Moriscos: el mayor exilio espa?ol
El Cuarto Centenario de la expulsi¨®n de los moriscos es una buena ocasi¨®n para reconciliar a la sociedad espa?ola con su propia historia y con los descendientes de esos compatriotas que hoy pueblan el Magreb
Hay oportunidades, sobre todo en pol¨ªtica, que s¨®lo se presentan una vez en la vida, y desperdiciarlas puede convertirse en un error irreparable. Este a?o 2009 que acaba de comenzar, el Gobierno de Rodr¨ªguez Zapatero tiene una oportunidad ¨²nica para transformar la conmemoraci¨®n de uno de los m¨¢s tr¨¢gicos acontecimientos de la Historia de Espa?a, el Cuarto Centenario de la expulsi¨®n de los moriscos espa?oles, en un espacio de reencuentro entre Occidente y el Islam. Una tarea que puede encontrar adem¨¢s un clima internacional m¨¢s propicio en la nueva presidencia de Estados Unidos y que resulta imprescindible para hacer frente a los estragos morales, pol¨ªticos y sociales generados no s¨®lo por el terrorismo yihadista, sino tambi¨¦n por la aberrante reacci¨®n antiterrorista promovida por el ex presidente norteamericano George Bush y secundada por el ex presidente del Gobierno espa?ol Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar.
En 1609 se decret¨® la expulsi¨®n de medio mill¨®n de espa?oles de ra¨ªces musulmanas
En nuestros d¨ªas hay en todo el Magreb descendientes de los llamados "andalus¨ªes"
Este tipo de eventos tiene obviamente una dimensi¨®n acad¨¦mica y cultural, pero ser¨ªa un verdadero desperdicio que se obviara la dimensi¨®n pol¨ªtica de la efem¨¦ride. La Historia es ciencia social, pero es tambi¨¦n elemento de la realidad pol¨ªtica del presente. Basta ver el uso que de ella hace la organizaci¨®n terrorista Al-Qaeda cuando clama por la recuperaci¨®n de Al-Andalus (la Espa?a medieval musulmana) para su pretendido nuevo califato, o cuando califica a las tropas occidentales destacadas en Afganist¨¢n o en Irak como "cruzados", resucitando as¨ª el fantasma de los cr¨ªmenes cometidos por los ej¨¦rcitos medievales europeos durante las conquistas de Tierra Santa. Son ejemplos del uso propagandista de la Historia para sostener pol¨ªticas de terror y de guerra. Frente a ello se hace necesario oponer al integrismo yihadista una lectura diferente de la Historia capaz de hacer de ¨¦sta una herramienta de paz y de di¨¢logo. Una lectura que no niegue los abusos del pasado o trate de justificarlos oponi¨¦ndolos a los abusos del otro bando, sino que busque el reencuentro entre las personas que son herederas hoy de aquellos lejanos conflictos. Reconciliarse en el presente para desactivar la bomba de odio del pasado, ¨¦se debiera ser el objetivo. Un objetivo que Espa?a est¨¢ en condiciones de liderar por razones hist¨®ricas y porque tiene ya la experiencia del proceso de reconciliaci¨®n nacional con su pasado reciente.
La identidad espa?ola se ha construido con m¨²ltiples elementos culturales cristianos, jud¨ªos, musulmanes y laicos, entre otros. Sin embargo, durante siglos se ha impuesto una versi¨®n oficial unidimensional de "lo espa?ol", equipar¨¢ndolo a lo cat¨®lico y lo conservador. Una concepci¨®n intolerante que ha llenado de exilios y expulsiones la Historia de Espa?a, amputando comunidades enteras y regando el mundo de espa?oles condenados a la lejan¨ªa y al olvido. Tal fue el caso de los moriscos.
El 22 de septiembre de 1609, bajo el reinado de Felipe III, las autoridades espa?olas comenzaron la expulsi¨®n de la comunidad morisca, aproximadamente medio mill¨®n de personas. ?se ha sido, proporcionalmente, el mayor exilio de la Historia de Espa?a, pues la poblaci¨®n entonces era mucho menor que tras la Guerra Civil de 1936-1939 (cuando en torno a un mill¨®n de espa?oles tuvieron que abandonar el pa¨ªs). Sin embargo, no es el exilio m¨¢s recordado. De hecho, son muchos los espa?oles de hoy que no conocen esta tr¨¢gica historia.
Tras la toma del Reino de Granada por los Reyes Cat¨®licos, la mayor parte de sus habitantes permaneci¨® en la pen¨ªnsula, recibiendo el nombre de moriscos, gracias al pacto acordado entre los monarcas cat¨®licos y el derrotado rey Boabdil, seg¨²n el cual las autoridades cristianas se compromet¨ªan a respetar las creencias religiosas, y costumbres de los musulmanes granadinos, a cambio de la fidelidad de ¨¦stos a los reyes. Un compromiso que s¨®lo se respet¨® durante ocho a?os, pues poco antes de la muerte de la reina Isabel las autoridades pol¨ªticas y eclesi¨¢sticas de Granada empezaron a obligarlos a convertirse.
