Muerte lenta de Susan Sontag
En los escaparates de las librer¨ªas de Nueva York hay una bella edici¨®n reci¨¦n aparecida de los diarios de Susan Sontag, con una foto en la portada de una mujer joven de los a?os cincuenta, o primeros sesenta, morena, con un cierto parecido a Natalie Wood, con un cigarrillo en la mano, sostenido con esa afectada naturalidad con la que en esa ¨¦poca se dejaban retratar fumando los intelectuales. En otro libro donde ella tambi¨¦n est¨¢ en la portada, Susan Sontag es ya la mujer c¨¦lebre y madura con la melena poderosa cruzada por un mech¨®n de pelo blanco: es la edici¨®n de bolsillo de Swimming in a Sea of Death, el testimonio de la agon¨ªa y la muerte de Sontag escrito por su hijo, David Rieff, que tiene casi la sequedad de un informe cl¨ªnico, la tensi¨®n insoportable de ese llanto que atenaza la garganta y estallar¨¢ como un quejido. La simultaneidad de los dos libros, de las dos fotos, traza el arco completo de una biograf¨ªa. En los diarios Susan Sontag empieza siendo, a los catorce y quince a?os, una adolescente de una pedanter¨ªa aterradora, pero tambi¨¦n muy c¨®mica, ansiosa por leerlo todo, por ver todas las pel¨ªculas y escuchar todas las obras maestras de la m¨²sica cl¨¢sica, melodram¨¢ticamente en rebeld¨ªa contra el tedio de la vida dom¨¦stica y de la provincia americana. Nada es lo bastante elevado para ella: encuentra fallos imperdonables a La monta?a m¨¢gica y la escritura de Faulkner en Luz de agosto le parece vulgar; leyendo a Gide encuentra por fin un alma gemela: "Gide y yo hemos alcanzado una comuni¨®n intelectual tan perfecta...".
En el diario, como cualquier adolescente, Sontag inventa un personaje de s¨ª misma: lo que asombra es el tes¨®n con que dedic¨® su vida entera a construir ese personaje, aliment¨¢ndolo con una bulimia intelectual que le dur¨® siempre, y que tal vez siempre excluy¨® el ¨¢cido corrosivo de la iron¨ªa hacia uno mismo, que es uno de los rasgos a los que la adolescencia es impermeable. Muchos a?os despu¨¦s, cuando ya estaba muri¨¦ndose de una muerte lenta y dolorosa que se negaba a aceptar, le confes¨® a su hijo algo que suena m¨¢s propio de un adolescente que de una mujer de setenta: "Esta vez, por primera vez en mi vida, no me siento especial".
A los quince a?os llenaba su diario con listas de libros, de pel¨ªculas, de ¨®peras y sinfon¨ªas que le era imperativo descubrir: despu¨¦s de su muerte, su hijo encontr¨® entre sus cosas recortes de rese?as de restaurantes a los que quer¨ªa ir y de novedades literarias que ya no hab¨ªa podido leer. Comparaba la voracidad lectora con la sexual, y la entrada del diario en la que cuenta una aventura er¨®tica primeriza con otra mujer consiste sobre todo en la lista de obras musicales -Scriabin, Bart¨®k, Shostak¨®vich- que escuchaban mientras hac¨ªan el amor. El ¨¦xtasis no puede ser m¨¢s elevado: Sex with music. So intellectual!
En 1975 padeci¨® un c¨¢ncer por primera vez. Le dijeron que las probabilidades de supervivencia eran escasas, pero se someti¨® a la operaci¨®n m¨¢s radical de las que propon¨ªan los m¨¦dicos. Su hijo recuerda los detalles con la precisi¨®n de un informe. En esa intervenci¨®n a la paciente le quitaban "no s¨®lo el pez¨®n y la aureola y la mama entera, sino tambi¨¦n los m¨²sculos del pecho y los n¨®dulos linf¨¢ticos de las axilas, que en el caso de mi madre se hab¨ªan revelado como cancerosos". Se someti¨® a quimioterapias terribles y escribi¨® despu¨¦s sobre la enfermedad con una clarividencia helada. Uno cree pertenecer al reino de los sanos, pero un d¨ªa le toca descubrir que al nacer le dieron doble nacionalidad y que ahora pertenece tambi¨¦n al reino vasto y hasta entonces casi invisible para ¨¦l de los enfermos, y desde ese d¨ªa ni uno mismo ni el mundo vuelven a ser los que eran. En los a?os noventa, cuando se hab¨ªa retirado a una casa de campo en Italia queriendo resolver en la soledad una novela dif¨ªcil, empez¨® a orinar sangre. Regresar¨ªa el miedo intacto, en el fondo nunca mitigado, la advertencia de que segu¨ªa conservando su nacionalidad sombr¨ªa en el reino de los enfermos, pero le importaba mucho no parar de escribir y no fue al m¨¦dico ni dijo nada a nadie. Termin¨® la novela, le hicieron pruebas, le encontraron otro c¨¢ncer, un sarcoma uterino.
