El p¨¢jaro que se posa
Todorov, en su libro El jard¨ªn imperfecto, nos recuerda que los griegos distingu¨ªan dos tipos de amor: eros, o amor-pasi¨®n; y philia, o amor-alegr¨ªa. En el primero, el amante quiere absorber al otro, hacerlo desaparecer en la novela de su propio yo; en el segundo, vivir en su proximidad, mantenerlo como un ser aparte. "Dios lo sabe, jam¨¢s he buscado en ti a nadie m¨¢s que a ti mismo. Es ¨²nicamente a ti a quien deseaba, y no a lo que pertenec¨ªas ni a lo que representas", escribe Elo¨ªsa en una de sus cartas a Abelardo.
Eros y Psique se encuentran en la noche, sin saber qui¨¦nes son, y se aman sin llegar a verse. Para volver a encontrarse, Eros le pone a Psique una condici¨®n: no pueden verse, ni preguntarse qui¨¦nes son; sus encuentros s¨®lo pueden tener lugar en la oscuridad de su cueva. La muchacha acepta resignada, pero muy pronto comprueba lo dif¨ªcil que es cumplir esa promesa, pues cuanto m¨¢s ama a Eros m¨¢s desea verlo (y en griego la palabra ver y la palabra idea tienen la misma ra¨ªz, como si el pensamiento fuera una forma de visi¨®n). Y una noche Psique esconde entre sus vestidos una l¨¢mpara. Espera a que su amante est¨¦ dormido y la enciende para contemplarle. Pero la llama calienta el aceite y, en un descuido, una gota cae sobre la piel de Eros que, al despertarse, la descubre mir¨¢ndole. Implacable, la castiga, apart¨¢ndose de su lado. Psique enloquece de amor, y los dioses se apiadan de ella y la transforman en una mariposa.
S¨®lo deseo lo que tengo. As¨ª se resume el amor-alegr¨ªa. Pero el amor-pasi¨®n quiere lo que no tiene
Al amar no sacrificamos nuestro ser, sino que lo realizamos
Eros y Psique representan los dos tipos de amor de que hablaban los griegos. El amor que pide la fusi¨®n completa con lo amado; y el amor que se conforma con su vecindad. En el primero, es el yo que desea lo que importa; en el segundo, lo que importa es el t¨². A Eros le bastan con sus encuentros ardientes en la oscura cueva de deseo; Psique est¨¢ encantada con esos encuentros, pero tambi¨¦n quiere tener lo que ama al despertarse por la ma?ana. El primero se pregunta por lo que quiere, el segundo por lo que encuentra. Uno quiere perder por completo la raz¨®n; la otra encontrar ese tipo de raz¨®n que sabe pedir a la vida lo que ¨¦sta te puede dar.
El amor es embeleso, fascinaci¨®n, hechizo, pero tambi¨¦n deseo de conocimiento. Al amante no le basta con tener en sus brazos a aquel o aquella que ama, sino que quiere conocer su nombre, entrar en ese jard¨ªn que a partir de entonces ser¨¢ su morada en la tierra. Recuerda a Calixto, cuando dice que Melibea es el solo dios en que cree. "Melibeo soy, en Melibea creo, a Melibea amo". Aunque, en realidad, Calixto s¨®lo cree en ¨¦l y en su propio deseo. De hecho, cuando por fin pueden encontrarse, y Melibea, dulce y sol¨ªcita, le pide que no tenga tanta prisa y que no hace falta que le rompa la ropa mientras la desnuda, Calixto por toda respuesta compara su cuerpo con el de un ave, y el acto amoroso con un vulgar atrac¨®n. "Se?ora, el que quiere comer el ave quita primero las plumas".
