Jugar no es s¨®lo cosa de ni?os
Hubo un tiempo en que no tuvimos duda alguna sobre que ¨¦ramos aquello que represent¨¢bamos ser: bomberos, enfermeras, m¨¦dicos, conductores de f¨®rmula 1, cantantes, bailarines... Adem¨¢s pose¨ªamos una extraordinaria capacidad para cambiar de personaje en un santiam¨¦n, prevaleciendo la actitud aventurera y convirtiendo cada d¨ªa en un amanecer al mundo de las posibilidades por descubrir. Dicen que es por eso por lo que el tiempo en la infancia y adolescencia pasa m¨¢s lento, porque nos entretenemos en observar, entender e integrar todo conocimiento. Luego, en la madurez, funciona m¨¢s el piloto autom¨¢tico, todo se nos hace lo suficientemente conocido o reconocible, y por eso el tiempo pasa m¨¢s deprisa. Perdimos la capacidad de sorprendernos. Pero no es eso lo ¨²nico que perdemos de mayores.
Esa flexibilidad, esa creatividad, esa capacidad de aventurarnos, se ve sometida a la dura competencia de ser alguien en la vida; en definitiva, de asumir la vida entera y no s¨®lo su parte divertida y emocionante. Es as¨ª como pasamos de la vida como juego al juego de la vida.
En ese dejar atr¨¢s al ni?o o la ni?a que fuimos, abandonamos sin darnos cuenta materiales nobles para nuestra autoconstrucci¨®n. Es m¨¢s, a menudo arrastramos lo peor de nuestras infancias y, en cambio, desechamos el campo de habilidades infinitas que desarrollamos sin apenas darnos cuenta. Y es tambi¨¦n as¨ª, sin demasiada conciencia de c¨®mo lo hacemos, como nos volvemos r¨ªgidos, incapaces de asumir otro rol que aquel al que nos hemos acostumbrado tanto, que al final nos identificamos s¨®lo con ¨¦l.
La rigidez nos constri?e hasta el punto de sentirnos aprisionados por la propia armadura que hemos construido para parapetarnos de los ataques del mundo exterior y, sobre todo, de los depredadores humanos que pueden da?arnos con una simple palabra. En el fondo seguimos siendo ni?os que han cambiado la sonrisa por la cara de perro, o las rabietas por palabras y gestos perversamente envenenados. Seguimos jugando, s¨®lo que a menudo ya no es tan divertido.
EL JUEGO DE LA VIDA
El destino baraja las cartas, nosotros las jugamos
(Arthur Schopenhauer)
La madurez conlleva asumir los avatares de la existencia. Cuando eres joven, parece que todo tenga vuelta atr¨¢s, ya que suele haber siempre alguien encargado de aclarar nuestros entuertos, que nos disculpa, nos libera de la culpa y nos da otra oportunidad. Pero eso no ocurre de mayores. Cada decisi¨®n que tomamos, cada rol que asumimos, acarrea su responsabilidad, cada p¨¦rdida es irreparable y nadie nos saca las casta?as del fuego. ?se es el v¨¦rtigo que produce el juego de la vida, y ante tama?a realidad hay quien aprende a aceptar, hay quien se rebela, hay quien se resigna y tambi¨¦n hay quien no aguanta demasiado y prefiere hacer regresiones, o sea, se vuelve para atr¨¢s y se convierte en Peter Pan.
El juego de la vida es un misterio. No hay enga?o m¨¢s clamoroso que creer que podemos tener la vida bajo control. Todo cambia si en lugar de controlar nos permitimos seguir siendo jugadores con una sola condici¨®n: aceptar que los dados los pueden tirar por nosotros. Eso se puede vivir como una desgracia o como una aventura. Como un sino, una tragedia, una rendici¨®n o una oportunidad.
JUEGO A TRES BANDAS
La vida no es la que uno vivi¨®,
sino la que uno recuerda, y c¨®mo la recuerda para contarla
(Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez)
De todos los juegos que practicamos ya de mayores, el que m¨¢s adeptos re¨²ne es el de dar con la respuesta a la pregunta ?qui¨¦n soy yo? Es curioso porque hay alguien que pregunta y a la vez alguien que responde. Pero adem¨¢s hay alguien que observa c¨®mo uno pregunta y el otro responde. Es como si existieran dentro de cada persona tres figuras, habitualmente en conflicto.
El m¨¦dico psiquiatra Eric Berne utiliz¨® una trinidad en su afamado An¨¢lisis Transaccional (AT) conocida como el Ni?o, el Padre y el Adulto. Anteriormente Sigmund Freud hab¨ªa introducido un esquema trino para definir la operativa mental: el Yo, el Ello y el Supery¨®. Tambi¨¦n Paul MacLean nos habl¨® del cerebro trino, aquel que encierra nuestras esencias: impulsos, emociones y raz¨®n. En todos los casos podemos observar c¨®mo nuestras vidas interiores transcurren en una especie de lucha de fuerzas entre nuestros impulsos (nuestro ni?o), las normas ¨¦ticas, morales, sociales, la cr¨ªtica (el Padre) y la consciencia intentando poner orden y equilibrio a nuestra existencia (el Adulto).
El paseo que damos a diario con nosotros mismos nos mete en la eterna lucha de la voluntad por poner en orden nuestros deseos. Jugamos a inventar expectativas y luego vivimos de la insatisfacci¨®n de que nada sucede como hab¨ªamos pensado. Todo ello ocurre porque no hemos entendido bien el juego. La pista nos la proporciona el maestro espiritual Sri Nisargadatta Maharaj al recordarnos que para saber lo que uno es, primero debe investigar y conocer lo que uno no es. Desnudos de nuestros enredos psicol¨®gicos, tal vez hallemos la verdad que se esconde tras el juego.
EL JUEGO COMO ACTITUD
"No se tome la vida demasiado
en serio; nunca saldr¨¢ usted
vivo de ella" (Elbert Hubbard)
Vale la pena reivindicar el valor del juego en nuestra vida, como b¨¢lsamo contra la rigidez, contra los automatismos y contra la idea de que nuestra personalidad es como una roca, firme y permanente, transformada s¨®lo por el paso de los a?os y el castigo de los elementos externos. ?C¨®mo vamos a poder cambiar, a volvernos m¨¢s flexibles y a utilizar nuestra creatividad, si no es jugando con nosotros mismos? S¨®lo existe una verdad: ?que somos! En cambio, cuando a?adimos que somos "eso", empieza el juego y nos convertimos en jugadores, creadores de experiencias. Lo malo es que confundamos "eso" con la realidad. Entonces convertimos el juego en verdad, nos tomamos en serio e injustamente dejamos de jugar.
El juego como actitud permite que nos reinventemos. Permite que nos relacionemos con un elegante fair play. Permite que nos riamos m¨¢s a menudo. Permite que procuremos ganar, para que ganen todos y no para ganarlos a todos. Permite descubrir que la vida es ilimitada si sorteamos nuestras propias fronteras de miedo. El juego nos permite fluir y que juego y jugador sean una sola cosa. S¨®lo entonces dejamos el juego para convertirnos en su creador.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.