El arduo dilema ideales-seguridad
De todo el discurso de Barack Obama en su toma de posesi¨®n, hubo una frase que destac¨® sobre todas las dem¨¢s: "Rechazamos como falso que haya que elegir entre nuestra seguridad y nuestros ideales". En otras palabras, no es cierto que tengamos que pisotear a ¨¦stos (los ideales) para defender a aqu¨¦lla (la seguridad). Eso fue, sin embargo, lo que hizo su predecesor.
Una vez iniciadas tras el 11-S las intervenciones militares en Irak y Afganist¨¢n, las evaluaciones sobre los interrogatorios a que eran sometidos los prisioneros islamistas sospechosos de terrorismo se?alaban que la informaci¨®n obtenida era "de escaso valor". Este problema fue r¨¢pidamente zanjado por la peligrosa cuadrilla neocon que rodeaba al presidente George W. Bush, mediante una serie de medidas, todas ellas directamente vinculadas a la pr¨¢ctica de tratos crueles, inhumanos y degradantes de los capturados. A partir de una vergonzosa redefinici¨®n de la tortura, se autorizaron una serie de formas agresivas de interrogatorio, radicalmente prohibidas por los convenios internacionales. Al tiempo, se creaba un extra?o limbo jur¨ªdico en Guant¨¢namo y se autorizaba a la CIA a desplazar a los sospechosos a determinados pa¨ªses para ser torturados.
Obama, a diferencia de Bush, insiste en actuar seg¨²n la ley y la moral
Desde la adopci¨®n de tales medidas, el rendimiento de los interrogatorios experiment¨® lo que se llam¨® "una mejora sustancial". Con ello, el flagrante dilema quedaba definido en t¨¦rminos as¨ª de brutales: o m¨¢s informaci¨®n con tortura, o renuncia a la tortura en detrimento de la informaci¨®n. Ambas posturas se hicieron claramente visibles. Por una parte, uno de los asesores presidenciales resumi¨® c¨ªnicamente la cuesti¨®n: "Si renunciamos a estos m¨¦todos eficaces de interrogatorio obtendremos el aplauso de nuestros aliados europeos, pero nos quedaremos sin la necesaria informaci¨®n".
En sentido opuesto, el prestigioso capit¨¢n paracaidista Ian Fishback, combatiente en Irak y Afganist¨¢n, dirigi¨® en 2005 su famosa carta al senador McCain, en la que, horrorizado por los hechos de Guant¨¢namo y Abu Ghraib, dec¨ªa al senador: "Si abandonamos nuestros ideales ante la adversidad y la agresi¨®n, significa que tales ideales nunca fueron nuestros. Prefiero morir combatiendo antes que ceder ni un ¨¢pice de los ideales fundacionales de nuestra naci¨®n". McCain, apoyando la posici¨®n del capit¨¢n y haciendo valer sus propias convicciones contrarias a la tortura, present¨® en el Senado una enmienda mediante la cual se prohib¨ªa a todo funcionario estadounidense, tanto civil como militar, infligir a nadie tratos crueles, inhumanos o degradantes. Tal enmienda fue aprobada en el Senado por la contundente votaci¨®n de 90-9. Pero Bush ejerci¨® su prerrogativa de veto para cortar el paso a esta normativa, con el argumento de que "as¨ª lo exig¨ªa la seguridad nacional".
Frente a esta penosa claudicaci¨®n, Obama niega que haya que elegir entre los ideales y la seguridad. Elige ambos valores a la vez, pero sobre la base de que la seguridad no nace de la tortura. "Nuestra seguridad nace de la justicia de nuestra causa, la fuerza de nuestro ejemplo y la moderaci¨®n que deriva de la humildad y la contenci¨®n", afirm¨® en su discurso. En otras palabras, la seguridad no procede de torturar m¨¢s para averiguar mejor, sino de esa fuerza que otorga una conducta justa y la capacidad de dar ese ejemplo y ejercer esa contenci¨®n. Contenci¨®n que debe prevalecer sin ejercer la tortura ni siquiera cuando hay que afrontar grandes peligros. Tal como se?ala el nuevo presidente: "Nuestros Padres Fundadores, enfrentados a peligros que apenas podemos imaginar, elaboraron una carta que garantizase el imperio de la ley y los derechos humanos".
La posici¨®n de aquellos ilustres pr¨®ceres no consisti¨® en reservarse el derecho de actuar al margen de la ley y atropellar los derechos humanos invocando aquellos grandes peligros que les amenazaban. Lejos de tal claudicaci¨®n, su postura consisti¨® en afrontar aquellos riesgos imponi¨¦ndose fuertes l¨ªmites morales y oblig¨¢ndose a actuar seg¨²n la ley y la moral. Pues bien, aquella postura de contenci¨®n y rectitud es la que Obama hace suya con loable rotundidad y convicci¨®n.
Reconozcamos, sin embargo, que EE UU no siempre ha actuado as¨ª. Hace pocas d¨¦cadas, el Pent¨¢gono y el War College de Washington engendraron una doctrina (la de "Seguridad Nacional") que, so pretexto de combatir a las guerrillas izquierdistas latinoamericanas, propici¨® una serie de comportamientos golpistas y dictatoriales en los ej¨¦rcitos latinoamericanos, que violaron cruelmente la ley y los derechos humanos, secuestrando, torturando y asesinando a muchos miles de ciudadanos dem¨®cratas y ajenos a la violencia. As¨ª lo asumi¨® a?os despu¨¦s la propia secretaria de Estado Madeleine Albright cuando reconoci¨® en 1999 "nuestros graves errores de aquellos a?os". Entre los que cabr¨ªa destacar los de su antecesor Henry Kissinger, de siniestro recuerdo en las sociedades latinoamericanas castigadas por aquella feroz represi¨®n.
Obama, sabiamente, no est¨¢ por la labor de regresar a aquellas pr¨¢cticas, ni tampoco a las de su calamitoso antecesor. Por eso, el nuevo presidente ha afrontado el gran dilema proclamando un principio fundamental: los ideales no pueden ser triturados invocando la seguridad.
Prudencio Garc¨ªa es investigador y consultor de la Fundaci¨®n Acci¨®n pro Derechos Humanos y profesor del Instituto Universitario Guti¨¦rrez Mellado de la UNED.
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