Ni Melibea ni la inteligente y apasionada Elo¨ªsa fueron afortunadas con sus compa?eros. Julieta s¨ª lo fue, y eligi¨® a un mu-chacho digno de su amor. Es ella la que pronunci¨® la frase que a las otras les hubiera gustado pronunciar: S¨®lo deseo lo que tengo. Esa frase resume el amor-alegr¨ªa. El amor-pasi¨®n quiere lo que no tiene, es un homenaje a la ausencia; no quiere calmarse, busca avecillas que desplumar. El amor-alegr¨ªa se complace con esa avecilla que desciende, y s¨®lo vive para conservarla a su lado. Y si el mayor bien es ese otro insustituible, su vecindad, su presencia, la b¨²squeda de la verdad se transforma en querer lo que es bueno para ¨¦l; y el deber, en deleite. Eso nos dice el amor: que al amar no sacrificamos nuestro ser, sino que lo realizamos.
Es lo contrario a lo que pasa en la religi¨®n, donde el amor est¨¢ siempre al servicio de una verdad superior. Pascal, por ejemplo, lo consideraba un defecto, incluso ped¨ªa que no se le amara, pues lo que hab¨ªa que amar no era a la criatura sino a su creador. Pero el amor representa ese instante en que la especie queda atr¨¢s y en que alguien deja de ser intercambiable con los dem¨¢s. Y, en efecto, tal parece el amor: un hechizo, una p¨®cima que se bebe, y que nos fija a alguien mientras dura su efecto. Todo en ¨¦l es parad¨®jico. Es caprichoso y fugitivo, pero le pedimos devoci¨®n y constancia; nos promete felicidad, y nos llena de miedo; nos da fuerzas para enfrentarnos a los mayores peligros, pero nos vuelve vulnerables y fr¨¢giles; nos hace ser due?os de alguien, y a la vez sus esclavos. Y, sin embargo, Psique quiere transformarle en un jard¨ªn, o mejor dicho: quedarse a vivir en esa ¨ªnsula extra?a que descubre por servirle. Pero eso que encuentra en ese lugar encantado, ?puede traerse al mundo?
"A partir de ahora, ?qu¨¦ ser¨¢ de nosotros?", tal es la pregunta de todos los amantes del mundo. El amor es el sentimiento m¨¢s hondo y misterioso de cuantos pueda experimentar el hombre. Los amantes llegan de su mano a un lugar desconocido y se descubren due?os de un poder que no sab¨ªan que ten¨ªan. Un poder que no tiene que ver con el yo o con la identidad, sino con algo anterior a ellos mismos, que pertenece al dominio de la f¨¢bula: como haber alcanzado el coraz¨®n del mundo y descubrir, por ejemplo, que pueden acercarse a los p¨¢jaros. S¨ª, el amor es como uno de esos p¨¢jaros que se cuelan por error en las casas de los hombres. Un p¨¢jaro que en vez de huir, para regresar a su bosque, decide quedarse en ese lugar nuevo. Que vuela sobre los armarios, picotea el pan que queda en la mesa y salta sobre las colchas. Un p¨¢jaro que llega a posarse en las manos de los que se aman, que se queda a su lado sin asustarse, y que hace su nido al calor de sus cuerpos, aunque ellos nunca lleguen a saber por qu¨¦ lo hace, ni lo que quiere, pero cuya contemplaci¨®n y cuidado les causa felicidad.
Es lo que nos promete el amor: que ser¨¢ posible algo as¨ª. El amor es ese p¨¢jaro que se posa un momento en nuestro jard¨ªn imperfecto. ?C¨®mo no ser feliz de que lo haga y no tener miedo al mismo tiempo de que se pueda marchar? Por eso nos hace hablar, porque todo a su lado est¨¢ revestido de belleza y locura. Eso es el amor humano: preguntarnos por qu¨¦ ese p¨¢jaro nos eligi¨® a nosotros para quedarse en el mundo; y, en caso de haberse ido, d¨®nde estar¨¢ ahora y por qu¨¦ no regresa. Ninguna de esas preguntas tiene respuesta. El p¨¢jaro en el jard¨ªn pertenece al mundo de la f¨¢bula; lo que dej¨® al marcharse, al mundo real. Y los amantes se empe?an en que esos dos reinos contin¨²en unidos.
Gustavo Mart¨ªn Garzo es escritor.
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