Lemon Market
"Estoy arruinado. Hace unos meses compr¨¦ un caballo in¨²til. La bestia no sabe por d¨®nde tirar, se resbala continuamente, se desploma a la menor cuesta, se asusta con los petardos o las campanas, y para colmo se para en seco: cuando se lo impide un reba?o de ovejas, por ejemplo.
"Qu¨¦ desastre. Antes las cosas no eran as¨ª. El se?or siempre me informaba: sab¨ªa c¨®mo estaba el mercado. Me proteg¨ªa. Si hubiera estado conmigo cuando me hice con el ¨²ltimo caballo, la compra no habr¨ªa sido una ruina. Antes, cuando yo necesitaba una bestia, el se?or siempre vigilaba la operaci¨®n, dici¨¦ndome qu¨¦ hacer. De ese modo me evitaba estas calamidades. ?Que yo deb¨ªa pagarle su parte? Hombre, lo normal. ?l sacaba su pellizco de la operaci¨®n y todos contentos. Lo justo, vaya.
"Hace a?os, por ejemplo, yo necesitaba deshacerme de un caballo ciego. S¨ª, ciego: una bestia absolutamente in¨²til. ?Que qu¨¦ hizo el se?or? ?Que c¨®mo me benefici¨®? Pues ayud¨¢ndome a venderlo como sano. Lo puso en el mercado de caballos y con sus artes lo pas¨® como buena mercanc¨ªa. Ahora, el se?or est¨¢ en la c¨¢rcel y por eso al comprar la caballer¨ªa me han enga?ado con una bestia inservible. Me han vendido otro animal torpe. ?Dios m¨ªo, aquel se?or s¨ª que era un caballero!"
La historia anterior ocurre en 1863 y se la le¨ª a Diego Gambetta: esas palabras, levemente modificadas o actualizadas por m¨ª, las pronunciaba un distinguido cochero cuando vio arruinarse su modesta empresa de transporte. Era v¨ªctima de su falta de informaci¨®n. ?Alguna moraleja?
Las caballer¨ªas averiadas o los coches defectuosos que se ponen en el mercado para su venta forman lo que los economistas llaman Lemon Market. As¨ª lo denomin¨® George Akerlof en un art¨ªculo de 1970: los lemons son los veh¨ªculos que en poco tiempo se estropean, o los caballos in¨²tiles, o las mercanc¨ªas que no duran. No s¨®lo se da en mercados de segunda mano, en los que es preciso alg¨²n tipo de confianza: se da tambi¨¦n all¨¢ en donde haga falta informaci¨®n privilegiada para as¨ª obtener ventaja.
?Qu¨¦ nos ense?a esta historia del cochero estafado? Que por ah¨ª van circulando malas bestias y trastos averiados, cierto. Pero nos ense?a tambi¨¦n que hay gente que hace de la informaci¨®n exclusiva su principal mercanc¨ªa, un recurso escaso del que se apoderan para beneficio personal. El se?or del que habla el cochero tiene por misi¨®n garantizar las compras. ?Qui¨¦n es? Es un intermediario que provee protecci¨®n, que tiene datos correctos en un mercado cautivo, incierto. Por eso, sus clientes pagan de buena gana el porcentaje que se lleva el se?or para salir con bien de esas operaciones. Como ese tipo tiene excelente informaci¨®n, el cochero considera necesario su papel para as¨ª garantizar tratos fiables frente a tanto aprovechado. Al final, quienes cuentan con ¨¦l siempre salen beneficiados. Por eso, su encarcelamiento aumenta la incertidumbre. Pero la presencia del se?or en ese mercado tambi¨¦n la provocaba. Por dos razones: porque no todos contaban con las mismas informaciones; y porque ¨¦l tambi¨¦n colocaba siempre que pod¨ªa bestias averiadas de sus clientes. El cochero lo sabe y todos lo saben. ?Cu¨¢l es el resultado? Que el se?or de los limones es el ¨²nico realmente beneficiado, pues a la postre las malas bestias acaban desplazando a las buenas. O los limones a las naranjas, no s¨¦ qu¨¦ decir.
Ahora, siglo y pico despu¨¦s, otros se?ores c¨ªtricos, que corroen la confianza p¨²blica, est¨¢n siendo encausados.
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