?C¨®mo se forman las mayor¨ªas?
La regla de la mayor¨ªa es tan absurda como sus detractores le acusan de serlo". As¨ª empieza un c¨¦lebre texto de John Dewey, que contin¨²a aclarando: "Lo que importa es c¨®mo una mayor¨ªa llega a serlo". Y, a mi juicio, caben al menos tres caminos: el debate sereno y la discusi¨®n p¨²blica bien argumentada, la agregaci¨®n de intereses individuales y grupales o, pura y llanamente, la manipulaci¨®n de los sentimientos. En el primer caso estamos ante una democracia deliberativa, en el segundo, ante una democracia agregativa, y en el tercero, ante lo que podr¨ªamos llamar la democracia emotiva, en la que reina el arte de la manipulaci¨®n.
Claro que en la vida real las tres se dan de alg¨²n modo mezcladas, pero tambi¨¦n es cierto que una de esas dimensiones puede imponerse a las restantes hasta el punto de imprimirles su sello.
Cultivar al pueblo y no a la masa es la base para promover una ciudadan¨ªa activa
Creo que llevaba raz¨®n Dewey. La democracia representativa no es el gobierno del pueblo, en ning¨²n lugar de la tierra gobierna el pueblo. Es m¨¢s bien, como se ha dicho, el gobierno querido por el pueblo, y ni siquiera eso: es el gobierno querido por la mayor¨ªa del pueblo, incluso por la minor¨ªa cuando los partidos en el poder no tienen mayor¨ªa absoluta. C¨®mo se forma esa mayor¨ªa cuyos representantes pactan con las minor¨ªas es un gran problema.
Puede hacerse por agregaci¨®n de los intereses de los votantes. Los partidos pol¨ªticos compiten por sus votos tratando de sacar a la luz cu¨¢les pueden ser los intereses de los distintos sectores y les aseguran que van a satisfacerlos. Las gentes sopesan bien las diferentes ofertas, las estudian y optan por las que les parecen mejores para ellas. El deliberacionista critica esta forma de actuar porque la considera equivocada de plano. No nacemos ya con intereses que despu¨¦s agregamos, sino que los intereses se forman socialmente, ni es aut¨¦ntica democracia aquella en que las gentes buscan su inter¨¦s particular, como si no fuera posible forjarse una voluntad com¨²n mediante la deliberaci¨®n y el intercambio de argumentos. Esto es lo propio de un pueblo, de un demos, el poder decir "s¨ª, nosotros queremos", y sin ¨¦l no hay democracia posible.
S¨®lo que el deliberacionista suele ser estadounidense y contar con el suelo de un patriotismo indiscutible con el que no contamos otros, con un sentido del "nosotros", ligado a valores universales, que impregnaba el discurso de Obama. Aqu¨ª no hay nosotros que valga, y cuando lo hay, es contra otros.
Pero tampoco es muy seguro que estemos forjando una democracia agregativa inteligente, tampoco es muy seguro que las gentes estemos mostrando el caletre necesario para sopesar qu¨¦ nos interesa, para estudiar las propuestas y pedir responsabilidades cuando no se cumplen. Estamos m¨¢s bien en manos de quien nos sepa manipular.
Como el colesterol, que puede ser malo o bueno, hay una buena ret¨®rica y una mala. La primera trata de conocer los sentimientos de los interlocutores para que puedan entender el mensaje que se les quiere transmitir y por qu¨¦ les beneficia. El mensaje, claro est¨¢, ha de ser bueno para ellos. Si no se logra la sinton¨ªa, si no se alcanza la comunicaci¨®n, entonces el buen mensaje no llega. La mala ret¨®rica, por su parte, trata tambi¨¦n de conocer los sentimientos de los interlocutores, pero para intentar colocarles el producto que interesa al ret¨®rico sin que se den ni cuenta, aunque se produzca con ello un da?o irreparable. Es todo un arte el de la mala ret¨®rica, que en rom¨¢n paladino puede y debe llamarse manipulaci¨®n.
En ¨¦l tienen un papel clave los medios de comunicaci¨®n con s¨®lo destacar unos sucesos u otros, con s¨®lo subrayar unas frases y callar otras.
Que un pa¨ªs sumido en una brutal crisis econ¨®mica, con un ¨ªndice de paro que es el sufrimiento cotidiano de personas concretas y de familias enteras, al que se amenaza con excluirle de la zona euro, tenga como portada en los diarios, como primera plana, el fallo del Tribunal Supremo sobre Educaci¨®n para la Ciudadan¨ªa es, a mi juicio, un s¨ªntoma p¨¦simo, el de un pa¨ªs que no tiene pueblo, sino masa, dispuesta a seguir bailando a cualquier flautista embaucador.
Algunos hemos venido diciendo desde hace tiempo que EpC no va a forjar ciudadanos comprometidos ni detritus sociales, que el asunto son los manuales y qui¨¦n imparte la asignatura, y sobre todo que el problema de la educaci¨®n no se reduce a ense?ar el uso del preservativo, que es lo que al parecer les importa a representantes visibles de los dos grandes partidos. Cuando la educaci¨®n en su conjunto es deplorable y los alumnos llegan a la Universidad con un nivel cada vez m¨¢s bajo.
Hay muchas tareas pendientes para la construcci¨®n de una democracia: crear partidos democr¨¢ticos, capaces de contagiar a la sociedad democracia y pluralismo, poner trabas al gobierno de las minor¨ªas, quitar fuerza a los aparatos de los partidos, promover una ciudadan¨ªa activa. Pero la m¨¢s importante consiste, a mi juicio, en formar mayor¨ªas cultivando pueblo y no masa.
Adela Cortina es catedr¨¢tica de ?tica y Filosof¨ªa Pol¨ªtica de la Universidad de Valencia, directora de la Fundaci¨®n ?TNOR y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Pol¨ªticas.
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