Lo que los sabios ignoran
Un libro de entrevistas con grandes personalidades de nuestro tiempo (casi todos candidatos al Nobel, algunos con ¨¦xito) es un art¨ªculo agradable que se justifica por s¨ª mismo, tanto m¨¢s si tiene, como ¨¦ste, el a?adido tranquilizador de que su origen son emisiones televisivas, porque, aunque se trate de programas culturales, sabemos de antemano que en ese formato nadie se atrever¨ªa a ponerse a explicar la estructura del ADN recombinante o del parentesco entre los dogon. No hac¨ªa falta, pues, presentar esta obra como sus autores se han sentido obligados a hacerlo: como si los entrevistados fuesen un grupo de gu¨ªas religiosos en cuyas palabras la humanidad debiera buscar la clave de su salvaci¨®n (porque esto convierte a estos hombres y mujeres admirables por su trabajo en una especie de santones de un star-system del esp¨ªritu travestido de espect¨¢culo cultural); y como si los entrevistadores fueran pioneros de una misteriosa "¨¦tica mundial" de la que se dice poco m¨¢s que el nombre o del "di¨¢logo intercultural" (?en qu¨¦ sentido entrevistar a Edward Teller, Leszek Kolakowski o Ilia Prigogine es contribuir al di¨¢logo entre culturas?). Y, sobre todo, no se ve muy bien la necesidad de ese ep¨ªlogo en donde se nos adoctrina acerca de la "consciencia c¨®smica" y se nos advierte que "el hombre se revela verdaderamente humano en la b¨²squeda de metaf¨ªsica y de trascendencia", como si esto fuera la conclusi¨®n de alg¨²n argumento previo, argumento que en realidad no existe; y a veces resulta muy molesto y pegajoso el modo en que se asedia a los interrogados con este asunto del m¨¢s all¨¢.
El libro de los saberes. Conversaciones con los grandes intelectuales de nuestro tiempo
Constantin von Barloewen y Gala Naoumova
Traducci¨®n de Mar¨ªa C¨®ndor
Siruela / C¨ªrculo de Lectores, 2008
580 p¨¢ginas. 29,90 euros
Desde el punto de vista cient¨ªfico, est¨¦tico o intelectual, no se trata de que estas entrevistas a?adan nada relevante a la obra ya hecha de sus protagonistas -pol¨ªticos como Butros-Ghali o Federico Mayor Zaragoza, analistas como R¨¦gis Debray o Samuel Huntington, literatos como Adonis, Carlos Fuentes, Nadine Gordimer, Czeslaw Milosz, Wole Soyinka o Amos Oz, cient¨ªficos sociales como Claude L¨¦vi-Strauss y Arthur Schlesinger, o naturales como Stephen Jay Gould, Edward Teller, Ilya Prigogine y Erwin Chargaff, m¨²sicos como Yehudi Menuhin, arquitectos como Philip Johnson u Oscar Niemeyer, una psicoanalista como Julia Kristeva, autoridades espirituales como Raimon Panikkar, Elie Wiesel o Paul Poppard, y fil¨®sofos como Leszek Kolakowski, Michel Serres, Tu Wei-Ming o Paul Virilio-; en realidad, se trata m¨¢s bien de preguntarle a la gente sobre lo que no sabe, pero con la esperanza de escuchar as¨ª alg¨²n acento m¨¢s personal, qui¨¦n sabe si alg¨²n detalle curioso, y desde luego alguna de esas rupturas de la continuidad, esas salidas de tono m¨¢s o menos dram¨¢ticas que constituyen la gracia de este g¨¦nero. En el libro hay muchas notables, tiernas, l¨²cidas; por ejemplo, cuando a Chargaff se le pregunta por la bio¨¦tica, se despacha con un brillante y agud¨ªsimo mal humor: "Me parece absurdo cortar en lonchas la ¨¦tica como un salchich¨®n. No existe m¨¢s que una sola ¨¦tica, del mismo modo que existe una metaf¨ªsica. La bio¨¦tica existe tan poco como la porno¨¦tica o la clepto¨¦tica. No tenemos ni idea de lo que significa la palabra 'bio', si no es la capacidad de ganar dinero con los ¨®rganos, sus extractos o sus copias. Pero eso no es m¨¢s que necro¨¦tica"; o bien la respuesta de Kolakowski cuando se le pide una previsi¨®n de futuro: "Piense solamente en los profetas actuales -por ejemplo, en los economistas, gente lista y competente- y en sus predicciones, que a menudo s¨®lo sirven para tirarlas a la papelera al cabo de un a?o"; o la ajustada descripci¨®n que da Amos Oz de nuestras vidas: "Las personas trabajan m¨¢s de lo que deber¨ªan, nada m¨¢s que para ganar una mayor cantidad de dinero que en realidad no necesitan, con el fin de comprarse objetos que en realidad no necesitan y de impresionar a unas personas a las que en realidad no quieren". Y tambi¨¦n cuando L¨¦vi-Strauss, ante el acoso con la estantigua de la trascendencia, zanja la cuesti¨®n para decepci¨®n de Barloewen: "Estoy firmemente convencido de que la vida no tiene ning¨²n sentido"; a lo que a?ade, como si esto le hubiese parecido poco: "Nada tiene ning¨²n sentido".
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