Elogio de la responsabilidad
Hay momentos en la historia en los que el ambiente pol¨ªtico se vuelve tan hostil que aplasta cualquier atisbo de prudencia. Eso sucedi¨®, por ejemplo, en la Europa del periodo de entreguerras, cuando la frialdad de acero de los extremismos se ali¨® con la onda expansiva provocada por el crash de Wall Street. La combinaci¨®n de ambos factores fue devastadora. Hizo emerger un tsunami que, impulsado por la p¨¦rdida generalizada del bienestar econ¨®mico, se llev¨® por delante la arquitectura democr¨¢tica de medio continente.
En este proceso fue importante la acci¨®n preformativa impulsada por unos lenguajes y estilos totalitarios que contribuyeron a secuestrar emocionalmente la lucidez de buena parte de las sociedades europeas. Lo explican Victor Klemperer, Hannah Arendt y Jean Pierre Faye cuando analizan c¨®mo la degradaci¨®n moral que impuso el nazismo a la sociedad alemana comenz¨® antes de que Hitler tomara el poder.
La crisis puede potenciar el extremismo antisistema, aunque no se vista con botas de ca?a ni correajes
Los primeros gestos de Obama recuerdan el estilo de Roosevelt
El proceso tuvo lugar cuando un peque?o grupo de fan¨¢ticos puso en circulaci¨®n un populismo antisistema que ofreci¨® esperanzas redentoras a un pa¨ªs sediento de ilusiones, heroificando al "agitador que grita y piensa como un charlat¨¢n" e imponiendo la certidumbre ¨¦pica de las emociones como paradigma del conocimiento. De este modo se logr¨® combatir el miedo y la inquietud que provocaba la crisis, pero al precio de contaminar la pol¨ªtica con una dial¨¦ctica violenta y despreciativa que maximizaba la oposici¨®n amigo-enemigo y sustitu¨ªa el estilo parlamentario por otro basado en el matonismo de absolutos irreconciliables. El desenlace es conocido: una Europa deshecha y c¨®mplice de los horrores m¨¢s despreciables acumulados por la historia de la humanidad.
Pensar que aquella pesadilla no puede volver a repetirse ser¨ªa un grav¨ªsimo error. Los ap¨®stoles de las sociedades cerradas, tal y como explic¨® Popper, son habilidosos. Mutan de registros y se adaptan con enorme flexibilidad a los cambios pol¨ªticos y sociales. El extremismo que puede brotar en cualquier momento ser¨¢ aparentemente respetable, incluso podr¨¢ exhibir un punto de modernidad que lo haga atractivo entre segmentos sociales proclives a la vanguardia. No vestir¨¢ botas de ca?a ni correajes militares, pero s¨ª volver¨¢ a agitar el inconsciente colectivo de una sociedad herida por los efectos de una grav¨ªsima crisis econ¨®mica que pronto ser¨¢ tambi¨¦n social. De hecho, ensayar¨¢ t¨¢cticas de manipulaci¨®n que tratar¨¢n de rentabilizar el malestar social canaliz¨¢ndolo hacia alguien: el Gobierno, la oposici¨®n, la clase pol¨ªtica, los partidos, las instituciones, los medios de comunicaci¨®n o, por qu¨¦ no decirlo tambi¨¦n, los inmigrantes.
Desactivar la potencialidad subversiva del chauvinismo del bienestar que alojan las sociedades europeas es una tarea urgente. Necesita una pedagog¨ªa preventiva basada en una f¨®rmula virtuosa que combine prudencia, responsabilidad, moderaci¨®n y un discurso pol¨ªtico que resucite la vigencia moral del bien p¨²blico a trav¨¦s de la ejemplaridad y el cultivo de una visi¨®n compartida acerca de los valores que sustentan la vida buena.
