Los ni?os muertos
No deber¨ªamos olvidar nunca las im¨¢genes de los ni?os palestinos heridos y muertos difundidas estos d¨ªas por los medios de comunicaci¨®n. Un padre mostraba el cuerpecito de su hijo como si fuera un cesto vac¨ªo; tres hermanos, tirados entre la ropa vieja, recordaban los corderos que se llevan las inundaciones; varios peque?os miraban en un hospital a los adultos como esos animales dom¨¦sticos que no entienden al hombre. Son im¨¢genes que nos acusan, pues somos responsables de ellas. Somos responsables por nuestra indiferencia, y por elegir en las urnas a gobiernos incapaces de reaccionar con dignidad ante horrores as¨ª.
Porque estos ni?os heridos y muertos recuerdan al rey Herodes y la matanza de los inocentes. No es una exageraci¨®n. Los militares y pol¨ªticos israel¨ªes que han iniciado esta guerra no son mejores que el cruel rey que orden¨® la muerte de los ni?os. A¨²n m¨¢s, Herodes no rehu¨ªa la responsabilidad de sus actos. Es la diferencia entre los nuevos se?ores de la guerra y los villanos que poblaban nuestras fantas¨ªas infantiles.
Los gobernantes de Israel est¨¢n traicionando la delicada y honda cultura jud¨ªa
En los noticieros de Israel no existen los ni?os y las mujeres muertos en Gaza
Los antiguos villanos se sab¨ªan ego¨ªstas y malvados, lo que, parad¨®jicamente, les volv¨ªa humanos; pero hoy d¨ªa, ning¨²n poderoso acepta actuar en nombre de sus propias pasiones. Los pol¨ªticos de Israel se lamentan de que est¨¦n muriendo civiles en los bombardeos, pero son ellos los que lo ordenan. La culpa, nos dicen, es de Ham¨¢s y de los propios palestinos, que apoyan a grupos terroristas. Los ni?os mueren, pero nadie se hace responsable de ello, porque el mundo moderno ha apartado de s¨ª la idea de la culpa, como responsabilidad personal.
Nuestros gobiernos lamentan, por ejemplo, los horrores de la guerra, pero a la vez venden las armas que se utilizan en los campos de minas en los pa¨ªses del Tercer Mundo, como denunci¨® el fot¨®grafo Gervasio S¨¢nchez en su valiente discurso en los Premios Ortega y Gasset. El mundo, la moral que hemos creado, absuelve a los poderosos de la responsabilidad y la culpa: les basta con alegar dudosas razones de Estado. Pero la muerte o la mutilaci¨®n de un ni?o es uno de esos l¨ªmites que no se pueden cruzar sin que todo lo que hemos construido, nuestro mundo y nuestros valores, se derrumbe como un castillo de naipes.
La raz¨®n de esta indiferencia es muy simple: no reaccionamos de la misma forma ante el sufrimiento de los otros como ante el propio. La convicci¨®n de que la v¨ªctima no es de los nuestros hace que el da?o que se le pueda causar no sea visto igual que si fuera uno de nuestro grupo, raza o naci¨®n el afectado. Israel se comporta as¨ª con los palestinos. No se trata de una guerra de religiones, ni del enfrentamiento de culturas distintas (las culturas ¨¢rabes, jud¨ªas y cristianas tienen un tronco com¨²n), sino de un simple problema de racismo.
En el fondo, una parte importante del pueblo israel¨ª no considera que los palestinos sean sus iguales. Sus gobiernos llevan a?os deshumaniz¨¢ndolos, y han hecho de Gaza un campo de concentraci¨®n donde un mill¨®n y medio de seres humanos malviven como el ganado. Un sentimiento b¨¢sico como la compasi¨®n desaparece cuando somos incapaces de ponernos en lugar del otro; por eso, los pol¨ªticos israel¨ªes pueden esgrimir fr¨ªamente la existencia de los atentados de Ham¨¢s para justificar sus cr¨ªmenes. Pero Ham¨¢s es un grupo terrorista y no tiene sentido hacer responsable a la poblaci¨®n civil de sus actos. A¨²n m¨¢s,Ham¨¢s no existir¨ªa si los palestinos no vivieran humillados. Es una organizaci¨®n que instrumentaliza el sufrimiento de su pueblo, y que sin duda saldr¨¢ fortalecida de esta guerra. ?Es tan torpe el Gobierno de Israel para no saber esto o es justo lo que busca para justificar en el futuro el uso arbitrario de la fuerza? Los palestinos de Gaza proceden de Israel, de donde fueron expulsados.
