Luis Romero, novelista
Recibi¨® el Premio Nadal en 1951 por 'La noria'
Leo con tristeza la noticia de la muerte de Luis Romero (Barcelona, 1916), novelista repetidamente galardonado (Premio Nadal 1951 con La noria; Premio Planeta 1963 con El cacique; el Ramon Llull en 1991, con Castell de cartes), buen bi¨®grafo de Dal¨ª (Todo Dal¨ª en un rostro, 1975) y notable historiador de la Guerra Civil que vivi¨® en primera persona desde el bando nacional (Tres d¨ªas de julio, en 1967, y Por qu¨¦ y c¨®mo mataron a Calvo Sotelo, Premio Espejo de Espa?a, 1982). Pero, por encima de todo, era buena persona. Le conoc¨ª en una reuni¨®n de colaboradores de una colecci¨®n de bolsillo asesorada por ¨¦l, de la editorial Bruguera, Mosaico de la historia, sobre la Guerra Civil. Creo que el mejor libro de aquella colecci¨®n fue el de Teresa P¨¤mies Los ni?os de la guerra. Mientras para unificar criterios nos explicaba Romero las caracter¨ªsticas que tendr¨ªa aquella colecci¨®n, nos dijo dos cosas que no se me olvidan. La primera fue que la Guerra Civil hab¨ªa sido como el filo de una navaja, sobre el que uno no puede sentarse sino que ha de inclinarse por uno u otro lado, y as¨ª -dijo- personas o grupos que el d¨ªa antes del alzamiento eran ideol¨®gicamente muy cercanos, el d¨ªa despu¨¦s se encontraron enfrentados a muerte. Por eso siempre he admirado a los personajes de la tercera Espa?a, los que no cab¨ªan ni en la azul ni en la roja, y cuando Vicent Comes public¨® su ¨®ptima tesis sobre el pol¨ªtico valenciano Luis Lucia y Lucia, perseguido por ambos bandos, le suger¨ª el t¨ªtulo En el filo de la navaja. La segunda afirmaci¨®n fue, a prop¨®sito del general Batet: que en su muerte hab¨ªa un misterio, pero que el misterio no era que fuera fusilado, porque esto fue lo que por regla general se hizo con todos los militares que no se sumaron al alzamiento, sino que se tardara siete meses. ?ste fue uno de los hilos que me llevaron a escribir la biograf¨ªa de aquel honrado militar, y a la luz de la documentaci¨®n conservada por su familia y del examen del sumario creo haber desvelado el misterio al que Luis Romero con raz¨®n alud¨ªa: Batet vivi¨® mientras en el norte mand¨® Mola, que lo admiraba y le estaba agradecido, pero cuando Franco toma las riendas lo elimina, y del modo m¨¢s humillante posible.
Fue historiador de la Guerra Civil, que vivi¨® desde el bando nacional
Participaba en aquella reuni¨®n el gran especialista en la vida cotidiana durante la guerra y la posguerra Rafael Abella, por cierto tambi¨¦n fallecido recientemente, y sugiri¨® que un tema interesante para la colecci¨®n ser¨ªa la vida alegre durante la contienda, sin exceptuar a los cruzados, pues es bien sabido que la guerra, que los hace a todos novios de la muerte, excita el deseo de diversi¨®n en los soldados de permiso, que tienen pagas que no han podido gastar, y en los enchufados de la retaguardia, que se enriquecen especulando con los sufrimientos del pueblo. Entonces algunos de los presentes empezaron a referir an¨¦cdotas de espect¨¢culos alegres y de prost¨ªbulos. Alguien cont¨® (?historia o chiste?) que cuando los anarquistas de Barcelona se empe?aron en redimir a las prostitutas, preguntaron a una de ¨¦stas c¨®mo le iba la redenci¨®n, y contest¨®: "?Ps¨¦! Me toca hacer lo de siempre, pero sin cobrar...". Mientras entre risotadas contaban an¨¦cdotas de las casas de prostituci¨®n durante la guerra, Teresa P¨¤mies los miraba at¨®nita, hasta que los interpel¨® en su delicioso acento leridano: "Aix¨ª, vosaltres hi an¨¤veu!" [As¨ª que, ?vosotros tambi¨¦n ibais!]. Entonces todos, atrapados, empezaron a excusarse diciendo que no, que otros se lo hab¨ªan contado.
En aquella colecci¨®n se public¨® mi libro m¨¢s divulgado, La espada y la cruz, para el que Romero me dio prudentes consejos, con total respeto de mi visi¨®n cr¨ªtica del papel de la Iglesia en la Guerra Civil. Para ello me recibi¨® en su casa y, al margen de mi trabajo, me mostr¨® su rica biblioteca y los estantes repletos de carpetas con una copiosa documentaci¨®n y correspondencia con pol¨ªticos del exilio, a los que incluso hab¨ªa visitado en Francia, M¨¦xico y otros pa¨ªses. No s¨®lo puso al servicio de la historia su talento literario, de novelista repetidamente premiado, sino que fue un investigador de primera mano. Deja un tesoro para los historiadores que ser¨ªa una l¨¢stima que ahora se perdiera. Ojal¨¢ pueda depositarse en alg¨²n archivo asequible.
Hilari Raguer es monje de Montserrat e historiador
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