En este sentido, y al igual que sucedi¨® durante la Gran Depresi¨®n, Estados Unidos vuelve a dar lecciones a Europa sobre c¨®mo afrontar la crisis en t¨¦rminos de sensatez democr¨¢tica. Los gestos del presidente electo, Barack Obama, recuerdan bastante el estilo que introdujo Roosevelt cuando, seg¨²n cuenta Isaiah Berlin en Impresiones personales, supo ofrecer al pueblo americano "una gran v¨¢lvula de escape para el rencor y la indignaci¨®n contenidos", tratando de "evitar una revoluci¨®n y de construir un r¨¦gimen que proporcionara mayor igualdad econ¨®mica y justicia social -ideales que eran la mejor parte de la tradici¨®n de la vida norteamericana- sin alterar la base de la libertad y la democracia de su pa¨ªs".
La estrategia de Roosevelt no fue la de un socialdem¨®crata europeo. Era un liberal igualitario que, siguiendo el pragmatismo de Dewey y la vieja tradici¨®n republicana que lat¨ªa en los or¨ªgenes de la independencia norteamericana, cre¨ªa que el problema principal de la democracia estadounidense no era que la justicia y los derechos no estuvieran garantizados con la crisis, sino que la vida p¨²blica y las virtudes c¨ªvicas asociadas a ella se hab¨ªan empobrecido y deb¨ªan fortalecerse tras el aprendizaje pol¨ªtico que hab¨ªa impuesto la desmesura que propici¨® el derrumbe de Wall Street. De hecho, el mayor servicio de Roosevelt a la historia de la humanidad fue, como sigue explicando Berlin, su centralidad. Fiel a ella asegur¨® la victoria contra los enemigos de la libertad, demostr¨® que es posible ser pol¨ªticamente eficaz y a la vez ben¨¦volo y humano, "que poder y orden no son sin¨®nimos de una camisa de fuerza de doctrina, ya sea econ¨®mica o pol¨ªtica" y "que es posible reconciliar la libertad individual" con "el m¨ªnimo indispensable de organizaci¨®n y autoridad".
Hoy, Estados Unidos parece dispuesto a asumir un nuevo ensayo de moderaci¨®n pol¨ªtica. Lo demuestran las declaraciones, iniciativas y nombramientos llevados a cabo por Obama. En todos ellos se recupera un lenguaje que est¨¢ a la altura de la gravedad de las circunstancias. Reitera el valor del entendimiento y la fuerza persuasiva de quien lidera un esfuerzo de envergadura nacional, desplegando un arsenal de virtudes patri¨®ticas que remiten al fortalecimiento de un bien p¨²blico basado en la moderaci¨®n de quienes, como recordaba C¨¢novas, sostienen que hay que vivir instalados en una "transacci¨®n constante entre principios absolutos" o, lo que es lo mismo: en la b¨²squeda tentativa y prudente de un justo medio que propicie reformas cuyo ¨¦xito est¨¢ subordinado a la movilizaci¨®n de ampl¨ªsimas mayor¨ªas sociales.
Con Obama se hace palpable el ejercicio de una ¨¦tica de la responsabilidad que se basa en la entrega ilusionada a una causa que se afronta con sentido de la distancia y asumiendo sin matices las consecuencias derivadas de ella. Pero, al mismo tiempo, no elude la necesidad pragm¨¢tica de atender aquella esencia de la democracia que, seg¨²n Kelsen, reside en prestar atenci¨®n pol¨ªtica no s¨®lo a la mayor¨ªa del presente, sino tambi¨¦n a esa minor¨ªa que, dentro de un clima de alternancia democr¨¢tica, habr¨¢ de convertirse en la futura mayor¨ªa del ma?ana.
En fin, toda una lecci¨®n de prudencia democr¨¢tica que demuestra que Estados Unidos encara la crisis con la conciencia de saberse ante una encrucijada de extraordinaria gravedad en la que no s¨®lo se juegan, como plantea Fareed Zakaria en su ensayo The Post-American World, su liderazgo planetario, sino tambi¨¦n su propia supervivencia. Algo que se echa de menos en la mayor¨ªa de las sociedades abiertas, especialmente aqu¨ª, en la vieja Europa. Esperemos que los errores del pasado no vuelvan a repetirse y que los prodigios de la libertad sean capaces de ponernos en la senda que evite los peligros del periodo de entreguerras.
Jos¨¦ Mar¨ªa Lassalle es secretario de Estudios del PP y diputado por Cantabria.
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