El ejemplo y las lecciones de Darwin
Cuando se cumplen 200 a?os del nacimiento del cient¨ªfico y 150 de la publicaci¨®n de 'El origen de las especies', el creacionismo sigue dando batalla en numerosos pa¨ªses ilustrados de Occidente, incluida Espa?a
Hace 200 a?os, el 12 de febrero de 1809, naci¨® Charles Darwin. Podemos debatir si los trabajos y teor¨ªas -y a la cabeza de ¨¦stas, la del origen de las especies mediante selecci¨®n natural- de Darwin son m¨¢s o menos importantes que el sistema geom¨¦trico que sistematiz¨® Euclides, que la din¨¢mica y teor¨ªa gravitacional de Newton, que la qu¨ªmica que cre¨® Lavoisier, que la relatividad de Einstein, que la f¨ªsica cu¨¢ntica o que la teor¨ªa biol¨®gico-molecular de la herencia, pero lo que es dif¨ªcil negar es que ninguna de esas contribuciones logr¨® lo que consiguieron las de Darwin, que desencadenaron una serie de procesos que afectaron a algo tan b¨¢sico como nuestras ideas acerca de la relaci¨®n que nos liga con otras formas de vida animal que existen o han existido en la Tierra. En este sentido, abord¨® cuestiones que van dirigidas a la m¨¦dula de la condici¨®n humana.
La vida del gran cient¨ªfico ingl¨¦s estuvo llena de amor a la familia, decencia y ansia de justicia
Un libro reciente atribu¨ªa a la Reina la publicidad de una determinada visi¨®n del origen del mundo
Expresado muy brevemente, Darwin sustanci¨® con muy variadas evidencias la idea (que otros antes que ¨¦l hab¨ªan propuesto) de que las especies evolucionan, encontrando adem¨¢s un mecanismo que hac¨ªa plausible tal evoluci¨®n; defendi¨® que la vida es como un ¨¢rbol, de cuyas ra¨ªces han ido brotando diferentes ramas, esto es, especies que con el paso del tiempo contin¨²an diversific¨¢ndose, dando origen a otras bajo la presi¨®n de determinados condicionamientos. Despu¨¦s de esforzarse por encajar en una gran s¨ªntesis las piezas (zoolog¨ªa, bot¨¢nica, taxonom¨ªa, anatom¨ªa comparada, geolog¨ªa, paleontolog¨ªa, cr¨ªa domestica de especies, biogeograf¨ªa...) del gigantesco rompecabezas que es la naturaleza, y estimulado por la noticia de que Alfred Wallace hab¨ªa llegado a conclusiones similares, aunque no tan sustanciadas, en noviembre de 1859 -pronto har¨¢, por consiguiente, 150 a?os- public¨® un libro que forma parte del tesoro m¨¢s precioso de que dispone la humanidad: El origen de las especies. Doce a?os m¨¢s tarde, en otro gran libro (El origen del hombre), aplic¨® a los humanos las lecciones del primero, despoj¨¢ndonos del lugar privilegiado en la naturaleza que hasta entonces nos hab¨ªamos adjudicado.
A lo largo del siglo y medio que nos separa de la publicaci¨®n de El origen de las especies, la esencia de su contenido no ha hecho sino recibir confirmaci¨®n tras confirmaci¨®n. Puede que a¨²n resten cuestiones por dilucidar, pero el evolucionismo darwiniano nos suministra un marco conceptual y explicativo imprescindible para comprender el mundo natural de manera racional, sin recurrir a mitos.
A la vista de todo lo dicho, podr¨ªa pensarse que la ¨²nica actualidad de Darwin y de su obra es la de honrar su memoria utilizando la excusa de los dos mencionados aniversarios. Ojal¨¢ fuese as¨ª. La evoluci¨®n entendida a la manera de Darwin es un hecho cient¨ªfico, contrastado de manera abrumadora, y su relevancia para situarnos en el mundo es obvia, pero no es universalmente aceptada. En Estados Unidos solamente la acepta el 40% de la poblaci¨®n. En Europa su aceptaci¨®n es mayor, especialmente entre los franceses y los escandinavos (creen en ella aproximadamente el 80%), aunque no deja de tener problemas: en una encuesta realizada en Reino Unido por la BBC en 2006, el 48% la aceptaba, mientras que el 39% optaba por alguna forma de creacionismo, y un 13% "no sab¨ªa".
La historia de la oposici¨®n de los creacionistas a Darwin ha sido comentada en numerosas ocasiones y no pretendo volver a este asunto, que, sin embargo, contin¨²a vigente, aunque ahora sea recurriendo sobre todo a una nueva terminolog¨ªa: el dise?o inteligente, la idea de que un Dios debi¨® de dise?ar cada una de las especies que existen. Me interesa m¨¢s hacer hincapi¨¦ en el hecho de que una teor¨ªa cient¨ªfica contrastada y de enorme relevancia social sea rechazada o muy pobremente comprendida. En mi opini¨®n, una explicaci¨®n posible del tal rechazo reside en el desconocimiento.
