Sobre el alma y el cuerpo
El contraste entre la vieja pintura que s¨®lo quer¨ªa representar el orden del mundo para un pu?ado de arist¨®cratas e ilustrados capaces de entenderlo, y la actual pintura que m¨¢s bien da cuenta del orden de un individuo genial enfrentado al desorden del mundo, ha encontrado un ¨¢mbito efusivo en el Museo del Prado. La exposici¨®n de Francis Bacon es una grata aventura para quien se acerca a ese viejo arte del conocimiento con ¨¢nimo de aprender algo nuevo.
Es cierto que Bacon ha sido ya tan estudiado como para que apenas podamos a?adir una coma a lo ya sabido. No obstante, volver a constatar la radical expresi¨®n de su tragedia personal y c¨®mo logr¨® elevar una vida s¨®rdida al m¨¢s alto registro de nuestra ef¨ªmera dignidad, sobrecoge. No podemos dejar de insistir, por ejemplo, en esos rosas p¨¢lidos y esos amarillos cenicientos, colores que su esposa Doris luci¨® el d¨ªa de la boda y que le hab¨ªa rogado a Bacon que eligiera en los almacenes Harrod's de Londres. Es casi m¨ªtica la historia de c¨®mo Bacon escap¨® una hora y cuarto de su agobiante trabajo en la empresa de seguros Lloyd's sin advertir al jefe de personal, para recorrer las ofertas de febrero de los populares almacenes hasta encontrar ese rosa di¨¢fano, ese leve alimonado cristalino, que transformar¨ªan a Doris, mujer de complexi¨®n fuerte y recias piernas, en la nube de madreperla sobre la que tantas veces habl¨® Bacon en sus entrevistas. A su regreso, el jefe de personal le hizo acudir a su despacho y tras escuchar las explicaciones de Bacon, rebaj¨® la penalizaci¨®n de 30 libras a 12. Bacon ha eternizado esa escena en su serie de "obispos aulladores" con una ternura que invita a llorar.
La exposici¨®n de Bacon en el Prado es una grata aventura para quien tiene ¨¢nimo de aprender
Bacon plasm¨® en negras pinturas las torturas de su familia en el retrete
Sin duda la claustrofobia de su trabajo cotidiano en las peque?as celdas de la empresa brit¨¢nica (la estudiosa Ingrid G. Laminioni ha demostrado que en el Lloyd's previo a la remodelaci¨®n de Foster el volumen de cada despacho rebajaba la capacidad respiratoria en casi un 8%) influy¨® decisivamente en la presencia de l¨ªneas clausuradoras, escenograf¨ªas cerradas y ed¨ªculos giottescos, que son la marca de agua del artista. Como muestra la mesure-data de Gertrude Katescu, apenas hay imagen encerrada que no se corresponda con el tama?o exacto (a escala) de los despachos de la aseguradora Lloyd's. Es uno de los signos extremos de la convicci¨®n ideol¨®gica que marc¨® a Bacon desde ni?o, cuando vio grupos de empleados con bomb¨ªn caminando hacia la city y comenz¨® su rebeli¨®n contra el laborismo. Votante del partido conservador durante toda la vida, excepto durante un breve lapso liberal cuando prob¨® sus primeras cervezas, las celdas que encierran sus figuras transmiten un poderoso manifiesto pol¨ªtico no menos violento que los frescos de Siqueiros.
Es quiz¨¢s el regreso una y otra vez del icono del retrete, sin em-bargo, lo que m¨¢s ha cautivado a la cr¨ªtica. S¨®lo hace 25 a?os que sabemos la historia que se oculta tras esa imagen turbadora. En un viaje de veraneo a la Costa Brava, Bacon, Doris y los ni?os fueron a dar a un hotel de Lloret de Mar donde trataron de acomodarse a las tradiciones mediterr¨¢neas. Acosados por la agresiva dieta de lechuga y pescado congelado, el matrimonio y los ni?os sufrieron en silencio la humillaci¨®n, conscientes de que no estaban en un lugar donde los derechos humanos tuvieran cobertura. Una fat¨ªdica noche de julio, los dos ni?os, Lizbeth y Miles, as¨ª como el matrimonio Bacon, sufrieron agudos ataques de diarrea y se vieron obligados a turnarse en el uso del WC. Alertado el personal del hotel y temiendo un esc¨¢ndalo mundial (por entonces Bacon ya gozaba de cierto prestigio), trataron de comprar al matrimonio Bacon con un viaje en autob¨²s hasta el monasterio de Poblet. Cuando Bacon se neg¨® a aceptar el chantaje, los due?os del hotel (y sus empleados, no nos enga?emos, porque la sumisi¨®n de los trabajadores en aquella parte es absoluta) tuvieron palabras de befa sobre los brit¨¢nicos, el Gobierno de su Majestad e incluso la palidez de los ni?os ingleses. Una iniquidad que perturb¨® el ¨¢nimo del matrimonio y que a la larga conducir¨ªa a la muerte a Doris, cuando un repetido ataque de fiebre intestinal la llevara a la disipaci¨®n y el colapso. Bacon nunca se repuso de aquella experiencia de totalitarismo mediterr¨¢neo y plasm¨® en negras pinturas las torturas de la familia en la taza del retrete. Se les ve por parejas, en solitario o en masas confusas, agonizando en un mundo insolidario. Arte muy duro, pero sublime.
