Despedida a un amigo
Fue en Chile y a principios de los a?os sesenta que por primera vez asist¨ª a una obra de Harold Pinter, y fue una experiencia que alter¨® mi vida y mi literatura para siempre.
Lo m¨¢s ins¨®lito de esa hora y media en que presenci¨¦ El Montacargas fue cu¨¢n reconocible me result¨® de inmediato aquella producci¨®n, casi familiarmente latinoamericana pese a que hab¨ªa sido concebida en un ingl¨¦s el¨ªptico por un autor del distante barrio londinense de Hackney. Esa sensaci¨®n de cercan¨ªa con Pinter la fui confirmando en los a?os que siguieron.
Con cada obra teatral suya que conoc¨ª -y las devor¨¦ todas- se me fue haciendo m¨¢s indispensable, m¨¢s irremplazable. Fue Pinter el que me demostr¨® c¨®mo el arte dram¨¢tico puede ser l¨ªrico sin versificar, po¨¦tico por su mera capacidad de bucear en los ritmos enterrados de nuestras m¨¢gicas conversaciones cotidianas. Y me susurraba que a menudo hablamos, no para revelar lo que sentimos o pensamos, sino para esconder nuestra interioridad, para evitar aquella revelaci¨®n. Y no ten¨ªa miedo del silencio ni de que sus personajes tartamudearan o cayeran en una ret¨®rica inescrutable. Y comprend¨ªa Pinter que si empujas con suficiente encarnizamiento aquello que llamamos lo real, si lo empujas con desesperaci¨®n y porf¨ªa, es posible que se nos abra otra dimensi¨®n, algo fant¨¢stico, absurdo, delirante. Y suger¨ªa que las peores alucinaciones del miedo no deben estar inmunes del p¨¦ndulo lacerante del humor. Pero todas estas lecciones de dramaturgia palidecieron comparadas con lo que me ense?¨® Pinter acerca de la existencia humana, acerca de -me atrevo a usar esa palabra- la pol¨ªtica.
Desde el inicio, me visit¨® la intuici¨®n de que Harold Pinter estaba explorando un mundo profundamente pol¨ªtico. No en el sentido patente y claro con que, a partir de la d¨¦cada de los ochenta, armar¨ªa obras en que sus personajes sufr¨ªan los embates de un estado policial, a la merced de un ej¨¦rcito o un dictadorzuelo o el torturador de turno. En las primeras sobresalientes obras de Pinter de los a?os cincuenta y sesenta su imaginaci¨®n no ten¨ªa inter¨¦s en disputar la arena de lo p¨²blico ni tampoco, aparentemente, cambiar o mejorar el mundo. Sus protagonistas eran, por el contrario, los tristes ciudadanos de una intimidad asediada, ¨²nicamente obsesionados con la supervivencia personal y no colectiva.
Y, sin embargo, al atraparnos en aquellas vidas, Pinter estaba revel¨¢ndonos las muchas gradaciones y degradaciones del poder con una brutalidad que no hab¨ªa remarcado yo antes en otros autores supuestamente dedicados a examinar la urgente contingencia pol¨ªtica. Todo el poder, todo dominio y toda liberaci¨®n comienza all¨¢, nos dec¨ªa Pinter, en esas habitaciones claustrof¨®bicas donde cada palabra cuenta, cada peque?a expresi¨®n puede traer la derrota, cada frase puede que se pague con alguna secreta moneda de futuro sufrimiento. ?Quieren liberar a la humanidad de la opresi¨®n? Miren hacia adentro, miren hacia el lado, miren y registren la escondida violencia del lenguaje. Nunca olviden de que es en ese vocabulario donde se origina la otra violencia paralela, la que se cierne sobre el cuerpo ajeno.
Dos hombres en un s¨®tano que deben matar a alguien. Un viejo vagabundo que se instala como cuidador en un aposento desolado. Una celebraci¨®n de cumplea?os interrumpida por invasores insensatos y torpes. Una mujer que plancha y cocina mientras sospecha que alguien quiere echarle de su domicilio. Un hijo que retorna con una mujer enigm¨¢tica al hogar corrupto del que huy¨® hace muchos a?os atr¨¢s.
Escenas primordiales de traici¨®n y amenaza que pod¨ªan estar transcurriendo en cualquier rinc¨®n de nuestro planeta, encarnaciones de un vasto paisaje del terror, la condici¨®n precaria en que reside la gran mayor¨ªa de la humanidad contempor¨¢nea, la historia ignorada del siglo XX y probablemente de los siglos que lo han de suceder. Fue natural que yo proyectara sobre esas existencias nacidas en Inglaterra las sombras perturbadoras de mi propia Latinoam¨¦rica. ?Cu¨¢ntos Davies sin casa cruzaban las calles de Santiago de Chile? ?Cu¨¢ntas mujeres llamadas Rose o Rosa tem¨ªan y deseaban un visitante desde su pret¨¦rito imperfecto? ?Cu¨¢ntos sicarios no se toman el tiempo en los subsuelos de Buenos Aires ayer, cu¨¢ntos no nos estaban esperando ma?ana en alg¨²n subterr¨¢neo de S?o Paolo?
?Y c¨®mo contar esas historias, c¨®mo respetar la incertidumbre de aquellas existencias al borde de la extinci¨®n, c¨®mo desnudar esas m¨¢scaras, y hacerlo con ternura, hacerlo con amor hacia aquellas v¨ªctimas de su propia ilusi¨®n?
