El aliento del poder

S¨®lo hay algo m¨¢s extra?o que ver a un pol¨ªtico dimitiendo de su cargo: que ¨¦ste admita su culpa y pida perd¨®n por ello. "He defraudado a mis amigos, a mi pa¨ªs y a nuestro sistema de gobierno. He defraudado al pueblo americano. Y tendr¨¦ que llevar esa carga el resto de mi vida". Estas hist¨®ricas palabras no las pronunci¨® Richard Nixon el d¨ªa de su renuncia como presidente de Estados Unidos, ante millones de televidentes, sentado en el Despacho Oval, s¨ªmbolo de la democracia. Aquel d¨ªa no asom¨® el m¨¢s m¨ªnimo remordimiento. La asunci¨®n de la culpa brot¨® tres a?os despu¨¦s, de nuevo frente a la tele, pero esta vez entrevistado por un peso mosca del periodismo, un tal David Frost, al que hab¨ªa concedido una entrevista a cambio de una sustanciosa cantidad de dinero. ?Qu¨¦ llev¨® a Nixon a confesar su culpabilidad el d¨ªa m¨¢s insospechado y ante la personalidad menos indicada? ?Qu¨¦ mecanismos tiene el poder para que, cuando ¨¦ste se evapora, la persona que lo ostent¨® necesite seguir ofreciendo clases magistrales de autoridad pol¨ªtica e intelectual? ?Qu¨¦ tienen los focos y el objetivo de la c¨¢mara para provocar tales reacciones de nerviosismo? ?stas y otras preguntas no dejan de surgir ante una pel¨ªcula como El desaf¨ªo: Frost contra Nixon, dirigida por Ron Howard y basada en una obra teatral de Peter Morgan. Un sensacional documento hist¨®rico sobre unos d¨ªas clave para la historia del periodismo y la pol¨ªtica, que sin embargo no acaba de cuajar como la excelente pel¨ªcula que podr¨ªa haber sido, debido a las sempiternas contradicciones entre lo sucedido realmente y lo que dram¨¢ticamente puede resultar m¨¢s emocionante, perturbador y plausible.

El guionista Peter Morgan huye de la tortura del personaje negativo

Como ya hiciese en La reina (Stephen Frears, 2006), el dramaturgo y guionista brit¨¢nico Peter Morgan huye de la tortura del personaje presuntamente m¨¢s negativo y lo acaricia para intentar encontrar su lado m¨¢s humano y/o meritorio. Morgan lo consigue retratando a un animal de la pol¨ªtica al que le gusta pavonearse, pero que anda varios escalones por encima en materia de inteligencia. Nada que ver, por tanto, con el caricaturesco retrato de Robert Altman sobre Nixon en el (de todos modos) interesant¨ªsimo mon¨®logo cinematogr¨¢fico Secret honor (1984). Mientras, por una vez, el director Howard parece no caer en su lado m¨¢s banal.

Sin embargo, en la parte final del filme, cuando llega el momento cumbre, resulta mucho m¨¢s interesante el hecho en s¨ª que los resortes que llevan hasta ¨¦l. O¨ªr la respiraci¨®n entrecortada del enorme Frank Langella, adivinar su aliento p¨²trido mientras pronuncia las palabras de condena para s¨ª mismo, es un momento descomunal de cine, de historia. Pero tenerse que tragar, dram¨¢ticamente hablando, que la clave para la investigaci¨®n estaba en una biblioteca p¨²blica al alcance de cualquiera, y que un osito de peluche como Frost acabara provocando la descarga de sinceridad de Nixon resulta, cuanto menos, discutible.

Entrevistar a Nixon