T¨¤pies: cruz y raya
Cual si fuera un joven artista en el fragor de darse a conocer y, para ello, que ha de reclamar peri¨®dicamente la atenci¨®n p¨²blica, Antoni T¨¤pies (Barcelona, 1923), ya doblado el ecuador de su octava d¨¦cada de existencia, acude cada par de a?os a su cita madrile?a y, siempre, con obra reciente. As¨ª se nos vuelve a presentar ahora, como si tal cosa, con 16 cuadros, de muy diversos formatos, que no excluyen los tama?os de entre 200 y 260 cent¨ªmetros, todos fechados en 2007 y 2008, lo cual, una vez m¨¢s, deja a las claras c¨®mo T¨¤pies ha centrado su vida en los laboriosos l¨ªmites de la producci¨®n de su obra. Ni el estar de vuelta, ni las cortapisas y los quebrantos de la alta edad detienen el fluido curso de su feraz trayectoria. Esta absorbente pasi¨®n creadora, en s¨ª misma admirable, no se ha acomodado jam¨¢s a ninguna rutina, por lo que, sin necesidad de cambios abruptos, nos sorprende cada vez con renovada luz.
Antoni T¨¤pies
Galer¨ªa Soledad Lorenzo. Orfila, 5. Madrid
Hasta el 17 de enero de 2009
Elijamos dos obras de la presente muestra como modelos de los extremos contrapuestos donde se desenvuelve dial¨¦cticamente la obra actual de T¨¤pies: la primera, Tres fustes sobre blanc (2007), pintura y ensamblaje sobre tela, de 195¡Á260 cent¨ªmetros, donde, sobre un par de blancos paneles sim¨¦tricos, ha insertado tres tablones con la madera desbastada a la vista, pigmentando aleatoriamente con negro ciertas partes de este resplandeciente conjunto; la segunda, Materia ocre amb grafismes blancs (2008), t¨¦cnica mixta sobre madera, de 65¡Á81 cent¨ªmetros, cuya pulida superficie est¨¢ enterrada por una esponjosa materia, que, a su vez, est¨¢ surcada por abruptas hendiduras y gruesos chorretones del m¨¢s empastado y reluciente blanco. As¨ª, pues, por un lado, lo que podr¨ªamos metaf¨®ricamente llamar la negra crucifixi¨®n del blanco o la dram¨¢tica impurificaci¨®n de la luz, mientras, por otro, lo que cabr¨ªa describirse como el barro en crudo de un alfarero al que sucesivas violentas laceraciones le hubiera hecho supurar una sensual rebaba blanca, demostrando que la densa oscuridad de la materia org¨¢nica genera destellos. Por un lado, la materializaci¨®n, la ca¨ªda en el tiempo, de lo inmaterial reverberante, y, por otro, la activaci¨®n o el procesamiento de la inerte materia bruta. Por un lado, una n¨ªtida superficie a lo Mal¨¦vich, en la que se superponen trozos rectangulares de madera y manchones negros, como si ese inmaculado espacio metaf¨ªsico de fondo o de origen lo hubiera emponzo?ado un Schwitters; por otro, la espuerta embarrada de un Rembrandt que deviene un hosco hervidero de luz. Lo alto y lo bajo. El cielo y la tierra. La superficie y el relieve. La geometr¨ªa y el laberinto. El signo y la retorta. La memoria y la materia. El espacio y el tiempo.
Hay obviamente otras obras en la exposici¨®n, cada una de las cuales rehace el universo de este artista y nos remite a sus obsesiones en forma de signos, s¨ªmbolos, leyendas, objetos caracter¨ªsticos. Al cabo de los a?os, T¨¤pies nos demuestra que todo el arte est¨¢ en cada obra de arte y en cada momento de la vida de su creador. -
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