Ira civil
"Cuando era ni?o me gustaba la caza. Un d¨ªa mat¨¦ una perdiz. Y me cur¨¦. No he olvidado su agon¨ªa, c¨®mo por mi culpa se extingui¨® una vida". El hombre hizo una pausa y prosigui¨®, con los ojos clavados en el camino: "Pensar¨¢ usted que a qu¨¦ viene que un taxista le cuente estas cosas, que lo m¨ªo es permanecer callado. Pero la he o¨ªdo comentar ese asunto con su amiga, y no puedo dejar de meterme. Perd¨®neme, pero no tengo con qui¨¦n hablar. Mis hijos van a lo suyo, la gente, en general, dice s¨ª o no, y pasa a otra cosa. ?Nadie se da cuenta? No es s¨®lo la cacer¨ªa, todos esos hermosos ciervos muertos, esos pomposos cazadores indiferentes al dolor que han causado, al paisaje que han roto. Me pregunto qu¨¦ es lo que nos pasa. La indiferencia. La superioridad. ?Qui¨¦n nos creemos que somos? ?C¨®mo hemos llegado hasta aqu¨ª? Mejor dicho, ?por qu¨¦ no salimos de lo peor que somos? Perd¨®neme, estoy indignado".
Le dije que era un honor para nosotras hablar con ¨¦l, que tiene raz¨®n y que somos bastantes los que compartimos su indignaci¨®n, su ira ante la arrogancia y la indiferencia.
No ira como para salir a liquidar vidas. Ira civil.
"?Ha visto la pel¨ªcula The Queen?", continu¨® el hombre, m¨¢s calmado. "?Recuerda el momento en que la mujer y el ciervo se miran, de reina a rey?".
Asent¨ª, sin poder evitar un a?adido mal¨¦fico: "Bueno, los reyes de dos patas, incluido el nuestro, cazan mucho. Parece que ninguno de ellos haya llorado en su ni?ez, en el cine, por la muerte del padre de Bambi".
Sonri¨® el hombre por primera vez, pero con tristeza.
"?Tiene usted alguna afici¨®n que le d¨¦ un poco de sosiego?", inquir¨ª. "Mis flores. Cultivo flores".
Ojal¨¢ le consuelen.
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