Gertrude Stein. El deber de parecerse al retrato
Gertrude Stein y su hermana eran todav¨ªa unas ni?as cuando iban en un tren desde Pensilvania a California y durante el trayecto se asomaron a la ventanilla. En ese momento sucedi¨® un percance y su padre puls¨® repetidamente el timbre de la alarma hasta lograr que el convoy se detuviera. Los pasajeros creyeron que hab¨ªa pasado algo muy grave. Todo lo que hab¨ªa sucedido era que a una de sus hijas se le hab¨ªa volado el sombrero. El hombre se ape¨® y despu¨¦s de caminar media milla lo encontr¨® en un campo de girasoles. La ni?a recuper¨® el sombrero, se lo encasquet¨® en la cabeza y resuelto el problema el tren reemprendi¨® la marcha. Sucesos como ¨¦ste hicieron que la autoestima de Gertrude Stein tuviera una base muy s¨®lida desde su m¨¢s tierna ni?ez.
Eran muchos los que estaban dispuestos a recoger su sombrero, aunque algunas veces se comportaba con ellos como una clueca amorosa
Habr¨ªa que preguntarse si uno escribir¨ªa ahora sobre la vida de esta mujer si no la hubiera inmortalizado Picasso en un retrato famoso con la mand¨ªbula afilada, precubista, que distaba mucho de parecerse a la realidad, porque Gertrude Stein era entonces una joven de cuerpo macizo, de rostro ancho y de mejillas redondas. "No me parezco en nada", exclam¨® la modelo. "Tranquila, con el tiempo te acabar¨¢s pareciendo", contest¨® Picasso. Esta frase ha pasado a la historia, aunque realmente lo que el pintor le dijo fue que en adelante era ella la que ten¨ªa el deber de parecerse al retrato. Gertrude Stein no ces¨® hasta conseguirlo.
Lleg¨® a Par¨ªs con su hermano Leo, ambos jud¨ªos norteamericanos, de origen austriaco, adinerados, hu¨¦rfanos y viajeros. Ella hab¨ªa estudiado medicina en Baltimore sin terminar la licenciatura de puro aburrimiento; ¨¦l andaba perdido por Florencia en busca de sensaciones variadas. Hacia 1903 confluyeron en Par¨ªs dispuestos a vivir a fondo la fascinaci¨®n de los nuevos tiempos; montaron casa en la Rue de Fleurus, 27, en el Barrio Latino, una vivienda con dos plantas que ten¨ªa un gran estudio en el jard¨ªn y los dos comenzaron ahora a cazar artistas y escritores con que adornar sus vidas de millonarios estetas. Iban con el talonario por delante; sab¨ªan lo que se tra¨ªan entre manos, pero ten¨ªan una ventaja, porque en aquellos a?os los pintores de vanguardia eran buenos y muy baratos; en cambio, los acad¨¦micos eran malos y muy caros. La primera captura fue Picasso, que entonces viv¨ªa todav¨ªa con Fernande en el Bateau Lavoir, de la Rue de Ravignan, en Montmartre, calentando la estufa con dibujos, reci¨¦n salido del hambre de la ¨¦poca azul y entrado ya en la incipiente gloria de la ¨¦poca rosa. Hasta all¨ª lleg¨® Gertrude Stein llevada por su olfato. Ninguno de los dos recordar¨ªa despu¨¦s en qu¨¦ a?o inici¨® Picasso su retrato, pero la hizo posar m¨¢s de noventa veces en su estudio y fue en una de aquellas sesiones cuando Gertrude Stein, que hab¨ªa comenzado a escribir, pens¨® que era posible hacerlo de la misma forma con que el pintor, a la manera de C¨¦zanne, estaba estructurando la realidad en planos yuxtapuestos. Ella trabajaba tambi¨¦n en ese momento en un retrato literario de la negra Melanctha, que fue su criada, incluido en su libro Tres vidas y estaba obsesionada en las frases sin armadura interior, en las palabras dislocadas de su sentido, reiterativas, hasta hacerlas profundas e ininteligibles, s¨®lo cohesionadas por distintos significados contradictorios desde el exterior al interior de las cosas. Una rosa es una rosa es una rosa es una rosa, etc¨¦tera. Al parecer, seg¨²n ella, la ¨²ltima rosa ya se hab¨ªa inmiscuido en la primera. As¨ª llegaba Picasso tambi¨¦n al alma de la materia. Ninguno de aquellos pintores bohemios y escritores malditos a los que alimentaba ten¨ªa el valor de contradecirla. Esta mujer era ahora su propio convoy, como aquel tren de California, que arrancaba y se deten¨ªa a su antojo en medio de Par¨ªs, cargado de artistas de vanguardia, a los que manejaba seg¨²n su humor y eran muchos los que estaban dispuestos a recoger su sombrero, aunque algunas veces se comportaba con ellos como una clueca amorosa, todos alrededor de su falda de pana.
