"Mi curandera me salv¨® la vida"
Asombroso, pero resulta que no todos los mexicanos tienen la pared estomacal de piedra volc¨¢nica. La cantante Lila Downs anuncia que prefiere unas viandas "ligeritas", despu¨¦s de que la ¨²ltima sucesi¨®n de caldo de sesos y enchilada de puerco hiciera estragos en su aparato digestivo. "Llegaba a M¨¦xico con tanto antojo de comer que se me fue la mano", argumenta, divertida. Claro que Jorge Mar¨ªn, El Gre?as, nuestro anfitri¨®n y maestro en el arte de la hospitalidad, ya se encargar¨¢ de que la comanda no resulte tan frugal como nos promet¨ªamos.
Downs, 40 a?os, irrumpe con el rostro fatigado por el jet lag pero hermosa con sus inmensas trenzas rosas ("las luzco como un s¨ªmbolo del rancho, del atractivo femenino alejado de los patrones occidentales") y radiante porque su reciente ¨¢lbum, Ojo de culebra, ha irrumpido como un tiro en las emisoras del mundo. Se la ve feliz y serena a esta Frida Kahlo del nuevo siglo, y eso que la temporada comenz¨® con muy mal pie. El d¨ªa que le anunciaron que no podr¨ªa tener chiquillos, pens¨® que la tristeza ya no la abandonar¨ªa jam¨¢s.
La cantante mexicana intenta superar el drama de no poder tener hijos
"Me sent¨ª vac¨ªa, destrozada, sin saber por qu¨¦ hab¨ªa venido al mundo", refiere con su intensa mirada azabache. Confinada en su casa de Oaxaca, sin ganas de poner el pie en la calle, el ¨¢nimo no remont¨® hasta que su madre la anim¨® a visitar a una viejita muy particular. "Ha sido do?a Queta, mi curandera, la que me ha salvado la vida. Ella me puso a llorar con unos ba?os de vapor que tambi¨¦n tomaron mi mam¨¢ y Paul . Moque¨¢bamos y expuls¨¢bamos flemas sin parar, y aquellas secreciones formaban parte de la sanaci¨®n. Era como arrojar los males y los temores que nos acongojaban por dentro".
Ese renovado esp¨ªritu liberador alienta buena parte del repertorio en Ojo de culebra. "He interiorizado la necesidad de gozar de la vida, de tirar el cuero como hace la serpiente", refiere ya m¨¢s entonada con ese peque?o milagro del huitlacoche, unos hongos que brotan en las mazorcas del ma¨ªz y a los que ella considera "el caviar ind¨ªgena". Paul y Lila adoptar¨¢n, sin duda, y esas criaturas conocer¨¢n "un mundo m¨¢s concienciado y menos egoc¨¦ntrico que el nuestro", pronostica. "Ellos ver¨¢n la mezcla como una ventaja, ya no tendr¨¢n que cargar con cruces y cadenas".
Sabe bien de lo que habla. Hija de una ind¨ªgena mixteca y de un cineasta de Colorado con ascendencia escocesa, esta cantante y antrop¨®loga fue durante a?os muy gringa para el gusto mexicano y demasiado morena para los par¨¢metros yanquis. Ahora reside en el Chinatown neoyorquino junto a Cohen, un antiguo payaso malabarista del Circo Franc¨¦s reconvertido en el saxofonista y director musical de La Misteriosa, la banda que la acompa?a. Paul resulta ser un tipo muy divertido que encaja bien las chacotas de El Gre?as, sobre todo cuando se le ocurre pedir una coca-cola. "A tu mujer le gusta el agua de mango y a ti, el agua de Atlanta", resume el restaurantero entre carcajadas.
"Merece la pena conocer un poco m¨¢s a los estadounidenses, no incurramos con ellos en el mismo racismo ignorante que a veces hemos padecido nosotros", resume Lila. Y se acaricia las medallas de sus v¨ªrgenes predilectas, Guadalupe, Soledad y Juquila, las mismas que le ense?aron "lo m¨¢s grande de este mundo, la humildad". Entre ellas, do?a Queta y la manduca de Gre?as, a esta mujer se la vuelve a intuir plet¨®rica.
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