Contra el pesimismo cultural
- 1. Atra¨ªdo por su ¨¦xito, me he le¨ªdo uno de los libros de Stieg Larsson: Los hombres que no amaban las mujeres. Siempre me ha intrigado c¨®mo se convierte en best seller una novela que no estaba destinada a serlo. La editorial espa?ola pag¨® una miseria como anticipo del primer libro, porque nadie preve¨ªa el ¨¦xito p¨®stumo de este autor sueco. En tiempos poco dados a la lectura, es dif¨ªcil de entender que un libro de m¨¢s de 600 p¨¢ginas y lento en la ejecuci¨®n de los tiempos del relato haya atra¨ªdo tantos lectores. La intriga que lo articula es potente, con las dosis necesarias de imprevisi¨®n en el desenlace. Sin embargo, la resoluci¨®n del caso, apoyada en la omnipotencia de los hackers, sonrojar¨ªa a cualquier detective de la novela negra cl¨¢sica. La escritura es clara y eficaz, sin filigranas metaf¨®ricas ni ejercicios conceptuales. Pero las descripciones son largas y minuciosas hasta el punto de que en alg¨²n momento se podr¨ªa pensar en una novela del siglo XIX. Sin embargo, es una novela para ciudadanos impregnados de la cultura audiovisual. Para m¨ª, el secreto de Larsson est¨¢ en que sus descripciones se traducen autom¨¢ticamente en im¨¢genes de serie televisiva. El imaginario al que apela, los frames que excita, no son literarios, son audiovisuales. As¨ª atrapa al gran p¨²blico.
Catalu?a ganar¨¢ peso y se podr¨¢ avanzar si tenemos capacidad de interpretar un pa¨ªs distinto y darle perspectiva de futuro
La otra parte del ¨¦xito viene de la capacidad del autor de convertir en arquetipos universales -la Salander tiene mucha enjundia- a los protagonistas de una historia aparentemente local, de un pa¨ªs poco c¨¦ntrico como Suecia. Un lunes por la noche, estaba metido en el libro del Larsson cuando TV-3 puso Ventdelpl¨¤. La comparaci¨®n era apabullante. La distancia entre lo universal y lo idiosincr¨¢sico se hizo evidencia ante mis ojos. Salta a la vista que los personajes del serial catal¨¢n tienen algo de ?o?os y de autorreferenciales que limita enormemente su potencial proyecci¨®n. A nadie puede sorprender que a estas series les cueste tanto triunfar fuera del pa¨ªs. Est¨¢n hechas desde, por y para Catalu?a. Exactamente lo contrario de los personajes de Larsson, que cualquier lector de lugares y culturas muy diferentes puede hacerlos perfectamente suyos. ?Por qu¨¦ es relevante esta diferencia? Porque es la expresi¨®n del d¨¦ficit de autoestima que Catalu?a tiene y que da para tanto pesimismo y tanto discurso de la derrota permanente, quiz¨¢ el ¨²nico placer perverso que este pa¨ªs se permite sin que sea pecado. Si pens¨¢ramos un poco m¨¢s hacia fuera, probablemente nuestra particular cuota de humanidad se revelar¨¢ en una clave m¨¢s universal y, con ello, dejar¨ªamos de ver como sospechosos a los que ven el pa¨ªs con optimismo.
- 2. He le¨ªdo en la prensa que Quim Monz¨® ha dicho que el pa¨ªs "tal como lo conocemos est¨¢ desapareciendo". Quim Monz¨® es de los escritores que ha creado caracteres no idiosincr¨¢sicos, capaces de andar por s¨ª solos por el mundo, por lo cual siempre merece la pena escucharle. Pero me desconcierta su afirmaci¨®n tanto si es la expresi¨®n de una sorpresa como si lo es de cierta melancol¨ªa. No s¨¦ si el pa¨ªs "que conocemos" Monz¨® y yo es el mismo, porque a veces la posici¨®n desde la que se mira cambia la percepci¨®n de las cosas. Pero un escritor tan pendiente de la vida -de la experiencia como constitutiva de las personas- no deber¨ªa sorprenderse de que el pa¨ªs cambie. Salvo que crea que Catalu?a es una realidad sobrenatural o sobrepersonal, una entelequia m¨¢s all¨¢ de los habitantes que le dan vida. Para m¨ª los pa¨ªses son lo que son los ciudadanos que los pueblan, con todas las experiencias, marcas y se?ales que llevan incorporadas. Y en este sentido, Catalu?a ha cambiado mucho y siempre. Basta ver el paisaje humano para darse cuenta de que es muy distinto del paisaje del tardofranquismo y de la transici¨®n, como ¨¦ste era muy distinto del de la Rep¨²blica. No, aquel mundo no volver¨¢. La gracia de los pa¨ªses es que evolucionan, son paradigmas abiertos en transformaci¨®n permanente. Y forma parte de su fuerza la capacidad de interpretar y optimizar los cambios.Quiz¨¢ tanto el pesimismo como la tendencia a ahogarse en lo idiosincr¨¢sico tan propios de Catalu?a, tengan que ver con las lecturas del cambio. El discurso recurrente sobre la p¨¦rdida de peso del pa¨ªs y la baja calidad de la pol¨ªtica son manifestaciones de una reacci¨®n perpleja frente a la novedad, propia de un pa¨ªs en falta (una potencia nacional que no ha conseguido convertirse en acto, es decir, en Estado) que algunos pretenden apuntalar fijando una idea de referencia ("el pa¨ªs que conocemos"), que inevitablemente se les escapa de las manos. Y as¨ª pasan desapercibidos ¨¦xitos indudables como, por ejemplo, que a pesar de las dificultades, el catal¨¢n se est¨¦ consolidando como lengua de estatus. No es desde la melancol¨ªa de una arcadia desaparecida que Catalu?a va a ganar peso y potencia y que la pol¨ªtica catalana se regenerar¨¢. Es desde la capacidad de interpretar un pa¨ªs distinto y darle perspectiva de futuro desde donde se podr¨¢ avanzar.Ahora que hay tantos voluntarios para parafrasear discursos de Obama, no estar¨ªa de m¨¢s que ¨¦stos tuvieran en cuenta que el objetivo principal del nuevo presidente americano no es preservar las contradicciones fundacionales de Estados Unidos, sino, como ha explicado Timothy Garton Ash, preparar un nuevo paradigma de diversidad ¨¦tnica que me atrever¨ªa a calificar como completamente opuesto al principio multiculturalista. Es decir, no se trata de restaurar unos Estados Unidos m¨ªticos, sino de utilizar el car¨¢cter casi sagrado que all¨ª se confiere a los principios constitucionales para sentar las bases de un pa¨ªs distinto, porque distintas son las personas que lo habitan y distinto es, sobre todo, el reparto de derechos. Si a ello a?adimos dos advertencias de Obama: "ha llegado la hora de dejar de un lado las cosas infantiles" y "el periodo del inmovilismo ha terminado", no hay tiempo para la melancol¨ªa. Es la hora de la exigencia, despu¨¦s de la apoteosis de la cultura de la inocencia. Y la exigencia quiere decir revisar nuestros propios lugares comunes, nuestras ideas recibidas, aquellas que, de pronto, nos damos cuenta de que configuraban un pa¨ªs que conoc¨ªamos bien, pero que ya no est¨¢. S¨®lo con el ejercicio de someter a la cr¨ªtica las ideas recibidas ya hay bastante trabajo por delante. Y es con tareas de este tipo cuando se rompe el pesimismo y la melancol¨ªa. Ir dando vueltas a la noria seguro que no nos lleva a ninguna parte.
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