Israel y Egipto sellan sus fronteras impidiendo la libre circulaci¨®n de los bienes y las personas. Los j¨®venes no tienen futuro, viven en condiciones de extrema pobreza, y esta ausencia de perspectivas alimenta sus sentimientos de odio, pues la falta de libertad es m¨¢s exasperante que la pobreza. En sus hospitales no hay medicinas, sus escuelas son pobres, no hay un Estado que les proteja. Debido a ello se vuelcan en grupos islamistas, que dan de comer a sus ancianos y enfermos, protegen a sus mujeres y llevan a la escuela a sus hijos.
Sorprende que algo as¨ª se mantenga desde hace a?os ante la indiferencia de todos. Refiri¨¦ndose a la situaci¨®n de los palestinos en Gaza, un periodista escribi¨®: "Aqu¨ª la vida y la muerte son lo mismo". Pero, parad¨®jicamente, es el Gobierno de Israel el que se hace la v¨ªctima. Para ello apela al miedo, que deshumaniza al otro, pues nos hace verle como una amenaza. Los pol¨ªticos y militares de Israel causan la muerte de centenares de personas, y dicen estar librando una lucha de supervivencia. Pero son ellos los que tienen el poder, el dinero, la fuerza, frente a los palestinos que no tienen nada. Piensan que haber sido los perseguidos en otro tiempo les da una autoridad moral infinita para hacer lo que quieran. Pero "ser una v¨ªctima, ha escrito Elisa Mart¨ªn Ortega, no implica bondad ni rectitud. No es un valor, sino una condici¨®n, una desgracia". Los pol¨ªticos de Israel hablan de terrorismo, pero qu¨¦ decir de la guerra que ellos han iniciado, de los bombardeos de las escuelas y los mercados, de los ni?os que matan. ?C¨®mo llamar¨¢n a eso?
Pero en Israel, esos ni?os no existen. Sus soldados no hacen da?o a los enfermos, ni a las mujeres ni a los ancianos; sus bombas no destruyen las escuelas, los mercados o los hospitales. Hay un control absoluto de la informaci¨®n, y ni en la televisi¨®n ni en los peri¨®dicos se habla de lo que ocurre en Gaza de verdad. A¨²n m¨¢s, ante cualquier cr¨ªtica se invoca el antisemitismo como argumento defensivo principal, aunque sean sus gobernantes los que est¨¦n traicionando los principios de la delicada y honda cultura jud¨ªa que dicen representar. Es una conducta que exaspera a los palestinos, a los que s¨®lo queda la salida del fanatismo. El fanatismo se alimenta de la debilidad. El principio de que todo hombre debe reconocer al otro como un semejante, lejos de ser evidente, es una conquista de la voluntad. Que la inteligencia venga a socorrer al amor, escribi¨® Antoine de Saint-Exup¨¦ry. S¨®lo los m¨¢s fuertes, desde un punto de vista moral, son capaces de evitar responder con violencia a los violentos y de escuchar las palabras de la dulce y amigable raz¨®n.
Emmanuel L¨¦vinas, en una de sus lecciones talm¨²dicas, habl¨® de las ciudades refugio. Eran lugares en que pod¨ªan cobijarse quienes hab¨ªan matado a alguien sin quererlo. Su acci¨®n hab¨ªa sido involuntaria, por lo que no pod¨ªan ser condenados, pero necesitaban protegerse de los amigos o familiares del muerto. Eso era una ciudad refugio, un lugar donde se recib¨ªa a los que, no siendo culpables, tampoco eran enteramente inocentes. L¨¦vinas pensaba que Occidente pod¨ªa verse como una de esas ciudades refugio. Puede que no seamos culpables de las cosas que ocurren a nuestro alrededor, pero tampoco somos inocentes de ellas. No deber¨ªamos olvidar esto, a riesgo de caer en lo m¨¢s terrible: la indiferencia ante el dolor de nuestros semejantes.
Gustavo Mart¨ªn Garzo es escritor.
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