Turno para los diamantes
La ciudad, vista desde la esquina m¨¢s dorada de la 'milla de oro'
Desde la esquina de las calles de Ortega y Gasset y Claudio Coello, Madrid se ve... limpio. Aceras pulcras, calzadas anchas y bancos de piedra o de hierro forjado donde se sientan a comer pipas se?oras con abrigo hasta los tobillos. En ese caso, las aceras quiz¨¢ no est¨¦n tan limpias, pero la impresi¨®n general sigue siendo buena. Normal, porque si hay una esquina de la capital que encarne la quintaesencia del lujo, probablemente sea ¨¦sta. En lo comercial, seguro.
A pocos pasos de diferencia est¨¢n, por ejemplo, las boutiques de Chanel, Louis Vuitton, Jimmy Choo, Valentino, Giorgio Armani y Tod's. Como muestra, un bot¨®n: lo m¨¢s barato en el escaparate de Tod's es un portallaves de... 115 euros. "Naaaaa, la clientela de estas tiendas no nota la crisis", dice, con aire de saber de lo que habla, Rafael, conserje de una finca de Claudio Coello. Y se?ala el cartel que cuelga de una porter¨ªa cercana: "?tico en alquiler con terraza". Se acerca, con aire conspirativo, y revela: "2.000 euros piden, ya ves".
La milla de oro, la llaman. Ortega y Gasset es la segunda calle m¨¢s cara de Madrid, seg¨²n la consultora Aguirre Newman. Primero est¨¢ Preciados, pero cualquiera que se haya peleado all¨ª por un metro cuadrado de espacio vital sabe que tiene menos glamour. Que se lo digan a esas parejas de madre e hija cogidas del brazo, de las que hay que tener a menos de cinco pasos para saber cu¨¢l es la madre y cu¨¢l la hija.
Raquel, de 50 para arriba, se detiene frente a Tiffany's cargada de bolsas. "Claro que se nota la crisis. Yo s¨®lo compro cosas ¨²tiles, ropa sobre todo". Se va a dejar 180 euros por persona. Por la sonrisa, parece que no le duelan. Y no, Tiffany's no lo va a pisar. "Cosas ¨²tiles", repite balanceando las bolsas y mirando de reojo el escaparate de la -quiz¨¢- joyer¨ªa m¨¢s famosa del mundo.
Desde que en Madrid se puede desayunar con diamantes, la milla de oro parece que brilla m¨¢s. Va a ser cierto el diagn¨®stico de Rafael, el conserje. A juzgar por lo concurrido de la planta s¨®tano de Tiffany's ayer al mediod¨ªa, ?qui¨¦n dijo crisis? Suerte que un sol¨ªcito joven trajeado se encargaba de gestionar los turnos. "Usted va detr¨¢s de ese caballero con gafas", informaba, carpeta en mano. Un alivio. Hubiera resultado muy, pero que muy raro tener que pedir la vez, como en la fruter¨ªa del mercado. Contra todo pron¨®stico, al dependiente ya no le extra?a que alguien le pregunte qu¨¦ es lo m¨¢s barato de la tienda. "Mira, tenemos colgantes de plata a partir de 70 euros", contesta veloz, mientras se?ala la vitrina menos abrumadora. "Y llevan escrito Tiffany's", apostilla.
"Buscaba un collar o una pulsera de la nueva colecci¨®n", se aventura una mujer. La dependienta le dice que no tienen nada de la nueva, pero le ofrece otras opciones. "Es que es para la madre de mi jefe", confiesa, como esperando que su interlocutora tome las riendas de la decisi¨®n. Las instrucciones son claras: unos 150 euros. Algo habr¨¢. Y as¨ª familias con ni?os peque?os, parejas, amigas, madres e hijas. Lleno. Al otro lado de la calle, en Louis Vuitton, tampoco paran. Hay mucho extranjero. Los 22 dependientes vuelan de una punta a otra del local y siempre hay alguien de pie frente a la caja. Rafael, el certero analista.
Parece que a nadie le ha dado todav¨ªa por emular a Holly Golightly, el seductor personaje que imagin¨® Truman Capote y llev¨® al cine Blake Edwards en Desayuno con diamantes. Lo confirma el vigilante de seguridad, siempre atento a la puerta y, ya puestos, a todo lo que suceda m¨¢s all¨¢. Nadie se ha plantado frente al escaparate a desayunar y a so?ar. Bueno, s¨ª, recuerda el vigilante. Pero eran de una empresa, una especie de broma interna. "Se puso una chica aqu¨ª, con el croissant y todo, y la grabaron". Tiffany's podr¨¢ tener siglo y medio de historia, pero probablemente el se?or Tiffany no se hubiera imaginado que una pel¨ªcula har¨ªa de su tienda de art¨ªculos de papeler¨ªa una marca global. "He comprobado que lo que mejor me sienta es tomar un taxi e ir a Tiffany's", dec¨ªa Holly. Por cierto, si a alguien le diera el impulso, tiene un par de Starbucks ah¨ª al lado.
Desde esta esquina, Madrid se ve limpio, lleno de bolsas con nombres evocadores como Dior o Cartier, de hombres trajeados y mujeres con gafas de sol ahumadas. Se ve adinerado. Y tambi¨¦n se ve a un chico nigeriano, que no da su nombre por pura verg¨¹enza, pidiendo por favor, por favor, se?ora, que alguien le compre La Farola. Dice que le gusta esta esquina. Que siempre viene aqu¨ª. Por eso mira mal a la mujer de falda larga y dientes dorados que le hace la competencia unos metros m¨¢s all¨¢. "A veces me dan algo; a veces, no", dice, encogi¨¦ndose de hombros.
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