducharse en los vestuarios y acomodarse para pasar la noche. Es la sexta que algunos duermen all¨ª. Aguardan a que alg¨²n "jefe", como llaman a los capataces de los olivares, les contrate para la temporada de la aceituna, que ha empezado esta semana. Con las mismas escasas perspectivas de trabajo hay en Ja¨¦n m¨¢s de 2.000 inmigrantes. La mayor¨ªa se tendr¨¢ que ir de la provincia con las manos vac¨ªas de olivas y de dinero.
El porqu¨¦ se puede encontrar muy cerca de este polideportivo. Est¨¢ escrito a bol¨ªgrafo en un folio pegado en la puerta de un bar, a unos cien metros: "Dos espa?oles muy responsables se ofrecen para la recogida de la aceituna". Los nacionales han vuelto a un trabajo al que hab¨ªan renunciado hace a?os. Los parados, mayoritariamente de la construcci¨®n, formar¨¢n esta temporada muchas de las cuadrillas que hasta finales de enero recoger¨¢n el fruto de m¨¢s de 60 millones de olivos en la provincia.
"Los due?os de los olivos conocen a gente del pueblo que est¨¢ en paro y los cogen antes que a los de fuera"
Normalmente, C¨¢ritas repart¨ªa en ?beda unas 200 comidas diarias. Este a?o ha llegado a m¨¢s de 700
Cada d¨ªa a las siete, una fila de inmigrantes se dirige a la estaci¨®n de autobuses en busca de alguien que los contrate
"En los ¨²ltimos 10 meses he trabajado tres semanas. Llevo 10 a?os en Espa?a y nunca hab¨ªa estado tan mal"
La escena del polideportivo sucede al final de la tarde del domingo pasado, tras un d¨ªa que amaneci¨® nevado en ?beda, un pueblo jienense de 34.347 habitantes. Los inmigrantes han vuelto al pabell¨®n tras echar varias horas que no han servido para nada en la estaci¨®n de autobuses, el tradicional punto de encuentro entre capataces y jornaleros, y de recibir la comida diaria que C¨¢ritas reparte en el comedor.
Martin, un camerun¨¦s simp¨¢tico y risue?o de 27 a?os que ha llegado ese mismo d¨ªa, est¨¢ todav¨ªa desilusionado por encontrarse a cientos de "morenos" que no consiguen empleo en el campo. Viene de M¨¢laga, donde ha trabajado en la obra, que ya no da m¨¢s de s¨ª. A ratos, atiende al partido de f¨²tbol y, a pesar de la decepci¨®n, no pierde la sonrisa. Mientras el bal¨®n rueda por la cancha, algunos musulmanes rezan; unos cuantos inmigrantes van improvisando una cola para ducharse en los vestuarios cuando los equipos terminen; quienes se han hecho con los pocos colchones que hay los ocupan para dejar claro que esa noche son suyos; los que no los tienen buscan cartones para no dormir sobre un suelo que est¨¢ helado. "Cada uno va a lo suyo", dice Martin antes de soltar una carcajada.
Este camerun¨¦s ha acudido directo al polideportivo a instancias de un compatriota que se encontr¨® en la estaci¨®n de autobuses. No sab¨ªa que existen unos albergues abarrotados en los que puede ponerse en lista de espera para pasar un m¨¢ximo de cinco d¨ªas. Ni que puede recibir una comida a las seis de la tarde en el comedor de C¨¢ritas. Llega con Ben, quien dice ser el ¨²nico congole?o del pabell¨®n: "Aunque todos seamos negros, tenemos culturas muy distintas. Los de Mal¨ª y los de Senegal, que son mayor¨ªa aqu¨ª, hacen mucha pi?a. Tienen el mismo idioma y religi¨®n [musulmana]. Yo estoy bastante solo, pero me llevo mejor con los cameruneses, que son cristianos como yo. Nos entendemos, tenemos costumbres parecidas".