Lo super¨® tambi¨¦n pero despu¨¦s supo que a un precio muy alto: la quimioterapia que le dieron entonces favoreci¨® el crecimiento de otro c¨¢ncer que se revel¨® unos a?os m¨¢s tarde, una forma especialmente cruel de leucemia, que no da a quien la sufre un plazo de supervivencia de m¨¢s de nueve meses. El relato de David Rieff empieza el 28 de marzo de 2004, en el aeropuerto de Heathrow, en esa desolaci¨®n de un trasbordo entre dos viajes muy largos. Tiempo de nadie en la tierra de nadie de una sala de espera. Hab¨ªa volado hasta Londres desde Oriente Pr¨®ximo y esperaba la salida de un vuelo hacia Nueva York. Llam¨® a su madre para avisarle de que volv¨ªa y ella le dijo que se hab¨ªa hecho uno de sus an¨¢lisis habituales y que los resultados no eran buenos. A partir de ah¨ª el libro es una pesadilla iluminada por una claridad como la que no se apaga nunca en los corredores de las cl¨ªnicas, atravesada por una obsesi¨®n como la del enfermo que haga lo que haga est¨¢ pensando siempre en su enfermedad, sospechado su avance en el cuerpo, su invasi¨®n todav¨ªa imperceptible. Es la obsesi¨®n de Susan Sontag por no morir y la del hijo pregunt¨¢ndose si hizo bien o no en secundar la ceguera insensata de su madre, la venenosa esperanza que la impulsaba a no resignarse y a someterse a tentativas de curaci¨®n que tan s¨®lo serv¨ªan para agravar su martirio, a una operaci¨®n de trasplante de m¨¦dula que no ten¨ªa la menor probabilidad de ¨¦xito en una mujer de setenta a?os que llevaba casi la mitad de su vida minada de un modo u otro por la enfermedad.
"Mi madre se hab¨ªa visto siempre a s¨ª misma como alguien cuya hambre de verdad era absoluta. Despu¨¦s del diagn¨®stico el hambre persisti¨®, pero su desesperaci¨®n no era por la verdad sino por la vida". Susan Sontag no aceptaba para s¨ª el destino com¨²n, la fatalidad de desaparecer. Ella, tan especial, ?iba a morir? Ten¨ªa tanto que escribir todav¨ªa, tanto que hacer, la esperaban tantos viajes y tantos libros y ¨®peras y restaurantes. Pudo haberse deslizado hacia la muerte con cuidados paliativos y prefiri¨® el tormento de los quir¨®fanos y la quimioterapia. S¨®lo muy cerca del final pareci¨® rendirse, cuenta David Rieff. Pregunt¨® por ¨¦l y le pidi¨® que se acercara. "Quiero decirte...", murmur¨® apenas a trav¨¦s de los labios llagados. Pero no dijo nada y ya no volvi¨® a hablar. Sigui¨® viva unos d¨ªas, pero ya estaba lejos, recuerda su hijo. Se hab¨ªa retirado a un lugar muy dentro de s¨ª misma. Uno quisiera saber si antes de extinguirse Susan Sontag volvi¨® a vislumbrar el sue?o intacto de la vida futura que hab¨ªa inventado en sus primeros diarios.
.
Reborn: Journals and notebooks, 1947-1963. Susan Sontag y David Rieff. Farrar Straus & Giroux, 2008. 336 p¨¢ginas. Mondadori publicar¨¢ el libro en Espa?a a finales de a?o. Un mar de muerte. Recuerdos de un hijo. David Rieff. Traducci¨®n de Aurelio Major. Debate. Barcelona, 2008. 149 p¨¢ginas. 17,90 euros
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.