Parte de bajas
Nunca faltan las noticias que te recuerdan que no, que desde luego no hay nada sagrado. Me cuentan que el mundillo del periodismo neoyorquino anda noqueado: se cerraba diciembre cuando el Village Voice desped¨ªa, entre otros, a su columnista estrella, Nat Hentoff. Imaginen: ser¨ªa como si este diario prescindiera de los servicios de... oh, dej¨¦moslo, ya se har¨¢n una idea.
En Europa, Nat Hentoff tiene reputaci¨®n como adalid del jazz, responsable de libros esenciales como Hear me talkin' to ya, aunque tambi¨¦n se puede hallar su firma en discos de Bob Dylan o Aretha Franklin. Pero en Estados Unidos es mucho m¨¢s visible como historiador y, sobre todo, como polemista pol¨ªtico.
Hentoff ejerce un periodismo combativo que indaga antes de disparar (pueden leer algunos textos traducidos en rebelion.org). Pero se ha hecho inc¨®modo. Con la edad -tiene ahora 83 a?os- fue rompiendo filas en cuestiones de conciencia, como la defensa radical de la libertad de expresi¨®n frente al imperio del lenguaje pol¨ªticamente correcto. Perdi¨® la mitad de sus amigos en 2003, cuando se aline¨® con Tony Blair en su argumento de derrocar a Saddam Hussein por razones humanitarias. M¨¢s recientemente, le dej¨® de hablar el resto de sus conocidos cuando rechaz¨® apoyar a Barack Obama por motivos morales: el candidato defend¨ªa el aborto y la eutanasia, asuntos en que Hentoff se declara provida.
Las funciones de un medio como el 'Village Voice' son ahora parte de la oferta de Internet
Puede parecer que Hentoff ya no sintonizaba con el Zeitgeist. Pero no le han echado del Village Voice por salirse del tiesto: el peri¨®dico nunca ha estado marcado por una f¨¦rrea l¨ªnea ideol¨®gica, algo en lo que insist¨ªa Norman Mailer, su cofundador, cuando patrullaba la redacci¨®n. Seguramente, Hentoff ha sido eliminado por una cuantificable cuesti¨®n econ¨®mica y, posiblemente, por una voluntad nebulosa de "modernizar" sus contenidos.
El Village Voice fue adquirido en 2005 por una poderosa empresa de Arizona especializada en semanarios alternativos, que controla ahora 17 t¨ªtulos con una tirada total de 1.800.000 ejemplares. Este tipo de prensa gratuita no tiene mucho que ver con la que conocemos aqu¨ª: descendiente del esp¨ªritu del underground, suele ser peleona, con dedicaci¨®n al periodismo de investigaci¨®n de ¨¢mbito local, rica en informaci¨®n cultural, tolerante con el subjetivismo y con los art¨ªculos largos.
Su tal¨®n de Aquiles es, obvio, la publicidad. El Village Voice super¨® las fronteras del Greenwich Village y se convirti¨® en una publicaci¨®n de todo Nueva York por el vigor de su periodismo y sus columnas de opini¨®n, pero tambi¨¦n por ofrecer servicios indispensables: cartelera cultural, mercado y bolsa de trabajo para los que probaban la vida bohemia, incluso como punto de contacto para corazones solitarios o buscadores de aventuras.
Evidentemente, todas esas funciones son ahora parte de la oferta de Internet (?y ya no hay que mancharse los dedos con la tinta!). Incluso, sus columnas han perdido impacto ante la competencia de la blogosfera. Resultado: el Village Voice, que era una mina de oro, est¨¢ ganando menos dinero que antes. Y los nuevos propietarios han reaccionado con el automatismo previsible, recortando la mitad de la plantilla, sembrando la frustraci¨®n y el miedo entre los empleados restantes.
Nat Hentoff no se queda en la calle: sigue publicando libros -el pr¨®ximo se titula At the jazz band ball: 60 years on the jazz scene- y tiene otras colaboraciones regulares. Sin embargo, su miserable salida del Village Voice contrasta con el tratamiento otorgado a otra instituci¨®n del periodismo de Manhattan: David Levine, el feroz caricaturista del New York Review of Books.
Levine sufre una enfermedad degenerativa que le hace perder vista y pulso. Desde hace tres a?os, ya no publica nuevos dibujos en la Review, pero su nombre se mantiene en n¨®mina y cobra por la explotaci¨®n de su obra. Y un reconocimiento agridulce: le ha sustituido un disc¨ªpulo que sigue sus pautas. Nadie es irreemplazable, pero nunca est¨¢ de m¨¢s un poco de elegancia.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.