Los indiferentes
La secuencia dura escasamente un minuto y se desarrolla en tres planos. El plano m¨¢ster general muestra la amplia terraza de un bar-restaurante situada en una c¨¦ntrica plaza del Ensanche barcelon¨¦s. Es la hora del tard¨ªo almuerzo dominical y en el exterior s¨®lo permanece una pareja de entre 30 y 40 a?os. Ellos ocupan el primer t¨¦rmino. Apuran los restos de su aperitivo con los rostros perezosamente alzados hacia el sol, las puntas de los dedos roz¨¢ndose de vez en cuando, con ese gesto de comprobaci¨®n rutinaria de la presencia del otro que no necesita de miradas. Estos protagonistas del primer plano ignoran la escena secundaria que se produce en el plano intermedio.
Entre las mesas vac¨ªas, un camarero recoge vasos y platos, recoloca sillas, pasa un pa?o por la superficie de las mesas. Me fijo en ¨¦l, camino de mi casa, porque siempre me sorprende la capacidad para cambiar de personal que muestra el establecimiento. Es uno de esos sitios que siempre tienen p¨²blico, pero en el que nunca puedes reconocer a nadie. Ning¨²n mozo dura lo suficiente como para saber que no me gusta que estropeen la cerveza sirviendo un poco y larg¨¢ndose despu¨¦s, dej¨¢ndola desaromatizada. Y a ninguno le sirve aprender a escanciarla como yo interioric¨¦ hacerlo cuando era ni?a y recib¨ªa lecciones involuntarias de un profesional del servicio de hosteler¨ªa, mi padre.
"Hay algo en el aire, como sol¨ªa estarlo el amor: la precariedad, el despido"
Por aqu¨ª han desfilado camareros pertenecientes al entero arco crom¨¢tico de la inmigraci¨®n internacional. En otros sitios tienen a gala contratar a empleados hermosos y rubios -como la cerveza, precisamente-, de origen serbio o ucranio o polaco, porque constituyen un plus de distinci¨®n a?adido. Aqu¨ª se decantan por los matices m¨¢s oscuros de la paleta laboral en oferta. El chico que trajina entre las mesas, sudoroso y humilde, como perseguido por su sombra, es casi tan oscuro como ¨¦sta, suavemente andino.
Y entonces, al fondo, en plano lejano pero perfectamente dentro de foco, una mujer alta y clara, delgada, vestida de negro, eleva los brazos justicieros y vocifera:
-?Acaba ya, c¨®brales a esos y entra!
La frase parece desproporcionadamente corta para la furia que recorre de cabeza a pies a la figura enlutada. Hay que comprenderla, sin embargo. Representa a la parte despidiente, nexo fundamental entre la sacrosanta parte contratante y la prescindible, y por tanto temerosa, parte contratable. Esa mujer decide qui¨¦n se queda y qui¨¦n no.
El muchacho tiembla y, d¨¦bilmente, replica:
-Van a comer dentro, ya les cobraremos despu¨¦s.
Le quedan todav¨ªa rasgos del oficio: la confianza en el cliente y la agudeza de saber que ellos no se levantar¨¢n y saldr¨¢n corriendo tras montar la pantomima de reservar, para el almuerzo, una mesa en el interior.
La gorgona, que esgrime en una mano la espada del empleo, y en la otra, la del despido -a esas horas ya tengo hambre y veo visiones, supongo-, no se da por satisfecha.
-?Comer dentro! ?Comer dentro! -ruge-. ?Eso es lo que t¨² te crees! ?Te las vas a cargar si no te pagan!
Carece de instinto, la pobre mujer. Pues la pareja situada en primer plano disfruta de su pl¨¢cida raci¨®n de sol, de sus mutuas y discretas b¨²squedas t¨¢ctiles y del sonido que una ligera brisa produce al acariciar las p¨¢ginas de los peri¨®dicos doblados sobre la mesa.
La bronca es in¨²til a efectos pr¨¢cticos, pues alguien tiene que ordenar la terraza para cuando la clientela empiece a sentarse a la hora del caf¨¦, y en todo caso el muchacho llegar¨¢ a tiempo para arrimar el hombro en el restaurante? No obstante, reconozcan que por momentos este tipo de broncas se convierten en mantras, en evocaciones de algo m¨¢s grande y poderoso que todos nosotros, algo que est¨¢ en el aire, como sol¨ªa estarlo el amor: me refiero a la precariedad, al despido. Y ¨¦sa es la fuerza real de la bronca: su car¨¢cter simb¨®lico.
Pero la pareja situada en primer t¨¦rmino, perezosa, se levanta lentamente y se dirige hacia el interior, sin mirar al camarero, sonriendo amablemente a la encargada.
No sentir, no saber. Qu¨¦ bella ma?ana de domingo.
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