Tiffany's musical
Casi todos los m¨²sicos de pop, durante m¨¢s de dos d¨¦cadas, cuando recib¨ªamos una cr¨ªtica adversa recurr¨ªamos al socorrido argumento de que el escritor que se hab¨ªa cargado nuestro trabajo era un m¨²sico frustrado. La idea era que todos los cr¨ªticos escrib¨ªan sobre m¨²sica porque eran bajitos y con gafas, como Woody Allen. Por tanto, nunca se hab¨ªan puesto a tocar ning¨²n instrumento, horrorizados ante la perspectiva de tener que subirse alg¨²n d¨ªa a un escenario.
El ¨¦xito de un bulo como ¨¦se nos habla a las claras de lo que se exige para entrar en el universo de expresi¨®n de la m¨²sica popular. No bastan una buena mente y una estupenda claridad sint¨¢ctica para comunicarte. Hay que tener, adem¨¢s, instinto para los efectos emocionales de los giros mel¨®dicos, un sentido casi actoral de la dramaturgia esc¨¦nica y un claro respeto por los logros primarios del ritmo y las armon¨ªas vocales en nuestros conciudadanos. Para escarnio de todos esos argumentadores, result¨® que una de las primeras canciones que se ganaron el respeto de cr¨ªtica y p¨²blico, en los ochenta la ejecutaba un tipo con total pinta de Woody Allen llamado Fernando M¨¢rquez con su grupo Para¨ªso. La clave estaba en que la letra acompa?aba una melod¨ªa mal medida, pero perfecta para sus prop¨®sitos. Hablaba de un adolescente que ve¨ªa el Congreso de los Diputados como un espect¨¢culo de cine mudo y que reivindicaba su ausencia de prejuicios. Lo que estaba sucediendo es que los m¨²sicos populares volv¨ªan por fin, despu¨¦s de la dictadura, a representar sus experiencias personales en las canciones. En ese simple detalle se fragu¨® el ¨¦xito del pop de la movida.
Ese ¨¦xito nos llev¨® a volver los ojos hacia todo el patrimonio pop que se hab¨ªa dado en nuestro entorno desde que fue sacudido en los cincuenta por ese higi¨¦nico terremoto de la m¨²sica popular llamado rock and roll. El panorama era esplendoroso. Descubrimos desde las iron¨ªas de Micky y los Tonys hasta las autoafirmaciones de Los Salvajes, pasando por los manifiestos de Los Bravos o incluso las joyas ut¨®picas de Sisa. Descubrimos tambi¨¦n grabaciones de Raimon, el principal antifranquista, hechas en los sesenta con sus himnos codificados envueltos en claros arreglos de ¨®rgano Farfisa absolutamente pop. Descubrimos tambi¨¦n a Rita Pavone, Celentano, Gainsbourg, Michel Polnareff, Fran?oise Hardy, Hallyday y Vartan. El pop pod¨ªa ser veh¨ªculo de cultura en la medida en que transportaba informaciones que pod¨ªan aumentar nuestro juicio cr¨ªtico.
El mundo del arte es mundo de observaci¨®n. Cualquier representaci¨®n que salga de ¨¦l con vitalidad para atravesar los a?os no procede de otra cosa que del gusto por la vida. Cualquier arte nace en el momento en que vivir resulta incluso insuficiente para disfrutar la vida.
El pop fue, en mi generaci¨®n, testigo de nuestra vida contempor¨¢nea. Su salud siempre ser¨¢ precaria, dada la endeblez de nuestra industria, pero ser¨¢ longeva. Porque, cuando la industria pierde su inter¨¦s en los artistas, si el p¨²blico que los conoci¨® sigue escuch¨¢ndolos aunque el comercio les haya vuelto la espalda, es que nos encontramos ante un fen¨®meno de genuina ra¨ªz cultural.
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