La culpa de lo que pasa
Se abri¨® el tel¨®n de la crisis econ¨®mica (la primera crisis seria en los ¨²ltimos quince a?os y la m¨¢s seria desde hace casi un siglo) y los gobiernos vasco y espa?ol ensayan t¨¢cticas distintas, pero igual de equivocadas. El Gobierno espa?ol traz¨® una desesperada huida hacia delante, negando la existencia de la crisis. El Gobierno vasco, algo m¨¢s cuerdo, opt¨® por la v¨ªa comparativa: hab¨ªa crisis en Euskadi, pero era m¨¢s liviana que en el resto del mundo. Ambos recursos eran ineficaces, si bien el segundo resultaba perdonable. El Gobierno vasco no ment¨ªa al decir que la crisis, en t¨¦rminos relativos, era m¨¢s grave allende el Ebro, mientras que el Gobierno de Zapatero lleg¨® a calificar al principio como conducta antipatri¨®tica la mera constataci¨®n de una evidencia. De ser ese el term¨®metro del patriotismo espa?ol, hay que concluir que el Estado est¨¢ lleno de sediciosos.
El dram¨®n alcanza un par¨¢metro m¨¢s alto: si los ricos se suicidan es que definitivamente algo va mal
Lo que empez¨® siendo una lucha sem¨¢ntica acab¨® en el terreno de los hechos: quiebras empresariales, hipotecas impagadas, despidos masivos y pol¨ªticos dispuestos al sacrificio de ver doblado o triplicado el monto de su presupuesto a cargo de los contribuyentes. Ya era imposible hacer como si nada. El Gobierno espa?ol tuvo que amoldar su discurso a la cruda realidad. Pero aqu¨ª se produce el hecho parad¨®jico: como el ejercicio comparativo que realizaba el Gobierno vasco era defendible, este persisti¨® en el error durante mucho m¨¢s tiempo, convirtiendo lo que al principio parec¨ªa un mensaje prudente en un ejemplo de profunda obcecaci¨®n.
A¨²n hoy los indicadores que airea el Gobierno vasco son cre¨ªbles, pero dif¨ªcilmente pueden consolar a los parados, a los despedidos, a los hipotecados o a los estafados. La crisis ha alcanzado tal profundidad que son pocos los privilegiados que pueden sentirse a salvo. Antes el pueblo se arreglaba escuchando por la tele la sentencia: "los ricos tambi¨¦n lloran". Pero ahora el dram¨®n alcanza un par¨¢metro m¨¢s alto: "los ricos tambi¨¦n se suicidan". Si los ricos se suicidan es que definitivamente algo va mal.
Las crisis se suceden con irregular continuidad en las econom¨ªas de mercado. Las econom¨ªas planificadas, en cambio, son estables en su miseria. Y aqu¨ª asoma otra paradoja: nuestra prosperidad la sostienen los mercados, pero los gobiernos aseguran que ellos lo dirigen todo y que, por tanto, son responsables de lo que pasa. La poblaci¨®n de los estados modernos hemos interiorizado ese mito absurdo: el gobierno (cualquier gobierno) es responsable de nuestra suerte, personal y colectiva. Y dado que los gobiernos (local, foral, auton¨®mico, estatal, comunitario) compiten entre s¨ª por nuestra gratitud tambi¨¦n se obcecan en competir por adue?arse, siquiera en el terreno discursivo, de nuestra suerte. Los pol¨ªticos deben dar explicaciones por las nevadas y por los tifones, por el curso de las mareas y por los resfriados de los ni?os, por los suelos contaminados, por los suelos incontaminados y por las molestias de la menopausia. Laringectomizados, mileuristas o filat¨¦licos, todos piden que el gobierno d¨¦ alguna respuesta.
Y ese prejuicio se acent¨²a con las crisis econ¨®micas: el gobierno se siente responsable, la oposici¨®n refuerza el argumento echando a aquel la culpa y la poblaci¨®n concluye que, en efecto, la culpa de su hipoteca o su despido o su urbanizaci¨®n sin compradores tambi¨¦n es del gobierno. Por eso, que los gobiernos ensayen estrategias exculpatorias es comprensible. Pero no hay que compadecerlos: cuando las cosas vayan bien, correr¨¢n a apuntarse el tanto y quiz¨¢s entonces la culpa tampoco sea suya.
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