Mientras siguen el f¨²tbol, Ben, de 31 a?os, cuenta que fue profesional en un equipo angole?o "con mucho dinero". "Ten¨ªa incluso un avi¨®n privado", asegura. Una lesi¨®n de rodilla a los 22 a?os le apart¨® del deporte y, con el tiempo, le oblig¨® a dejar en el Congo a su mujer y a su hijo para buscarse la vida en Espa?a. Ha trabajado en el campo, la construcci¨®n, grandes almacenes, f¨¢bricas... Lleva cuatro a?os sin ver a su familia. S¨®lo habla con ellos por tel¨¦fono cuando tiene dinero para el locutorio.
Todo esto sucede al tiempo que siguen llegando inmigrantes a ?beda procedentes de todos los puntos de Espa?a tras finalizar su labor en la construcci¨®n o en otras campa?as agr¨ªcolas del Levante. No tienen ni idea de que all¨ª no hay trabajo para ellos. Seguramente no oyeron en la radio una campa?a de la Junta de Andaluc¨ªa que advierte desde hace semanas de que no hay plazas libres en la recolecci¨®n de aceituna.
Uno de los que llegan es Said, un marroqu¨ª de 35 a?os que lleva 18 en Espa?a. Est¨¢ sucio, con la camisa llena de manchas, la barba crecida y un gorro viejo. "?Hay duchas? ?Menos mal!". Viene de pasar una semana en la capital de Ja¨¦n buscando trabajo y durmiendo en la estaci¨®n de autobuses. Tras siete d¨ªas sin encontrar nada se fue a ?beda, que se ha convertido en el mayor lugar de concentraci¨®n de aspirantes a temporeros. Said no est¨¢ acostumbrado a esas penurias: "Yo he vivido de puta madre. Mi mujer es espa?ola, tenemos una casa y todo iba bien hasta hace unos meses". Hasta que le echaron de un supermercado donde trabajaba como reponedor. Aunque su esposa mantiene su trabajo, ¨¦l es "el hombre de la casa" y quiere seguir "llevando dinero". Tendr¨¢ que aguantar con la mugre un d¨ªa m¨¢s. Cuando termina el partido de f¨²tbol y llega su turno de ducha, se ha terminado el agua caliente. Con temperaturas bajo cero, "es una locura" limpiarse con fr¨ªa.
Tras el partido, un bal¨®n ha quedado suelto en la pista. Un par de mal¨ªes comienzan a pasarse la pelota. Llegan dos m¨¢s. Bajan a la cancha tres marroqu¨ªes. En cinco minutos se ha organizado un partido de f¨²tbol: Mal¨ª contra Marruecos. Se forman varios equipos que tambi¨¦n quieren jugar y esperan su turno en la banda. Los voluntarios de Protecci¨®n Civil que est¨¢n en el pabell¨®n para atender a los inmigrantes median para organizar un rey de pista: quien marca gana y juega contra el siguiente equipo. La grada ahora s¨ª presta atenci¨®n al f¨²tbol. Cantan los goles, gritan, aplauden. La selecci¨®n de Mal¨ª gana seis partidos seguidos. Mientras un jugador alto y fuerte se hartaba de marcar goles, Roberto Mu?iz, jefe de Protecci¨®n Civil, y el conserje del polideportivo estaban buscando como locos seis medallas y un trofeo para entregarlos a los ganadores tras la competici¨®n ante el j¨²bilo de la grada. Durante una hora se han olvidado del fr¨ªo, la nieve, el granizo, la lluvia, la falta de trabajo, de dinero y de una casa adonde ir si ning¨²n jefe les coge para la aceituna.
Son las 22.45. Desde que el pabell¨®n de ?beda abri¨® para dar cobijo a los inmigrantes, el 25 de noviembre, sobre esa hora se reparte un caldo caliente antes de dormir. Pero hoy un coro rociero ha llevado bocadillos, dulces y chocolate. Se forma una gran cola entre cuyos miembros reparten m¨¢s de 300 raciones. C¨¢ritas, que tiene mucha experiencia con los inmigrantes, les pone siempre pescado en conserva para evitar los problemas con la dieta de los musulmanes. Pero los del coro, que destinan lo que ganan cantando a acciones ben¨¦ficas como ¨¦sta, han rellenado con embutido de cerdo algunos bocadillos. Muchos recelan, pero se soluciona pronto. Quienes no tienen problema con la carne cambian los s¨¢ndwiches por los pasteles incluidos en cada raci¨®n.
