La noche m¨¢s larga del ¨²ltimo bandolero
Cuando Miguel M¨¦rida desapareci¨® el 2 de febrero de 1994, su hermano, que trabajaba con ¨¦l en el cortijo de Villares, en la vertiente cordobesa del r¨ªo Guadajoz, dijo a la Guardia Civil: "Mirad, sus zapatillas para cruzar el r¨ªo est¨¢n en esta orilla. Miguel se ha quedado en C¨®rdoba, no ha cruzado a Ja¨¦n". M¨¦rida fue a trabajar aquel mi¨¦rcoles y se esfum¨®. Dej¨® su cartera, su gorro y su moto junto a unas ramas de olivo. Le quedaba una semana para marcharse a Palma de Mallorca, donde trabajaba en temporada alta de ayudante de cocina en un hotel. En invierno volv¨ªa a su tierra a recoger la aceituna. No era un muerto de hambre. Ni un loco. S¨®lo un tipo t¨ªmido y retra¨ªdo. La polic¨ªa busc¨® en sus cuentas bancarias deudas o movimientos raros. Habl¨® con sus compa?eros de viaje a Mallorca, con sus amigos y familia. Nada. Sus hermanos, Fernando y Consolaci¨®n, acudieron el 1 de marzo al programa Qui¨¦n sabe d¨®nde, de Televisi¨®n Espa?ola, sin resultado.
Al poco comenzaron a sucederse robos en cortijos a ambos lados del Guadajoz, en Ja¨¦n y C¨®rdoba. Desaparec¨ªa comida, revistas, herramientas. Los tractores se quedaban sin gasoil o sin bater¨ªa. En Alcaudete (Ja¨¦n), municipio de 11.000 habitantes, se empez¨® a hablar de una sombra, un mito. Si alg¨²n vecino comentaba que le hab¨ªan birlado, por ejemplo, unos chorizos, recib¨ªa como un eco: "Ser¨¢ cosa de El Perdido".
Un a?o despu¨¦s de la desaparici¨®n, un chaval que paseaba con su perro descubri¨® unos cables semienterrados a la entrada de una cueva, cerca de aquellos olivos del cortijo Villares. El perro comenz¨® a ladrar; su due?o baj¨® al pueblo y avis¨® a la Guardia Civil. Cuando llegaron los agentes, M¨¦rida se hab¨ªa subido al cerro de enfrente, desde donde observ¨® la escena. Le hab¨ªa delatado su ¨²nica conexi¨®n con el exterior: la radio. Como las ondas no llegaban a la gruta, enterr¨® a la entrada un transistor del que asomaban un cent¨ªmetro de antena y los cables que vio el chico.
Los agentes caminaron agachados como conejos hasta el final de la mina, a 25 metros de profundidad. Era invierno, pero se pod¨ªa estar a gusto en calzoncillos. Al fondo, encajada en la tierra, hab¨ªa una cama y una escopeta cargada. Encontraron ropas y bater¨ªas de autom¨®vil; carne en salaz¨®n; pimientos, pepinos y tomates. La madre de Miguel reconoci¨® la ropa; su hijo segu¨ªa vivo, pero sus huellas se evaporaron de nuevo. Los robos continuaron y los vecinos siguieron repitiendo: "Ser¨¢ cosa de El Perdido".
M¨¦rida se cri¨® en un cortijo de Alcaudete cercano a la cueva. Cuando desapareci¨®, a los 35 a?os, viv¨ªa en Baena (C¨®rdoba). Pas¨® su infancia en los montes de la Sierra Sur. Conoc¨ªa cada rinc¨®n. Era flaco, seco, ¨¢gil. Un compa?ero de juventud recuerda cuando fueron en ciclomotor hasta Luque a tomar unas cervezas. Vieron a la Guardia Civil y, como iban dos en la moto, M¨¦rida se dej¨® caer en marcha. Dio con la espalda en el suelo, se levant¨® y ech¨® a correr al monte. Cuando su amigo lleg¨® a Luque, Miguel ya estaba all¨ª.
Desde su segunda desaparici¨®n, varias personas lo vieron. El primero fue Paco, El Seve, un pastor de Alcaudete. Not¨® una sombra en el puente de hierro que cruza el Guadajoz. Corri¨® detr¨¢s, pero la noche se trag¨® la figura. Un jefe de la Guardia Civil de Alcaudete prometi¨® no jubilarse hasta encontrar a El Perdido. En una ocasi¨®n vio su linternilla en el monte. La luz se detuvo, dio media vuelta y desapareci¨®. Otra noche, un Viernes Santo, el oficial tuvo una corazonada junto a Manuel Ord¨®?ez, jefe de la polic¨ªa local. Se plantaron en un cortijo en el que hab¨ªan robado comida. Cuando llegaron, palparon las s¨¢banas revueltas de la cama. A¨²n estaban calientes. El mando se jubil¨® sin tener ni una fotograf¨ªa reciente de El Perdido.