La presi¨®n sobre los moriscos se hizo insoportable y a las conversiones forzosas les siguieron los procesos inquisitoriales contra aquellos moriscos convertidos que eran vistos con desconfianza. El resultado fue, primero, un lento goteo de antiguos musulmanes que pasaban a tierras magreb¨ªes y, despu¨¦s, una violenta insurrecci¨®n morisca, una guerra civil que asol¨® las Alpujarras durante casi tres a?os con un saldo terrible de brutalidades por parte de ambos bandos. En 1571, tras la muerte del cabecilla de la insurrecci¨®n, Hernando de V¨¢lor, m¨¢s conocido como Aben Humeya, las tropas reales terminaban con los ¨²ltimos reductos moriscos, pero la enemistad generada por la guerra permaneci¨® y llev¨® al rey a decidir la expulsi¨®n de la comunidad en pleno. Los moriscos no pudieron pues elegir, como hab¨ªan hecho los jud¨ªos poco m¨¢s de un siglo antes, entre convertirse al cristianismo o partir en exilio. Una tragedia m¨¢s a a?adir a la expatriaci¨®n, pues aquellos que se hab¨ªan convertido de buen grado fueron recibidos con recelo por los musulmanes del norte de ?frica a causa de su condici¨®n de cristianos. Cervantes traz¨® en El Quijote, con el personaje de Ricote, un pat¨¦tico retrato del drama de los moriscos que trataban de regresar clandestinamente a su patria perdida.
Algunos moriscos, al igual que hab¨ªan hecho los jud¨ªos, emigraron tambi¨¦n de forma clandestina a Am¨¦rica en busca de fortuna, y su huella se aprecia en culturas ecuestres como la de los "gauchos" argentinos. Otros, que hab¨ªan partido antes de la expulsi¨®n masiva, se alistaron en el ej¨¦rcito del sult¨¢n de Fez y conquistaron la legendaria ciudad de Tombuct¨², en pleno coraz¨®n de ?frica, donde formaron una casta poderosa que ha llegado hasta nuestros d¨ªas con el nombre de los "armas". Pero la mayor¨ªa de los moriscos se afinc¨® en la costa africana mediterr¨¢nea.
En nuestros d¨ªas hay en todo el Magreb descendientes de aquellos exiliados, llamados gen¨¦ricamente "andalus¨ªes". La huella morisca es muy clara en Argelia, T¨²nez y Marruecos, cuya capital, Rabat, fue refundada en el siglo XVII al constituirse en ella una singular rep¨²blica pirata formada por moriscos venidos de Extremadura (del pueblo de Hornachos, para ser exactos), que trajo de cabeza a las armadas espa?olas, francesa e inglesa durante medio siglo. El descendiente directo del primer gobernador de aquella rep¨²blica es hoy un coronel del ej¨¦rcito marroqu¨ª de apellido Bargasch (transcripci¨®n francesa del apellido Vargas). Existe, pues, un legado espa?ol que forma parte ya de las sociedades magreb¨ªes y que puede convertirse en puente de uni¨®n entre las dos riberas mediterr¨¢neas.
El Cuarto Centenario de la expulsi¨®n de los moriscos debiera jugar el mismo papel que desempe?¨® en 1992 la conmemoraci¨®n de la expulsi¨®n de los jud¨ªos: una ocasi¨®n para reconciliar a la sociedad espa?ola con su propia Historia y con los descendientes de esos otros espa?oles que desde hace siglos pueblan el mundo, llevando con ellos la nostalgia y el amor por su antigua patria, expresado en su m¨²sica, en las palabras castellanas conservadas en su lenguaje, en su inter¨¦s por todo lo espa?ol. Una ocasi¨®n tambi¨¦n para reconocer su sufrimiento.
No se trata ahora de otorgar nacionalidades, sino de cambiar la din¨¢mica de la Historia, de transformar el odio de anta?o en amistad nueva recuperando la memoria de la tragedia morisca y buscando f¨®rmulas de hermanamiento. Todo ello requerir¨ªa pol¨ªticas activas, tanto del Gobierno de Espa?a como de los gobiernos auton¨®micos directamente afectados por la conmemoraci¨®n (los de Extremadura, Castilla-La Mancha, Andaluc¨ªa, Murcia, Valencia...), e iniciativas que enmarcasen la evocaci¨®n hist¨®rica en una din¨¢mica de intercambios culturales, econ¨®micos y pol¨ªticos entre territorios y ciudades antiguamente rivales (por ejemplo, Denia y Valencia, que fueron punto de partida de los primeros moriscos expulsados, y Argel, su punto de llegada). La conmemoraci¨®n, por su trascendencia, exige un esfuerzo de coordinaci¨®n si se quiere que tenga la necesaria dimensi¨®n pol¨ªtica. En una de esas paradojas a las que es tan aficionada la Historia, buena parte de la pol¨ªtica internacional que propugna el presidente Rodr¨ªguez Zapatero va a ser puesta a prueba en el centenario de la expulsi¨®n de los moriscos espa?oles, pues dif¨ªcilmente puede ser cre¨ªble su propuesta de Alianza de Civilizaciones si Espa?a, el pa¨ªs que la postula y que ¨¦l preside, dejara pasar la oportunidad de reconciliarse con su propio pasado isl¨¢mico.
Jos¨¦ Manuel Fajardo, escritor, es autor de la novela El Converso.
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