Dentro de lo malo, quienes est¨¢n en ?beda no se llevan la peor parte. Reciben comida un par de veces al d¨ªa y fueron los primeros en tener un pabell¨®n bajo el que resguardarse. En Villacarrillo, un pueblo apenas a 30 kil¨®metros, C¨¢ritas reparte una bolsa con v¨ªveres en la puerta de la iglesia tres veces por semana: lunes, mi¨¦rcoles y viernes. "No hay dinero para m¨¢s", dice uno de los coordinadores. Quienes no tienen plaza en el albergue del pueblo, donde tambi¨¦n hay tres comidas, pero al d¨ªa, se ponen en cola sobre las doce, una hora antes de que abran las puertas de la iglesia. Hay empujones y tensi¨®n, pero tambi¨¦n raciones para todos. Quienes no tengan m¨¢s medios deben aguantar durante dos d¨ªas con un litro de leche, una pieza de fruta, una barra de pan y dos latas de at¨²n o sardinas. All¨ª el pabell¨®n se abri¨® hace menos de una semana. Ellos agradecen la ayuda, pero tambi¨¦n les parece insuficiente. "Hay mucha miseria. El otro d¨ªa, una mujer me ech¨® del soportal donde dorm¨ªa. No queremos molestar, pero tienen que entendernos", dice Lazteg, argelino de 21 a?os. Hasta la apertura del polideportivo, los inmigrantes dorm¨ªan en la estaci¨®n de autobuses -que est¨¢ pr¨¢cticamente al raso, s¨®lo cubierta por un tejado de chapa-, en los cub¨ªculos de los cajeros autom¨¢ticos o en la calle, donde cada madrugada los term¨®metros marcan menos de cero grados. Quiz¨¢ por eso, durante la semana pasada siguieron llegando inmigrantes a ?beda, donde la situaci¨®n es menos penosa. Viajan por la provincia gracias a los billetes gratuitos que reparten los Ayuntamientos. Se quitan el problema del pueblo y lo llevan a otro.
Todos est¨¢n desbordados. Se han unido tres factores: los empresarios no contratan a sin papeles porque los controles son cada vez m¨¢s exhaustivos, el paro ha llevado a Ja¨¦n a m¨¢s inmigrantes que ning¨²n otro a?o, y la crisis ha devuelto a muchos espa?oles al campo. "Los due?os de los olivos siempre conocen a alguien del pueblo que est¨¢ parado y lo cogen antes que a otro de fuera", explica Juan Carlos L¨®pez, uno de los voluntarios de Protecci¨®n Civil. Todo ello hace que lo que otras temporadas era una llegada de africanos que en su mayor parte ten¨ªan plaza en los albergues e iban encontrando trabajo en el olivar, se haya convertido este a?o en miles de ellos vagando por la provincia sin apenas posibilidades de empleo. Y "alg¨²n efecto llamada", como lo califica una trabajadora de Cruz Roja, ha provocado que buena parte de ellos hayan acabado en ?beda.
All¨ª sigue Martin, el camerun¨¦s risue?o, tras el partido de f¨²tbol y la cena. A las 23.30 comienzan a apagar las luces del pabell¨®n, pero muchos inmigrantes contin¨²an hablando entre ellos. Martin ha llegado tarde y no ha conseguido ni manta ni colch¨®n, tan s¨®lo algunos cartones sobre los que dormir. "Bueno, estoy acostumbrado". Enseguida comienza el relato de c¨®mo lleg¨® a Espa?a. Anduvo dos a?os desde Camer¨²n hasta Melilla, donde salt¨® la valla y estuvo 40 d¨ªas en un centro de internamiento de extranjeros. Antes atraves¨® Nigeria, Mal¨ª, N¨ªger, Argelia y Marruecos, parando a trabajar cuando se quedaba sin dinero para continuar. Una vez en Espa?a sigui¨® su periplo a la b¨²squeda de empleos: Barcelona, Bilbao, Pamplona, Zaragoza, Murcia, M¨¢laga y, ahora, Ja¨¦n.
