La caja
Telecinco no pasa por su momento m¨¢s brillante. Cerrar¨¢ este mes sus datos de audiencia en desventaja respecto a Televisi¨®n Espa?ola, y en pr¨¢ctico empate con Antena 3. Eso tiene un coste publicitario y no es buena se?al en un a?o que, en materia de anuncios, se presenta malo para todos. Los directivos de la casa deben sentirse inquietos.
Hay otros factores de desaz¨®n. Y, por una vez, no me refiero a La noria. El estreno de A ver si llego, el domingo pasado, sufri¨® un relativo pinchazo (hablamos de audiencia, evidentemente; en t¨¦rminos de calidad aquello fue obsceno); el estreno de Acusados, el mi¨¦rcoles, sorprendi¨® por el asombroso parecido de la serie con otra serie, la estadounidense Da?os y perjuicios, que emite Canal +.
Y luego est¨¢ La caja, un programa que establece nuevos l¨ªmites en el tratamiento psicol¨®gico televisado. No se hab¨ªa visto nada tan instructivo y reconfortante desde que el doctor Mengele fotografi¨® a las v¨ªctimas de sus experimentos en Auschwitz. Consiste en encerrar al invitado-paciente en un plat¨® y enfrentarlo con el objeto de su fobia o de su trauma. Evidentemente, el invitado-paciente llora y sufre, y eso, amigos m¨ªos, siempre es bonito de ver.
Parece un programa hecho a medida para Paolo Vasile, el consejero delegado de Telecinco. Si tiene problemas, si las cosas no van del todo bien, ?por qu¨¦ no meterse en La caja? Le proyectar¨ªan im¨¢genes de Televisi¨®n Espa?ola ba?ada en oro p¨²blico, de anunciantes huyendo de Telecinco, quiz¨¢ del equipo de S¨¦ lo que hicisteis bailando una mu?eira sobre las ¨²ltimas cifras de audiencia. Al principio doler¨ªa, pero saldr¨ªa como nuevo. Eso, al menos, es lo que prometen en La caja.
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