La primera imagen la consigui¨® Antonio Baena, vecino de Luque (C¨®rdoba). Desesperado por los robos en su cortijo, dej¨® una c¨¢mara grabando durante la noche. El 27 de agosto de 2007 captur¨® la imagen de un hombre que accede a la casa forzando la puerta. El asaltante va de un lado a otro durante cinco minutos, come algo, llena su macuto y desaparece. Baena entreg¨® el v¨ªdeo a la Guardia Civil. Nadie reconoci¨® a M¨¦rida en aquella figura corpulenta, con la cara redonda y el pelo muy corto.
"Yo duermo de d¨ªa. De noche me busco la vida". Falta poco para la una de la madrugada del 12 de julio de 2008, fiestas en Alcaudete. A Miguel se le acaban los d¨ªas de perdido. Tres hombres corren tras ¨¦l cerro abajo. Uno de ellos, Rafael Gonz¨¢lez, grita:
—?Me cago en tu puta madre!
Miguel tambi¨¦n corre, pero ha cumplido los 49 y ha cogido peso. Lleva a la espalda un morral zurcido por ¨¦l mismo. Dentro, el fusil Mauser estropeado que rob¨® a la Guardia Civil; lo ha recortado y puesto a punto. En una mano, la pata de cabra para abrir puertas y candados. Corre. Se le cae su linterna de cinco bombillas hecha a mano y una caja con colillas y papel de fumar; 14 a?os desaparecido y no se ha quitado el vicio. Resuella. Ha escapado otras veces. Aquel Viernes Santo, por ejemplo, sinti¨® ladridos, el motor de un coche, la luz de los faros. Tuvo el tiempo justo de salir de la casa y esconderse tras unos matorrales. Pero esta noche se le acaban los d¨ªas de perdido.
En cuanto se le echaron encima, Miguel "se cag¨® como un mirlo", dice Rafael Gonz¨¢lez. "No se resisti¨® ni dijo una palabra". Rafael prepar¨® la emboscada con su hermano y un amigo. Le hab¨ªan entrado en el cortijo "lo menos 20 veces". Dos a?os seguidos durante las fiestas Calatrava. Este a?o, Rafael subi¨® al cortijo con unos amigos. A las doce fingieron volver al pueblo, pero se quedaron tres sobre una loma, a esperar. Una lucecilla emergi¨® de la noche:
—?Me cago en tu puta madre!
Miguel est¨¢ p¨¢lido. El sudor empapa la cinta de su frente. Lo han sentado a la puerta del cortijo. Huele como un bicho. Viste pantalones de tela, botas de monte y camisa. Los tres hombres le acribillan a preguntas. "?Qu¨¦ quer¨ªas? ?Ven¨ªas a robarnos?". Tarda cinco minutos en abrir la boca. Dice: "Lo ¨²nico que quiero ya es una pastilla para morirme".
Es lo m¨¢s parecido a una conversaci¨®n en 14 a?os. Rafael le ofrece un pitillo. No sabe que se trata de El Perdido. Ha avisado a la polic¨ªa y, mientras llega, le pregunta cu¨¢nto tiempo lleva por ah¨ª. Miguel echa cuentas: "14 a?os". Dice que se fue para quitarse la vida. No tuvo valor. Luego transcurri¨® un a?o y tampoco tuvo valor para volver. ?ltimamente, a?ade, pasaba semanas sin salir de su escondrijo.
Cuando Manuel Ord¨®?ez, jefe de la polic¨ªa local, baja del coche, Miguel est¨¢ sentado con la cabeza gacha. Dice:
—Yo soy el que lleva 14 a?os perdido.
—T¨² eres Miguel M¨¦rida Gallardo.
—Ese mismo.
—Pues tengo que detenerte.
—Haga lo que tenga que hacer. Tarde o temprano me iba a tocar pasar por esto.