Debatimos insistentemente -ahora estoy pensando en Espa?a- acerca de los programas educativos para nuestros j¨®venes; por ejemplo, si es aceptable o no imponer asignaturas como Educaci¨®n para la Ciudadan¨ªa, ante la cual algunos argumentan que limita la libertad de los padres a ejercer sus derechos en la formaci¨®n (moral y religiosa) de sus hijos. Y, mientras tanto, la ense?anza de ciencias sufre cada vez de m¨¢s carencias.
No parece preocuparnos demasiado, por ejemplo, si se ense?an adecuadamente sistemas cient¨ªficos tan b¨¢sicos como la teor¨ªa de la evoluci¨®n de las especies. El pasado noviembre, se public¨® un libro en el que se adjudicaba a la Reina, do?a Sof¨ªa, la siguiente manifestaci¨®n: "Se ha de ense?ar religi¨®n en los colegios, al menos hasta cierta edad: los ni?os necesitan una explicaci¨®n del origen del mundo y de la vida".
Podr¨¢ resultar doloroso a algunos, pero la ¨²nica explicaci¨®n que da lugar a comprobaciones contrastables sobre el origen del mundo y de la vida procede de la f¨ªsica, de la qu¨ªmica, de la geolog¨ªa y de la biolog¨ªa. La religi¨®n pertenece a otro ¨¢mbito.
?Es leg¨ªtimo ocultar a los ni?os ese mundo cient¨ªfico, condicionando as¨ª sus opiniones futuras, en aras a algo as¨ª como "mantener su inocencia", o por las ideolog¨ªas de sus padres? Haciendo p¨²blicas sus opiniones en una cuesti¨®n cuya importancia no puede ignorar, y por la elevada posici¨®n que ocupa, do?a Sof¨ªa hizo publicidad de una determinada forma de entender el mundo, que jam¨¢s ha recibido comprobaciones contrastables.
Una forma, adem¨¢s, que, al menos en Espa?a, de la mano de la jerarqu¨ªa cat¨®lica, pretende intervenir en apartados que pertenecen al poder legislativo, como son los programas educativos o lo que es admisible o no en los tratamientos m¨¦dicos (no puedo olvidar en este punto las manifestaciones de la Conferencia Episcopal Espa?ola a ra¨ªz del nacimiento, en octubre de 2008, de un ni?o tratado gen¨¦ticamente para curar a un hermano que sufr¨ªa anemia cong¨¦nita: "El nacimiento de una persona humana ha venido acompa?ado de la destrucci¨®n de sus propios hermanos a los que se ha privado del derecho a la vida"; palabras no s¨®lo cuestionables desde el punto de vista de la ciencia sino tambi¨¦n, en mi opini¨®n, carentes de compasi¨®n ante el sufrimiento ajeno).
Necesitamos educar en la ciencia a nuestros j¨®venes; no, naturalmente, para que entiendan que ella es el juez supremo para las opciones que quiere asumir una sociedad democr¨¢tica. La ciencia es, simplemente, un instrumento -el mejor- que los humanos hemos inventado para librarnos de mitos, orientarnos ante el futuro y protegernos de una naturaleza que no nos favorece especialmente. Sucede, no obstante, que no se ha instalado de manera tan segura en nuestras sociedades como se podr¨ªa pensar, siendo contemplada frecuentemente con sospecha. Si como muestra sirve un bot¨®n, he aqu¨ª la siguiente cita (Juan Manuel de Prada, XL Semanal, 5-11/X/2008): "La ciencia parece dispuesta a demostrar esto y lo otro; y ma?ana podr¨¢ sin empacho alguno desdecirse y demostrar que lo opuesto a lo contrario es lo cierto, en un tirabuz¨®n enloquecido y sin fin. Y todo ello bajo un manto de inapelable respetabilidad". Por supuesto que existen cient¨ªficos envanecidos, incluso tramposos, y tambi¨¦n que se cometen errores, pero no olvidemos que en ¨²ltima instancia la ciencia no es sino capacidad de identificar y remediar equivocaciones, de buscar sistemas con capacidad predictiva.
Recordar y celebrar a Darwin es m¨¢s que un acto festivo; constituye un homenaje a la ambici¨®n y el rigor intelectual, al poder de nuestra mente para comprender el mundo. Y tambi¨¦n es un ejemplo de que la investigaci¨®n cient¨ªfica no tiene por qu¨¦ ser ajena a atributos humanos como son el amor a la familia, la decencia, la discreci¨®n o el ansia de justicia. La biograf¨ªa de Charles Darwin -un hombre que llev¨® a cabo un largo y complejo camino, que le llev¨® a consecuencias que no hab¨ªa previsto y que le obligaron a desprenderse, en un doloroso proceso, de las creencias religiosas en que hab¨ªa sido educado- est¨¢ repleta de todo esto.
Jos¨¦ Manuel S¨¢nchez Ron es miembro de la Real Academia Espa?ola y catedr¨¢tico de Historia de la Ciencia en la Universidad Aut¨®noma de Madrid.
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