Como la mayor¨ªa de los que est¨¢n en el pabell¨®n, no tiene papeles ni casa. Lleva todas sus pertenencias apiladas en una maleta y no sabe exactamente qu¨¦ har¨¢ si nadie lo contrata. "De momento esperar¨¦; si no hay nada, buscar¨¦ en otro pueblo de Ja¨¦n y, si la cosa sigue tan mal, quiz¨¢ me marche a los pa¨ªses del Este de Europa: Rumania, Bulgaria... Pagan poco, pero al menos hay trabajo". Cuando cuenta esto no sabe que aguantar¨¢ muy poco en ?beda: 24 horas despu¨¦s estar¨¢ en la cola del puesto de Cruz Roja, donde esa asociaci¨®n y el Ayuntamiento reparten billetes de autob¨²s. Coger¨¢ uno el martes hacia Baena (C¨®rdoba).
Antes de eso le queda por pasar un par de noches en el polideportivo. A las doce est¨¢n todas las luces apagadas y los voluntarios piden silencio. En la pista hay pocos inmigrantes durmiendo. La mayor¨ªa se amontona en los pasillos, completamente envueltos en mantas. Aprovechan su propio aliento para calentarse y no dejan ni un cent¨ªmetro de piel al aire, que la deja helada al rozarla. Unos cuantos nigerianos forman una cama con los banquillos y, sobre ella, cartones. Alguno trata de acurrucarse sobre varios asientos de la grada, pero pronto se da cuenta de que los bordes se clavan en la espalda. Vuelve al suelo. A las doce y media s¨®lo se oye alg¨²n ronquido.
Mientras los inmigrantes duermen, tres voluntarios de Protecci¨®n Civil y un vigilante permanecen en un cuartito del pabell¨®n. Cuando no hacen rondas de vigilancia, ven pel¨ªculas, beben caf¨¦ y se lamentan por no tener colchones y mantas para todos.
La actividad por la ma?ana comienza muy pronto. A las 5.30 ya se puede ver a alg¨²n musulm¨¢n rezando arrodillado sobre una peque?a alfombra. Algunos aprovechan para ducharse ahora que apenas hay cola. Una hora despu¨¦s ya quedan pocos dormidos, y a las siete, para quien todav¨ªa lo est¨¦, encienden las luces y en la megafon¨ªa del pabell¨®n suena una locutora de Los 40 Principales. "Ha sido un placer despertarte", dice oportuna antes de poner la versi¨®n de Pitingo de la canci¨®n Cu¨¦ntame ("... si has conocido la felicidad"), que suena a sorna.
Poco despu¨¦s, una fila de inmigrantes arrastra sus maletas con ruedas hacia la estaci¨®n de autobuses en busca de un jefe. Los primeros llegan a las siete y una hora despu¨¦s est¨¢ abarrotada de africanos con sus equipajes. Algunos, los que llevan menos tiempo all¨ª, se quedan fuera, a pesar del fr¨ªo y la nieve, para ser los primeros en ofrecerse si llega alg¨²n capataz. Hay una treintena al raso y m¨¢s de 300 dentro de la estaci¨®n. Los lugare?os que van a coger un autob¨²s atraviesan la multitud con naturalidad, como si estuviesen all¨ª desde siempre. Aunque no en tal cantidad, est¨¢n acostumbrados a la invasi¨®n de inmigrantes cada diciembre. Si alg¨²n blanco se para m¨¢s tiempo de lo normal, enseguida recibe varias preguntas sobre si necesita trabajadores. Este efecto se multiplica cuando un veh¨ªculo todoterreno para delante de la estaci¨®n. Decenas de hombres (ni una sola mujer entre ellos) se agolpan en torno al coche. A lo largo de un d¨ªa se puede ver varias veces esta escena. Algunos conductores han quedado all¨ª para recoger a inmigrantes que ya hab¨ªan trabajado con ellos otros a?os. Pr¨¢cticamente ninguno busca a los cientos de jornaleros que les esperan.
