?Cambio? Habelo haino
A los esc¨¦pticos del cambio, la tocata y fuga para debate de Johan Sebastian Feij¨®o bien pudiera probarles c¨®mo alegremente d¨¢bamos por hecho que ning¨²n candidato podr¨ªa negar nuestro derecho al debate y c¨®mo el 1-M se juegan incluso estos avances m¨¢s cotidianos. Y es que, a falta de contraste con el oponente, los bipartitos andan enredados en la discusi¨®n mayor con sus electorados m¨¢s desencantados sobre si hubo cambio o no.
As¨ª formulada, la cuesti¨®n resulta tan imposible como aclararle a la Ingrid Berman de Casablanca si retumbaba su coraz¨®n o los ca?ones de los alemanes sobre Paris. Para acordar una respuesta, deber¨ªamos definir primero qu¨¦ demo es el cambio, su orden y cu¨¢nto es suficiente, Ya que estamos en febrero, digamos que el cambio es c¨®mo los Oscar. Todos tenemos nuestra pel¨ªcula favorita y si no gana, Hollywood est¨¢ vendido al cine comercial. Cambio es una potente met¨¢fora, pero como categor¨ªa pol¨ªtica para juzgar a un gobierno resulta confusa. M¨¢s exacto parece referenciar el saldo bipartito al pacto de gobierno. Con ese documento en la mano y con sus luces y sombras, el balance cuadra netamente positivo.
Con el pacto de gobierno en la mano, y con sus luces y sombras, el saldo del bipartito es positivo
Pero incluso aceptando usar medida tan imprecisa, negar el cambio hoy en Galicia supone un ejercicio de desmemoria prodigioso. S¨®lo qui¨¦n ha olvidado la Administraci¨®n basura legada por Fraga puede sostener que el bipartito ha parido un nuevo caciquismo, tras extender los principios de publicidad y concurrencia a todas sus contrataciones. S¨®lo quien ha olvidado la incuria del PP hacia los m¨¢s desasistidos, puede convertir en descalificaci¨®n sumar¨ªsima del primer intento de crear un sistema gallego de bienestar la casu¨ªstica de lamentables errores que deja en sus inicios.
Este negacionismo supone tambi¨¦n un ejercicio de refutaci¨®n de la evidencia. Si la pol¨ªtica ling¨¹¨ªstica fuera igual, ni habr¨ªa Galicia Biling¨²e ni la derecha proclamar¨ªa el advenimiento de la dictadura de los mil hijos de Castelao. Si la pol¨ªtica de vivienda fuera igual, el plan sectorial de T¨¢boas habr¨ªa sido aplaudido por los ayuntamientos como aquellos millones que la Xunta popular hacia llover a mayor gloria de los alcaldes. Si la pol¨ªtica de industria fuera igual, no existir¨ªa la larga lista de dolientes ex beneficiarios. Si la pol¨ªtica de igualdad fuera igual, ser¨ªa ex¨®tica la cruzada de la derecha para liberar a nuestros hijos del Gulag de las galescolas.
Nadie niega que muchas cosas debieron hacerse de otra manera. La estrategia socialista de sustituci¨®n del fraguismo por el touri?ismo deja heridas tan visibles como una pol¨ªtica informativa donde s¨®lo cambia la estrella del reality show presidencial, o una pol¨ªtica de infraestructuras a golpe de carpa, casco y gaiteiros. Pero este grado de inercia, homologable a otras experiencias de alternancia en el poder, no explica el desapego que arrojan las encuestas. Acaso parte de la explicaci¨®n resida en que donde algunos dicen cambio, quieren decir otras cosas.
As¨ª, cabe preguntarse si cuando niegan el cambio quienes gustan definirse como los sectores m¨¢s din¨¢micos de nuestra sociedad, lo hacen desde un uso tan conservador como confundir lo suyo y lo de todos. Sirva de ejemplo la reciente manifestaci¨®n de Galiza non se vende o cada colectivo con su tema, unidos por la perenne gran causa com¨²n gallega: "?Qu¨¦ hay de lo m¨ªo?". Cada uno descalifica al bipartito seg¨²n se desatendi¨® su causa individual. El problema no es el cambio, sino que no fuera a la carta. Las feroces descalificaciones emitidas desde los sindicatos suenan a meros pre¨¢mbulos para dar cobertura a su exigencia de manejar en exclusiva el acceso a la funci¨®n p¨²blica. El problema no es cambio, sino sus expectativas de control sobre la Administraci¨®n. El fervor cr¨ªtico que profesa hoy la prensa m¨¢s subvencionada del Occidente, en contraste con la asepsia acr¨ªtica prescrita a Feij¨®09 de quien informan como si nunca hubieran gobernado practicando lo contrario de cu¨¢nto promete, prueba que su problema tampoco es el cambio, sino que no gobiernan los suyos. Un espect¨¢culo ante el cual yo tambi¨¦n protesto. Ll¨¢menme progubernamental si quieren. Mi trayectoria lo avala. Pero estoy entre quienes piensan que se puede no creer en el cambio, pero habelo, haino.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.