Mientras el mundo calla
Las reacciones de la comunidad internacional hacia algunas pol¨ªticas inaceptables de Israel con los palestinos o con los Estados lim¨ªtrofes, como fue el caso de L¨ªbano en el verano de 2006, nunca han sido un ejemplo de claridad ni de eficacia. Pero en esta ocasi¨®n, el conflicto reviste unas especiales caracter¨ªsticas que ha favorecido, m¨¢s que en otros episodios del pasado, la lentitud y la tibieza en la respuesta de las principales potencias y organismos multilaterales, a comenzar por las propias Naciones Unidas.
El ideario totalitario de Ham¨¢s, as¨ª como el respaldo que recibe de Siria e Ir¨¢n, ha hecho que algunos pa¨ªses de la regi¨®n, entre los que destaca Egipto, no hayan tenido clara la elecci¨®n entre aliviar el padecimiento de los habitantes de Gaza y consentir que Israel reduzca el poder de las milicias. Desde el inicio del conflicto los principales pa¨ªses ¨¢rabes han optado por navegar entre dos aguas, intentando no dar la impresi¨®n de que abandonan a los palestinos a su suerte pero tambi¨¦n evitando cualquier iniciativa que, por ayudarlos, pueda favorecer a Ham¨¢s. Y no s¨®lo por Ham¨¢s, sino tambi¨¦n por las ambiciones de sus patrocinadores.
Fuera de la regi¨®n, otras potencias con cierta capacidad de influir en el desarrollo del conflicto parecen haber actuado desde la convicci¨®n de que Israel, al que le sobra la fuerza militar, tiene una perentoria necesidad de tiempo para emplearla. Es el punto m¨¢s d¨¦bil de la estrategia del Gobierno de Olmert, el mismo que provoc¨® el fiasco de L¨ªbano: la magnitud de los medios desplegados en Gaza s¨®lo puede acabar con la completa desaparici¨®n de Ham¨¢s; cualquier otro desenlace ser¨ªa equivalente a una derrota. Tiempo ha sido, precisamente, lo que le han ofrecido a Israel algunos miembros de la Uni¨®n Europea y, por descontado, Estados Unidos, hasta que los ciudadanos han empezado a movilizarse y la inacci¨®n ha conllevado un coste pol¨ªtico interno. No es seguramente una casualidad que la posici¨®n de Francia haya sido la m¨¢s clara y la manifestaci¨®n de Par¨ªs contra la invasi¨®n de Gaza la m¨¢s numerosa de las celebradas en Europa.
De Naciones Unidas no se pod¨ªa esperar una decisi¨®n contundente, debido al veto norteamericano. Pero s¨ª resultaba plausible un mayor protagonismo de la organizaci¨®n. Era a ella, a su secretario general y a sus altos funcionarios, a quienes correspond¨ªa recordar infatigablemente que, sea cual sea la naturaleza de Ham¨¢s, los habitantes de Gaza no pueden ser sometidos a un f¨¦rreo embargo de alimentos y medicinas, bombardeados desde el aire y, finalmente, abandonados al fuego cruzado entre el Ej¨¦rcito israel¨ª y las milicias armadas. Tampoco hubiera estado de m¨¢s una mayor presencia pol¨ªtica en la zona, un desplazamiento del secretario general o alg¨²n alto responsable de la organizaci¨®n, para mostrar ante los diversos Gobiernos de la regi¨®n su preocupaci¨®n por el mill¨®n y medio de seres humanos encerrados en una ratonera y exigirles el cumplimiento escrupuloso del derecho humanitario.
La inacci¨®n de la comunidad internacional y, sobre todo, de Naciones Unidas, con todas las limitaciones que tiene su funcionamiento, no ha hecho m¨¢s que alimentar el futuro del conflicto, por m¨¢s que la llamarada actual haya de acabar un d¨ªa. Cuando la guerra llama al manique¨ªsmo es cuando m¨¢s hay que proclamar los matices y exigir que se act¨²e respet¨¢ndolos. Hace una semana, era el momento de que alguien con autoridad internacional dijera que Ham¨¢s y los palestinos no son la misma cosa, y exigiera que el comportamiento de Israel lo tuviera en cuenta. Se ha dicho tarde y se ha dicho sin convicci¨®n, mientras el mundo calla.
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