Almanaques
Si ahora que llega la Navidad no se pone uno nost¨¢lgico, ya me dir¨¢n cu¨¢ndo. Ah, que a usted no le gustan los t¨®picos... Pues entonces ser¨¢ que no le gusta la vida, porque la vida est¨¢ hecha de t¨®picos. Esa enfermedad suya no la puedo yo remediar, de modo que vuelvo a la nostalgia. Llega otra vez la Navidad y regresa tambi¨¦n, obediente y vital, la nostalgia. ?De qu¨¦, de qui¨¦n? De tanto y de tantos... En mi caso, sobre todo, de los almanaques.
No me refiero a los calendarios m¨¢s o menos zaragozanos, esos gruesos tacos en los que cada hoja era un d¨ªa -negros los laborables, rojos los domingos y fiestas de guardar- y en cuyo reverso pod¨ªamos leer una cita c¨¦lebre, un aforismo o una an¨¦cdota curiosa de Leonardo o de Espoz y Mina, vaya usted a saber. Simp¨¢ticos pero prescindibles: me avengo a vivir sin ellos. En cambio, resulta dif¨ªcil aceptar que ya no volver¨¢n los almanaques de aquellos tebeos (a¨²n no se hab¨ªan inventado los c¨®mics) de mi infancia.
Los personajes de cada historieta se enfrentaban a alg¨²n episodio de ambiente pascual
Aparec¨ªan puntual y escalonadamente, dos o tres semanas antes de la llegada propiamente dicha de las fiestas. Ahora les llamar¨ªamos n¨²meros extraordinarios de Navidad, pero para nosotros entonces eran almanaques: el de Jaimito, el del TBO, el de T¨ªo Vivo, el de Pumby, el de Tres amigos... Y tambi¨¦n, por supuesto, el de las series de grandes aventureros como el Capit¨¢n Trueno, el Jabato, el Cosaco Verde o Roberto Alc¨¢zar y Pedr¨ªn. Yo los compraba todos, incluso los de varios tebeos que no frecuentaba semanalmente durante el a?o. ?Y con qu¨¦ ilusi¨®n esperaba su llegada al quiosco, con qu¨¦ impaciencia echaba de menos al que se retrasaba en la cita! No s¨®lo es que nunca haya vuelto a esperar nada con ilusi¨®n semejante, sino que todo lo que luego he aguardado con ilusi¨®n fue gracias al rescoldo de aquella otra con que anhelaba los almanaques.
Estos almanaques segu¨ªan unas convenciones tan fijas como los rituales funerarios del antiguo Egipto. Los personajes de cada una de las historietas se enfrentaban a alg¨²n episodio de ambiente pascual, con obligada profusi¨®n de mu¨¦rdago, turr¨®n y champ¨¢n. El tono era invariablemente ligero, menos ¨¢cido en las s¨¢tiras y menos violento en los episodios de mis h¨¦roes favoritos (siempre espa?oles, claro, porque no hab¨ªa almanaques de yankis tan queridos como Hopalong Cassidy, Red Ryder o Gene Autry): despu¨¦s, todo acababa en la cena navide?a de la ¨²ltima vi?eta, compartiendo el inevitable pavo -s¨®lo Goliat sol¨ªa blandir para la ocasi¨®n un muslito de vaca...- mientras brindaban por la felicidad del a?o entrante: aquellos cincuentas y primeros sesentas, ay, hace tanto tiempo perdidos.
La inocencia del conjunto era realzada por los m¨ªnimos pero perdurables apuntes gratamente culpables: las curvas adivinadas de Sigrid, a las que siguieron m¨¢s tarde las ya muy expl¨ªcitas de las mozas dibujadas en Can-Can por Robert Segura (acaba de morir, las hur¨ªes le acojan en su seno: para mi generaci¨®n, fue nuestro Alberto Vargas), que me estimularon mucho m¨¢s y m¨¢s conspicuamente que su personaje de Rigoberto Picaporte. Desde el punto de vista del m¨¢s antiguo arte manual, siempre defender¨¦ la primac¨ªa de los dibujos er¨®ticos sobre las fotograf¨ªas de igual g¨¦nero, a veces demasiado cl¨ªnicas (pace Betty Page, que tambi¨¦n acaba de morir). Dec¨ªa Cioran que el seductor empieza como poeta y acaba como ginec¨®logo: la ilustraci¨®n picante, de Boucher a Segura o Vargas, nos dejan a medio camino, el lugar m¨¢s placentero.
El encanto de aquellos almanaques consist¨ªa en reunirnos en una fiesta navide?a sin discusiones ni malos rollos (como a veces padecen las dem¨¢s) con la otra familia que nos acompa?aba durante todo el a?o: la familia Ulises o Morcill¨®n y Babal¨ª, Carpanta, ?ngel Sise?or, Zipi y Zape, Mortadelo y Filem¨®n, el Reporter Tribulete... ?Acaso no form¨® parte de mi familia el Capit¨¢n Trueno? ?Alguien podr¨¢ negarme que fui primo de Taurus y cu?ado de Fideo de Mileto? Ahora ya no est¨¢n y se re¨²nen en la memoria con los otros parientes perdidos, m¨¢s carnales e ¨ªntimos. Es la nostalgia, el t¨®pico c¨ªclico de estas fechas, del que estamos hechos y que nos deshace.
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