Prodigio Levrero
Narrativa. Mario Levrero (Montevideo, 1940-2004) fue autor abundante y exc¨¦ntrico, aunque no desconocido. Muchas cosas sobre ¨¦l est¨¢n hoy en la Red; entre ellas un magn¨ªfico perfil, a cargo de uno de sus m¨¢s viejos amigos y colegas, el novelista y cr¨ªtico Elvio Gandolfo, argentino trasplantado a Uruguay. Public¨® en su ciudad, en Buenos Aires y ahora en Espa?a novelas, cuentos y textos de car¨¢cter indefinible; entre ellos, Gelatina (1968), La m¨¢quina de pensar en Gladys (1970), La ciudad (1970) o Par¨ªs (1980), adem¨¢s de recopilaciones de columnas period¨ªsticas, seudofolletines y seudorelatos de ciencia-ficci¨®n. El gran cr¨ªtico ?ngel Rama lo situ¨® en la generaci¨®n de los "raros" antirrealistas de los a?os setenta. La rareza uruguaya no pertenece s¨®lo a una generaci¨®n sino que constituye un linaje: cabe recordar a Felisberto Hern¨¢ndez, a Armon¨ªa Sommers, a Marosa di Giorgio, incluso muy lejanamente a Onetti.
La novela luminosa
Mario Levrero
Mondadori. Barcelona, 2008
567 p¨¢ginas. 21,90 euros
M¨¢s all¨¢ de su reconocible linaje nacional, de los autores con los que ¨¦l mismo se vincul¨®, Kafka, o con los que se lo relaciona muy atinadamente, Beckett y Vian, Levrero puede situarse en la hermandad de los inconclusivos. Son los que convierten el acto de la escritura en una espiral neur¨®tica y, a la vez, espesamente concreta, donde se acalla la pasi¨®n y el sufrimiento se transforma en enfermedad: en este aspecto, Italo Svevo tal vez sea un modelo. Y, como ya se ha advertido en blogs de penetrantes lectores, es posible descubrir en el Levrero de El discurso vac¨ªo (1996) una curiosa afinidad con El libro vac¨ªo (1958) de la mexicana Josefina Vicens (1911-1988). Se trata de un asfixiante relato de 230 p¨¢ginas en el que un oficinista quiere convertirse en escritor: "Tengo que encontrar esa primera frase, tengo que encontrarla".
Man¨ªas, hipocondr¨ªas, obsesivos recorridos sobre la escritura y sus espacios f¨ªsicos, desazones er¨®ticas detalladas, c¨®micas, s¨®rdidas, feroces y muy rioplatenses forman los dos bloques de su obra p¨®stuma, La novela luminosa, construida como un diario. La primera secci¨®n contiene el fabuloso despliegue de las reacciones del personaje -en la computadora, en los sistemas de escritura, en los programas de Word, en la b¨²squeda de cuadernos, l¨¢pices y bol¨ªgrafos- a la concesi¨®n de una beca Guggenheim. Este tramo es un prodigio, una aut¨¦ntica disecci¨®n de la identidad institucional del escritor y una deslumbrante exhibici¨®n del arte de la digresi¨®n. El segundo y tambi¨¦n impresionante tramo -poco m¨¢s de cien p¨¢ginas- oscila entre la novela "oscura" -que existe y que de tanto en tanto el narrador quema- y la "novela luminosa" que es inalcanzable.
En esta aspiraci¨®n a lo imposible est¨¢ la po¨¦tica de Levrero: no puede "transmutar" los hechos reales porque entonces har¨ªa "literatura", ni tampoco logra liberar esos hechos reales de "una serie de pensamientos", lo cual necesariamente tender¨ªa al "ensayo". Entonces recurre, hasta el v¨¦rtigo, a la acumulaci¨®n fragmentaria de experiencias densamente materiales y precisas -vivencias, recuerdos o la pura fisiolog¨ªa- que poseen la inmediatez de una revelaci¨®n y su mismo car¨¢cter inaprehensible. En lugar de descubrir un sentido, l¨²cidamente lo escamotea: "Estoy a solas con mi deber y mi deseo. Simult¨¢neamente, necesito dentadura postiza, dos nuevos pares de lentes (para cerca y lejos) y operarme de la ves¨ªcula". En esa simultaneidad ahonda el final sin fin de La novela luminosa. Es un final de exaltada afirmaci¨®n: del deber, del deseo, del cuerpo. No es casual que el personaje, lector de Teresa de ?vila, recuerde su pasado cat¨®lico y comulgue; no es casual que su ¨²ltima y gozosa frase se inicie medievalmente burlesca y se cierre, despu¨¦s, joyceanamente festiva: "La calavera de la paloma parece seguir en su sitio: los huesitos del cuerpo no los veo, pero quiz¨¢ est¨¦n, s¨ª, todav¨ªa, all¨ª".
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