Visi¨®n estelar de la Guerra Civil
Cuando Valle-Incl¨¢n reuni¨® las cr¨®nicas que relataban su visita a las trincheras francesas durante la Primera Guerra Mundial, puso al frente de La media noche (1917) una breve noticia sobre la perspectiva narrativa: "Acontece que, al escribir de la guerra, el narrador que antes fue testigo da a los sucesos un enlace cronol¨®gico puramente accidental, nacido de la humana y geom¨¦trica limitaci¨®n que nos veda ser a la vez en varias partes.
[...] El narrador ajusta la guerra y sus accidentes a la medida de su caminar. [...] Pero aquel que pudiese ser a la vez en varios lugares [...] tendr¨ªa de la guerra una visi¨®n, una emoci¨®n y una concepci¨®n en todo distinta". Ser¨ªa una visi¨®n colectiva, astral, estelar. Algo parecido es lo que ofrece Mart¨ªnez de Pis¨®n en Partes de guerra, una magn¨ªfica antolog¨ªa de relatos de la Guerra Civil ensamblados como una novela coral. La componen 35 textos de autores muy heterog¨¦neos, cuyo nombre es garant¨ªa de calidad y excelencia literaria, y tambi¨¦n de la pluralidad buscada por Pis¨®n, al estar firmados por algunos que participaron en el conflicto (Calders, Sender, Barea, Garc¨ªa Serrano, Mar¨ªa Teresa Le¨®n, L¨®pez Anglada), por otros que perdieron, "irremisiblemente, la infancia y la guerra" (como escribi¨® Garc¨ªa Hortelano) y por los nacidos despu¨¦s, que sabr¨¢n de los sucesos por la memoria familiar y colectiva (que la hubo, aunque en susurros y de puertas adentro), o por los libros ajenos.
Partes de guerra
Ignacio Mart¨ªnez de Pis¨®n (editor)
Relatos de Aldecoa, Atxaga, Aub, Ayala,
Barea, Calders, Campos, Chaves Nogales,
Delibes, Fern¨¢ndez Santos, Garc¨ªa Hortelano,
Garc¨ªa Pav¨®n, Garc¨ªa Serrano, Jordana,
Le¨®n, Anglada, M¨¦ndez Ferr¨ªn, Matute,
Neville, Nov¨¢s, Calvo, Olmedo, Pereira,
Pinilla, Qui?ones, Rivas, Rodoreda, Segovia, Sender, Talens, Trapiello y Z¨²?iga
RBA. Barcelona, 2009
492 p¨¢ginas. 25 euros
A la pluralidad existencial marcada por el espacio y el tiempo en que cada uno vivi¨® esa parte de nuestra historia, se suma la ideol¨®gica, con claro predominio de los relatos escritos desde el campo republicano (no el bando, ?ojo! apenas hay manique¨ªsmo). Y tambi¨¦n la diversidad literaria, dada la categor¨ªa y personalidad de los autores, rasgo que redunda en beneficio de la lectura, muy variada y amena, tanto en lo formal como en lo estil¨ªstico, porque, junto a la cualidad germinal de los buenos cuentos (y ¨¦stos lo son), en Partes de guerra encontramos un amplio muestrario de formas y escrituras: la escueta narraci¨®n de hechos posiblemente vividos en directo, la representaci¨®n casi esc¨¦nica de los mismos, los grandes frisos que propician ciertos espacios (refugios antia¨¦reos, campos de batalla, escuelas, calles, trenes, caminos), mon¨®logos reflexivos, evocaciones y soliloquios, o deliciosos remansos c¨®micos (la tronchante historia de Garc¨ªa Pav¨®n, o de cuando en un pueblecito manchego se improvis¨® un campo de aviaci¨®n "ruso" y todos los vecinos asisten embobados al mudo idilio entre un piloto y una bracera andaluza).