Pinter hab¨ªa descubierto el secreto.
Y toda mi vida me ha rondado ese descubrimiento y ese talento. Tan trastornado por sus obras, que el primer libro que escrib¨ª, a los 23 a?os, fue un examen de su teatro. Tanto me rond¨® Pinter que, muchos a?os m¨¢s tarde, cuando empec¨¦ a escribir yo mismo en ese g¨¦nero, fueron su influencia y su est¨¦tica las que me guiaron, hasta el punto de que le dediqu¨¦ La muerte y la doncella. A esas alturas, ya nos hab¨ªamos hecho amigos, ¨¦l y yo y su mujer Antonia y mi Ang¨¦lica, pero todos nuestros encuentros y excursiones y cenas eran, de hecho, formas de continuar una conversaci¨®n que entabl¨¦ con ¨¦l antes de que me honrara con su afecto.
Sus personajes se caracterizaban por ser incapaces de comunicarse entre s¨ª, por hallarse perdidos en el pantano de una soledad impenetrable, pero Pinter mismo jam¨¢s se sinti¨® plagado por esa reticencia, siempre se hizo absoluta y meridianamente comprensible. Ya en esa primera ocasi¨®n en que presenci¨¦ una obra suya en Santiago supo Pinter desterrar, simplemente al darle un nombre, mi propio desamparo. Ahora que est¨¢ presumiblemente muerto, ahora que debo enfrentar un mundo en que no podr¨¦ llamarlo por tel¨¦fono y escuchar su voz seca y rasa, ahora que no voy a poder sentarme, como lo hemos hecho en Londres y Nueva York, en Gales y Par¨ªs y Edimburgo, ahora que no voy a poder conspirar con ¨¦l para denunciar la ¨²ltima tropel¨ªa y el pen¨²ltimo abuso de los derechos humanos, ahora que el correo nunca m¨¢s me traer¨¢ sus nuevos poemas o pensamientos, lo que me queda es lo mismo que descubr¨ª hace 45 a?os en la lejan¨ªa de Santiago cuando me encandil¨® esa primera obra, no me queda otra que esperar que habr¨¢ de seguir ayud¨¢ndome a m¨ª y a tantos otros a desentra?ar los misterios de nuestra ¨¦poca gloriosa y miserable, lo ¨²nico que me queda es agradecer la ferocidad del coraz¨®n con que persigui¨® la verdad de nuestra inmensa condici¨®n humana.Sus protagonistas eran los tristes ciudadanos de una intimidad asediada Supo desterrar, simplemente al darle nombre, mi propio desamparo
Ariel Dorfman es escritor chileno. Pinter dedic¨® su ¨²ltimo libro de poemas a Dorfman y a su mujer, Ang¨¦lica.
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"Un humanista l¨²cido e inquieto"
Desde diferentes partes de Europa, escritores y dirigentes pol¨ªticos han declarado su consternaci¨®n tras la muerte de Harold Pinter. Uno de los primeros ha sido el dramaturgo checo y ex presidente de su pa¨ªs Vaclav Havel -sempiterno candidato al Nobel-. "La solidaridad que nos manifest¨® tanto a m¨ª como a mis compa?eros de la ¨¦poca de la resistencia anticomunista fue de una gran importancia", asegur¨® en un comunicado difundido por Internet. "Pinter era un excelente dramaturgo. Desde mi juventud siempre le apreci¨¦ much¨ªsimo y con el tiempo nos convertirmos en amigos personales. Su muerte me ha afectado profundamente y s¨®lo me queda expresar mis condolencias a su mujer, Lady Antonia Fraser".
Otro pol¨ªtico que declar¨® su admiraci¨®n por el autor fue el presidente franc¨¦s Nicolas Sarkozy, que calific¨® a Pinter como "un humanista l¨²cido, inquieto e intransigente". "Ten¨ªa un temperamento rebelde y heterodoxo. Desde Caretaker hasta Ashes to ashes, Pinter busc¨® durante toda su vida la verdad de los seres y de las situaciones. Tanto en su labor de escritor como en su vida de ciudadano castig¨® sin descanso la estupidez humana y sus numerosas manifestaciones".
El director creativo de la BBC, Alan Yentob, coment¨®: "Fue una figura ¨²nica en el teatro brit¨¢nico. Domin¨® la escena teatral desde los a?os cincuenta de la pasada centuria". Tambi¨¦n manifestaron su duelo los miembros de la Central School of Speech and Drama de la Universidad de Londres. A causa de su enfermedad, Pinter no pudo recoger a principios de diciembre el t¨ªtulo de doctor honoris causa que le hab¨ªan concedido.
La viuda del dramaturgo, la prestigiosa historiadora Lady Antonio Fraser, autora de t¨ªtulos de referencia como Mar¨ªa, reina de los escoceses, Carlos II -en la que se bas¨® la serie hom¨®nima de la BBC- o Mar¨ªa Antonieta: el viaje -inspiraci¨®n para la pel¨ªcula de Sofia Coppola- hizo una breve declaraci¨®n en la que asegur¨®: "Harold fue un grande. Ha sido un privilegio vivir con ¨¦l durante 33 a?os. Nunca ser¨¢ olvidado".
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