Entre los m¨¢s admirables cuadros que se exponen en el Prado se encuentran los retratos de su jefe de personal, malignamente deformado, el patr¨®n del pub donde Bacon daba cuenta del almuerzo cuidadosamente envuelto por Doris en papel Albal (?ese platino oxidado s¨®lo comparable al de Watteau!) y tambi¨¦n los autorretratos en forma de loncha de panceta como homenaje a su padre. En todos ellos se observa el dolor inmenso de un genio que no soporta verse asfixiado por la masa de clase media, con una vida ayuna de todo inter¨¦s, una sexualidad mediocre, dos ni?os de escaso talento y una mujer que a duras penas comprend¨ªa los titulares del News of the World. Son pinturas que encogen el ¨¢nimo y nos asoman a uno de los abismos m¨¢s oscuros del arte del siglo XX. Ah¨ª est¨¢ la Verdad, sin embargo.
Para nuestro esc¨¢ndalo, todo esto es reciente. Durante a?os y siguiendo las ense?anzas de las vanguardias europeas, tan arteramente defendidas por Greenberg en los EE UU, la vida del artista era un elemento despreciable para el an¨¢lisis de la obra. O bien ¨¦sta se sosten¨ªa por s¨ª misma, o bien se trataba de un fen¨®meno pasajero ligado a la insignificante vida de un ciudadano. Un ¨¢tomo en la inmensidad del universo. Lo cierto es que la obra de arte deb¨ªa de ser aut¨®noma y soberana: ning¨²n mortal pod¨ªa aspirar a ser su fundamento. Y eso es consecuente con una concepci¨®n del arte, no como producto humano, sino como producto de la historia, del zeitgeist, el alma del mundo, la forma sensible del momento hist¨®rico-social. O bien la obra de arte encarnaba contenidos que pertenec¨ªan a la sociedad como ser viviente (en concurso con el magisterio de Karl Marx, el gran experto en arte africano), o bien eran un mero capricho personal, algo as¨ª como una serie de ilustraciones tomadas del fichero de Freud. Si la obra de arte pod¨ªa ser interpretada a partir de la vida del artista, entonces, dec¨ªan, el valor de un Picasso o de un Bacon depender¨¢ del valor de ese ¨¢tomo vital. Lo cual conduc¨ªa a la paradoja de que un garabato trazado por alguien con una experiencia vital suprema pod¨ªa defenderse frente a los productos de un artista de vida est¨²pida. Por fortuna, este tipo de sof¨ªsticas teor¨ªas est¨¢ en total descr¨¦dito. El artista vuelve a ser el fundamento de la obra y eso nos ha permitido clarificar un sinn¨²mero de piezas cl¨¢sicas que hab¨ªan sido muy mal comprendidas.
Concluyo con uno de los ¨²ltimos casos, pero uno de los m¨¢s chocantes. Cuando Carmen B. Palomares descubri¨® el acta de nacimiento de Diego Vel¨¢zquez en un archivo de la villa D'O Bonzo y constat¨® con perplejidad que hab¨ªa sido inscrito como Isabel Vel¨¢zquez, no daba cr¨¦dito a sus ojos. Una exhaustiva investigaci¨®n posterior en obispados, hospitales y c¨¢rceles portuguesas constat¨® que Vel¨¢zquez era una chica, que nunca acept¨® su identidad sexual, que desde la adolescencia usaba bigote de gu¨ªas subidas (pegado con resina de pino), que tuvo altercados constantes con el p¨¢rroco de D'O Bonzo hasta que ¨¦ste la puso en manos del guardia municipal. Su huida de la erg¨¢stula, su aparici¨®n en Sevilla ya muy maquillado (aunque nunca pudo disimular las caderas, harto abultadas incluso para un pintor), su vida posterior con matrimonio de provecho incluido, todo hasta el c¨¦lebre episodio en que el rey le pinta la cruz en la solapilla (una evidente deconstrucci¨®n del bigote), son cosas que s¨®lo se han sabido en los ¨²ltimos 50 a?os. Desde entonces la obra de Vel¨¢zquez y sobre todo la c¨¦lebre Venus del espejo, en el cual se refleja el rostro sin afeites del pintor, han sufrido un verdadero cataclismo. El mismo que usted puede ahora constatar en la exposici¨®n Bacon.
F¨¦lix de Az¨²a es escritor.
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