Son muchas las voces y las miradas que se van alternando y entre ¨¦stas destacan las de los ni?os: Jes¨²s Fern¨¢ndez Santos cuenta la vida cotidiana de dos primos en una colonia veraniega pr¨®xima al frente y los juegos peligrosos a que se entregan, con desenlace tr¨¢gico-grotesco; la brutal divisi¨®n de Espa?a la enfoca Aldecoa en un patio escolar y jesu¨ªtico, donde tambi¨¦n tiene lugar un juego en el que los m¨¢s d¨¦biles llevan la peor parte; en un casar de los Ancares un ni?o presencia las larvas que hace aflorar la guerra en el comportamiento de una partida de hombres degradados hasta la animalidad; desde un s¨®tano-almac¨¦n de ata¨²des que sirve de refugio, otro ni?o registra las rencillas y envidias de los vecinos y los perversos sentimientos que engendra el miedo (Delibes); en el Madrid del verano de 1938, un ni?o sarnoso aislado en su personal lazareto descubre "la carne de chocolate": una l¨²cida met¨¢fora del tiempo de la vida en guerra (Garc¨ªa Hortelano); otro lo har¨¢ en las m¨²ltiples colas del pan hechas en esos tres a?os (Jordana); o en un desv¨¢n de Perpi?¨¢n, ya en el exilio (Tom¨¢s Segovia); o en el redil humano de un campo de concentraci¨®n donde quedan atrapados dos muchachos (Jorge Campos).
Ordenados seg¨²n la cronolog¨ªa, el lector asiste al estallido y el desorden inicial en un pueblo de Galicia (Rivas), en el caser¨ªo de los Iturbe (Pinilla) y en las calles de C¨¢diz, donde una telefonista indecisa y sola busca una direcci¨®n de huida que no encuentra (Qui?ones). Desde espacios m¨ªtico-simb¨®licos como la Obaba de Atxaga y la Art¨¢mila de Matute vemos la llegada de los nacionales y los enfrentamientos y la feroz represi¨®n, que prosigue en La gesta de los caballistas, de Chaves Nogales: una verdadera joya que narra la batida y caza del rojo por campos andaluces emprendida por un marqu¨¦s-cacique y su s¨¦quito. Vienen despu¨¦s las haza?as de una patrulla falangista en Galicia (M¨¦ndez Ferr¨ªn) y las diversas gestas b¨¦licas en los distintos frentes. De este grupo destaco Las minas de Teruel (Calders) y El tanque de Iturbi (Nov¨¢s Calvo), por ofrecer visiones y aspectos poco conocidos de la Guerra Civil. Relatos cl¨¢sicos son El cojo, de Max Aub, que recoge la infernal espant¨¢ que sigui¨® a la ca¨ªda de M¨¢laga, y los dos de Z¨²?iga: visi¨®n nocturna del Madrid bombardeado y di¨¢spora final.
Es indiscutible el rigor, el acierto y el equilibrio en la selecci¨®n de los relatos e incuestionable el inter¨¦s de los mismos y su calidad literaria. Pero si fraternalmente miro atr¨¢s, echo en falta Una historia de Ibiza, de Alberti, donde se narra el espanto de lo sucedido all¨ª los primeros d¨ªas (recordemos la implacable acusaci¨®n encerrada en Los grandes cementerios bajo la luna, de Bernanos, que se adelant¨® a los Malraux y compa?¨ªa en la denuncia de la barbarie y la injusticia desencadenada por el general episcopal y sus huestes; sobre este tema de los intelectuales y la guerra, remito al relato de Chaves Nogales, ?Masacre! ?Masacre!, otra perla). Y a?adir¨ªa En la costa de Santiniebla, de Cernuda (n¨²mero X de Hora de Espa?a, octubre de 1937, cuando ca¨ªa Asturias y se derrumbaba el Frente Norte), donde narra la visi¨®n de los "ahogados" en la r¨ªa del Eo (nueva laguna Estigia) tras la acci¨®n de las columnas "gallegas". Tambi¨¦n El acompa?ante, de Jim¨¦nez Lozano, que delata la hip¨®crita actuaci¨®n de la Iglesia espa?ola, para ajustar realidad y ficci¨®n, dado el peso del clero en la Cruzada. Excelente broche del libro ser¨ªa Una tumba, de Benet, porque las cenizas de la guerra tambi¨¦n abrasaron aqu¨ª, y no s¨®lo en los campos del exilio.
No hay cr¨ªtica ni reprobaci¨®n en estas l¨ªneas. S¨®lo la voluntad de sumar otras visiones a estos Partes de guerra, tan necesarios. -
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