Fue una madrugada larga. M¨¦rida le cont¨® a Ord¨®?ez que en el morral llevaba un arma cargada. "Miguel, ?no tendr¨¢s tambi¨¦n una escopeta en tu guarida, como en la cueva de Majaverde?". Miguel asinti¨® y les gui¨® hasta su escondrijo en la base de uno de los pilares del puente de hierro. Se trata de un cubo hueco de piedra y hormig¨®n de cuatro metros de alto y siete de ancho. La primera vez, M¨¦rida entr¨® descolg¨¢ndose por los andamiajes estilo Eiffel de uno de los pilares. M¨¢s adelante, se fabric¨® una escala de cuerda que dejaba asomada cuando sal¨ªa de noche.
Cuatro huecos en la cara interior de los muros eran sus habitaciones. En el dormitorio se encontr¨® la escopeta. El centro del cubo, al aire libre, hac¨ªa de jard¨ªn. Por ah¨ª pisaba M¨¦rida con cuidado para no ser descubierto desde lo alto, procurando no alisar los matorrales. Hab¨ªa cientos de latas, revistas de 20 a?os atr¨¢s, cocina, radios, colonia... Todo en bolsas de pl¨¢stico con cinta aislante, sin hierros a la vista. El ¨®xido fue su gran enemigo: el cubo se encuentra a un metro del Guadajoz, que se inunda cuando cierran la presa de Vademoj¨®n. Entre los enseres se hall¨® una bomba de agua.
Ord¨®?ez llev¨® a M¨¦rida a comisar¨ªa y prepar¨® la denuncia por posesi¨®n il¨ªcita de armas y tentativa de robo. Hablaron 10 horas. Miguel cont¨® c¨®mo intent¨® alimentarse con almendras y habas secas, pero desfallec¨ªa, as¨ª que comenz¨® a robar. Confirm¨® que escap¨® por los pelos cuando descubrieron su cueva en Majaverde y aquella otra vez en Viernes Santo. Relat¨® c¨®mo evitaba a los perros pastores cuando se acercaba a un reba?o: se echaba al suelo, dejaba que el animal estudiara su posici¨®n sumisa, lo olisqueara y se marchara. Ord¨®?ez le ofreci¨® un bocadillo, pero lo rechaz¨®: "Cen¨¦ gazpacho y tortilla de patata antes de salir".
Por la ma?ana, lo condujeron al juzgado de Alcal¨¢ la Real. "Nunca hab¨ªa visto a un acusado con tanto sentimiento de culpa. Confes¨® m¨¢s robos de los que ten¨ªamos constancia", recuerda un funcionario. La juez lo dej¨® en libertad provisional hasta el juicio, a¨²n sin fecha. Le preguntaron d¨®nde le pod¨ªan enviar la citaci¨®n. "Al puente de hierro", dijo.
Mientras, la Guardia Civil de Luque visitaba otra guarida, un doble techo en el cortijo Pantalones al que acced¨ªa desde el tejado. Anid¨® all¨ª como una golondrina. Ten¨ªa una cama, 1.000 kilos de revistas, conservas como para cargar una furgoneta, dos escopetas recortadas y cargadas, una virguer¨ªa de ventilador casero y cientos de fotograf¨ªas que fue robando en las casas. Rostros que le un¨ªan al mundo.
M¨¦rida comenz¨® una nueva vida en Baena. No volvi¨® a dormir bajo el puente, pero se acercaba all¨ª cuando acompa?aba a su hermano a cazar. Una ma?ana se encontr¨® en la zona a un viejo amigo.
—Pero Miguel, ?d¨®nde te has metido?
—Ya ves, he estado de vacaciones.
Era un pastor cuyo redil se encuentra junto al puente de hierro. Bromearon sobre las veces que M¨¦rida le rob¨®:
—?Cu¨¢ntos candados me rompiste?
—Lo menos tres o cuatro. Luego ya ten¨ªa mis llaves maestras.
—Y me quitaste una cuerda.
—Te la cog¨ª para hacerme el macuto.
Miguel repiti¨® que su idea hab¨ªa sido desparecer por un a?o...
— ?Y por qu¨¦ te fuiste?
—Por problemas psicol¨®gicos. Y otros problemas.
M¨¦rida se empadron¨® hace un par de meses en Baena. Vive entre la casa de su hermano y la de su madre. Ha estado recibiendo ayuda psicol¨®gica en Cabra, un pueblo cercano. Apenas se le reconoce. "Viste muy moderno", dec¨ªa el due?o de un caf¨¦ donde ha acudido un par de veces. En Baena cuentan que suele pasear solo, con un transistor bajo el brazo y un macuto al hombro. Ten¨ªa unos olivos en el monte. Durante 14 a?os los ahogaron pedruscos y malas hierbas. Quienes pasan por all¨ª a menudo aseguran que, desde hace poco, alguien se ha dedicado a cuidarlos.
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