Trastos viejos, ancianos creadores
A punto de cumplir 100 a?os el realizador de cine portugu¨¦s Manoel de Oliveira comentaba el otro d¨ªa en un coloquio sobre su obra el inmenso placer que le proporcionaba cada nuevo rodaje. El ejemplo de Oliveira, quien hizo su primer documental en 1931, nada menos, es probablemente extremo pero puede relacionarse con los de otros cineastas longevos que ¨²ltimamente nos han ofrecido notables pel¨ªculas, como Claude Chabrol o Sydney Lumet, para no referirme a directores como Clint Eastwood, el cual, entrega tras entrega, parece aumentar su excelencia a cada a?o que pasa.
Las palabras de Manoel de Oliveira acerca de su trabajo, y del disfrute que ¨¦ste le continuaba procurando, me han recordado lo que afirmaban recientemente otros dos centenarios, o cuasi centenarios, que se mantienen en una plenitud creativa. Mois¨¦s Broggi, el cirujano que hizo decisivas aportaciones en la hospitalizaci¨®n de campa?a durante la Guerra Civil, sigue escribiendo sus magn¨ªficas Memorias. Por su parte, Rita Levi-Montalcini, la neur¨®loga italiana, contaba graciosamente c¨®mo hab¨ªa escapado de cualquier oferta de jubilaci¨®n, aun a riesgo de quedarse casi sin dinero, y c¨®mo segu¨ªa dirigiendo cotidianamente su laboratorio.
?La permanencia de un ignorante de 35 a?os debe implicar la expulsi¨®n de un talento de 60?
La marginaci¨®n por motivos de edad de los que valen es una segregaci¨®n brutal
En los tres casos el com¨²n denominador era considerarse a s¨ª mismos como seres capaces de ilusi¨®n y no como meros vestigios del pasado. Ten¨ªan proyectos de futuro en sus respectivas tareas. Naturalmente, uno puede re¨ªrse del hecho de que un anciano centenario albergue proyectos de futuro. Pero, m¨¢s all¨¢ de que cualquiera es libre para establecer sus propias utop¨ªas, Rita Levi-Montalcini explicaba muy bien la causa ¨²ltima de su vitalismo de senectud. Ven¨ªa a decir que no le preocupaba la muerte -necesariamente pr¨®xima dada su edad- porque tras tantos a?os de investigaci¨®n cient¨ªfica sobre la vida no consideraba que ¨¦sta, y por tanto tampoco la muerte, pudiera medirse como lo que sucede a este "peque?o cuerpo nuestro". Su conclusi¨®n era que el cosmos merecer¨ªa que lo vi¨¦ramos de otra manera, menos mezquina si se quiere.
No s¨¦ si Oliveira o Broggi compartir¨ªan esta opini¨®n pero, tan agn¨®sticos como Levi-Montalcini, bien podr¨ªan hacerlo pues tambi¨¦n ellos han apostado por atravesar la vejez como seres vivientes y no como meros supervivientes. Una elecci¨®n que, no obstante, no resulta f¨¢cil en un mundo con dr¨¢sticas fronteras cronol¨®gicas y siempre al servicio de la cadena productiva.
A este respecto, por m¨¢s que se vincule originalmente al j¨²bilo, la jubilaci¨®n ha acabado por convertirse en nuestra sociedad en algo inquietante. Es completamente seguro que un viejo hoy, gracias a que ha alcanzado la jubilaci¨®n -o a que ha sido alcanzado por ¨¦sta-, se siente en t¨¦rmi-nos econ¨®micos o sanitarios m¨¢s protegido que los viejos de otros tiempos; sin embargo, no estoy convencido de que haya habido el mismo progreso en cuanto al respeto que percibe por parte de la comunidad que le rodea. Es verdad que ahora tenemos viejos en buena forma f¨ªsica e incluso, gracias a los ¨²ltimos inventos, con resurrecta sexualidad, viejos a los que vestimos como adolescentes y hacemos viajar de un extremo a otro del mundo en animados tours organizados, viejos que entretienen su ocio con todo tipo de maquinitas; pero ?a alguien se le ocurre que tenga que haber asimismo viejos sabios?