La mayor¨ªa tiene ya pocas esperanzas. Los primeros africanos llegaron a mediados de noviembre ypermanecen en el pueblo m¨¢s por no saber ad¨®nde ir que porque crean que alguien los contratar¨¢. Pasan horas y horas en la estaci¨®n, vagando por las calles, mareando un caf¨¦ en un bar. Algunos llegaron solos y conocen all¨ª a compatriotas con los que matar el tiempo. Le dan vueltas a la crisis, a la falta de trabajo, a qu¨¦ har¨¢n si en unos d¨ªas siguen sin jefe. Abubakar, Brahan y Abdulaye, tres mal¨ªs que llevan m¨¢s de diez d¨ªas en ?beda, charlan en la estaci¨®n:
-?Qu¨¦ va a pasar el a?o que viene? Dicen que el paro puede llegar al 20%.
-No lo s¨¦, pero aqu¨ª no hay nada de trabajo. Hay m¨¢s morenos que aceitunas.
-?Tiene la culpa el Gobierno?
-Da igual. La crisis es para todos. Yo en los ¨²ltimos diez meses he trabajado s¨®lo tres semanas. Llevaba diez a?os en Espa?a y la cosa nunca hab¨ªa ido tan mal.
-Yo he estado viviendo seis meses en una finca en un pueblo de L¨¦rida. Sin agua ni luz. De vez en cuando trabajaba con vacas, pero el jefe ya no me necesita.
-Pues yo, si pudiese, volver¨ªa a Mal¨ª. Pero no tengo dinero para el billete.
-T¨² no quieres volver. Si quisieras, ir¨ªas a la polic¨ªa y le dir¨ªas que est¨¢s ilegal para que te repatriasen.
Llega la hora de la cena. Una hilera de inmigrantes atraviesa el pueblo hacia el comedor de C¨¢ritas, donde la cola da la vuelta al edificio. Reparten un guiso con macarrones, garbanzos y calabaza. Al salir les dan tambi¨¦n una bolsa con un bocadillo y una pieza de fruta. El comedor tiene capacidad para unas 100 personas. El n¨²mero de men¨²s fue creciendo desde que comenzaron a llegar. Otros a?os se sol¨ªan dar unos 200 diarios. ?ste han superado los 700. En la puerta, uno de los marroqu¨ªes que han ido a buscar trabajo de temporero organiza todo. Lleva media vida en Espa?a y habla muy bien castellano. Se pone duro cuando alguien quiere colarse y cierra la puerta si una avalancha intenta entrar antes de que haya sillas vac¨ªas. Todo ello con la ayuda de dos polic¨ªas locales y del jefe de Protecci¨®n Civil.
Esa ma?ana, una reuni¨®n en la capital jienense entre los 20 ayuntamientos con albergues (con capacidad para 800 plazas) y la delegada de Agricultura de la Junta de Andaluc¨ªa hab¨ªa concluido que estaban desbordados. La Administraci¨®n regional plante¨® la necesidad de abrir m¨¢s albergues en pr¨®ximas temporadas. Pero para la actual, se ofrec¨ªa a sufragar gastos de billetes de autob¨²s para que los inmigrantes regresen a las ciudades de procedencia. Acuerdan repartir una hoja en ¨¢rabe, franc¨¦s y castellano que les reitera a los inmigrantes que no hay trabajo y que es mejor que se marchen, que no hay medios para mantener mucho tiempo las instalaciones deportivas abiertas para que duerman.
Estos folletos se repartieron en la cola del comedor el pasado martes. Segu¨ªan llegando inmigrantes: un autob¨²s procedente de Valencia esa misma madrugada, por ejemplo. Pero tambi¨¦n aumentan las colas en la Cruz Roja para coger un billete hacia otra ciudad. El mi¨¦rcoles comenz¨® a bajar la afluencia al pabell¨®n, que no hab¨ªa parado de crecer hasta entonces. Pero todav¨ªa quedan muchos aspirantes a bracero apurando por si alguien los necesita a ¨²ltima hora.
Despu¨¦s de la comida, ya no tiene sentido volver a la estaci¨®n de autobuses. La fila de inmigrantes con sus maletas se encamina de nuevo al polideportivo. Un d¨ªa m¨¢s, han vuelto sin jefe.
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