Viv¨ªa con su secretaria y amante Alice B. Toklas, la gatita, pastelito, beb¨¦, cigalita, como ella la llamaba, y las veladas de los s¨¢bados en el estudio de la Rue de Fleurus, 27, comenzaron a hacerse famosas. La voracidad de esta coleccionista no ten¨ªa l¨ªmites. All¨ª se colg¨® por primera vez el cuadro de Matisse La joie de vivre, que despert¨® la envidia de Picasso, quien no ces¨® de dar la lata hasta lograr que Gertrude Stein se deshiciera de ese cuadro para sustituirlo por Las se?oritas de Avi?¨®n. Gertrude Stein basculaba entonces entre estos dos pintores, Picasso y Matisse, que abrieron el comp¨¢s est¨¦tico del siglo XX, uno fue el creador de nuevas formas, otro el introductor del color salvaje como formas de sentimiento. Los dos genios se respetaban en p¨²blico pero se odiaban en secreto y la clueca siempre acababa por poner paz en sus rencillas.
Gertrude Stein quer¨ªa llevar el cubismo a la literatura. Despu¨¦s de las veladas vanguardistas en el estudio de casa, lleno de pintores con sus mujeres o amantes, se guardaba la noche para ella. Escrib¨ªa hasta que comenzaban a cantar los p¨¢jaros. Puede que tuviera m¨¢s ambici¨®n que talento, pero el hecho de ser incomprendida la llenaba de orgullo. Con The making of americans intent¨® contar con largo aliento de mil p¨¢ginas la historia de su familia. De pronto vino la guerra. A la Stein y a su amante Alice las sorprendi¨® en Inglaterra. Vadearon la contienda con una estancia feliz en Mallorca y cuando, al llegar la paz, regresaron a Par¨ªs el decorado hab¨ªa cambiado. Matisse estaba en Niza, Picasso en Antibes, Apollinaire hab¨ªa muerto en campa?a. En los a?os veinte Gertrude Stein dej¨® de adornarse con pintores para hacerlo ahora con escritores. Trab¨® amistad con Silvia Beach, la propietaria de la librer¨ªa Shakespeare & Company, y ella comenz¨® a acarrearle a su estudio literatos norteamericanos, Ezra Pound, Hemingway, Scott Fitzgerald, Sherwood Anderson, pero no el irland¨¦s James Joyce, al que la Stein odiaba, tal vez porque le hab¨ªa arrebatado la fama entre aquel grupo de exquisitos con la literatura experimental que ella buscaba. Era la Generaci¨®n Perdida, definici¨®n literaria que se atribuye a Gertrude Stein. En realidad fue una expresi¨®n con que el patr¨®n de un taller reprendi¨® al mec¨¢nico, reci¨¦n llegado de la guerra, que no hab¨ªa sido diligente a la hora de arreglar una aver¨ªa del Ford T de la escritora. Ella la aplic¨® a sus amigos, con los que manten¨ªa relaciones tormentosas. Gertrude Stein vivi¨® por personas interpuestas, siempre famosas. De hecho hizo que su autobiograf¨ªa la firmara su secretaria y amante Alice B. Toklas, como propia, lo que le permiti¨® adornarse sin rubor de todos los elogios imaginables. Despu¨¦s de vivir el ¨¦xito en un circuito de conferencias por Norteam¨¦rica en 1935, volvi¨® a Francia y por encima de ella y de su amante pas¨® la II Guerra Mundial. Pudo salvar de la Gestapo milagrosamente su fabulosa colecci¨®n de pintura. Luego se retir¨® al campo con su gatita Alice y en 1946 muri¨® en Neuilly-sur-Seine, pero entonces la vanguardia hist¨®rica de Par¨ªs ya se hab¨ªa esfumado, porque los norteamericanos se la llevaron a Nueva York como bot¨ªn de guerra y la figura de Gertrude Stein qued¨® como el espejo ineludible donde sigui¨® reflejado para siempre el esplendor bohemio de los tiempos felices de aquel Par¨ªs en que todo estaba permitido. De hecho, cuando un cuerpo no cab¨ªa en el lienzo se le cortaban las piernas y se pintaban al lado de las orejas. As¨ª escribi¨® tambi¨¦n ella. -
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