Creo que, en nuestros d¨ªas, a casi nadie se le pasa por la cabeza algo semejante. Y, sin embargo, quiz¨¢ m¨¢s de un jubilado -incluso con jubilaci¨®n monetariamente notable- cambiar¨ªa sus viajes organizados, sus ocios televisivos y aun sus renovadas proezas er¨®ticas por la percepci¨®n de sentirse respetado como alguien que ha consumido los a?os, precisamente, para adquirir ciertos conocimientos respetables. No ser¨ªa de extra?ar que en nuestra democr¨¢tica civilizaci¨®n algunos ancianos fantaseasen secretamente, y sin atreverse a decirlo en voz alta, con aquellas remotas ¨¦pocas en las que la vejez, contemplada como culminaci¨®n de la existencia, ve¨ªa compensada la inevitable fragilidad corporal con el don de la sabidur¨ªa, que los m¨¢s j¨®venes reconoc¨ªan respetuosamente a la espera de que llegara, tambi¨¦n para ellos, la edad senatorial.
Cuando hace un par de a?os vi los criterios con que se realiz¨® el saneamiento de Televisi¨®n Espa?ola pens¨¦ que nunca la estupidez cronologista hab¨ªa llegado tan lejos. ?C¨®mo pod¨ªa ser que la condici¨®n principal para permanecer o no en el Ente fuera haber cumplido 50 a?os? ?No se daban cuenta en el Ente, con el ingenio metaf¨ªsico que la propia palabra denota, de la enorme sangr¨ªa que este igualitario procedimiento significaba? ?La permanencia de un imb¨¦cil o de un ignorante de 35 a?os deb¨ªa implicar la expulsi¨®n de un talento de 60? Y, pensando ya no s¨®lo en t¨¦rminos creativos sino tambi¨¦n econ¨®micos, ?c¨®mo se pod¨ªan arrojar por la borda tan lastimosamente a?os de aprendizaje y maduraci¨®n de realizadores o guionistas que seguramente, tras los cincuenta, llegaban al momento dulce de su profesi¨®n? Dado que es indiferente la edad de los que no valen, la marginaci¨®n de los que valen por motivos de edad me pareci¨® un segregrarismo brutal.
Sin embargo, en esos dos a?os he comprobado que Televisi¨®n Espa?ola, el Ente, ha sido la vanguardia de un proceso que abarca a toda la sociedad. Con la misma excusa del saneamiento, a la que se a?ade hip¨®critamente la supuesta promoci¨®n de las j¨®venes generaciones, la voraz maquinaria de las jubilaciones anticipadas, y m¨¢s o menos forzadas por las circunstancias, act¨²a sin contemplaciones en los hospitales, universidades o medios de comunicaci¨®n. En muchos casos gentes de gran val¨ªa se ven obligados a abandonar sus trabajos, justo en el momento de su m¨¢ximo rendimiento, bajo la acusaci¨®n impl¨ªcita, a menudo, de estar impidiendo el acceso a los j¨®venes y, en consecuencia, sin tener en cuenta que en la formaci¨®n de ¨¦stos el asesoramiento de los maestros es imprescindible para asegurarse la l¨ªnea de continuidad cultural que vertebra una sociedad.
Los efectos de esta pol¨ªtica son desastrosos, incluso desde el punto de vista de la renovaci¨®n generacional que se proclama, pues, con frecuencia, alentados por el igualitarismo cronol¨®gico que transforma a los que deber¨ªan ser maestros en trastos viejos, muchos de los j¨®venes que acaban siendo promocionados no son los m¨¢s talentosos o los m¨¢s intelectualmente apasionados sino los m¨¢s expertos en boletines oficiales y otras burocracias. De seguir as¨ª es muy probable que nos quedemos sin los j¨®venes que podr¨ªan llegar a algo y sin los ancianos que ya hab¨ªan llegado.
Miguel ?ngel acab¨® el Juicio Final a los 70 a?os; S¨®focles escribi¨® Edipo en Colono a los 80; Goethe ten¨ªa 81 cuando puso la ¨²ltima l¨ªnea a su Fausto.
Rafael Argullol es escritor.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.