Vuelven los nobles salvajes
El locutor est¨¢ presentando Seya, el nuevo disco de Oumou Sangar¨¦. Con tono reverencial, repite unas declaraciones de la diva de Mal¨ª: "Los malienses vivimos en la pobreza pero somos felices: tenemos mucha vida espiritual". Me quedo tan, tan noqueado que no soy capaz de tomar nota de las palabras exactas. Intento imaginar el esc¨¢ndalo si la frase viniera de un m¨²sico estadounidense, un turista alem¨¢n o, vaya, un administrador colonial franc¨¦s. Pero lo dice una cantante popular, que cuenta con p¨²blico internacional gracias al sello londinense World Circuit. Cuya literatura promocional enfatiza su ¨¦xito como business woman. Su empresa, Oum Sang, gestiona un hotel e importa veh¨ªculos 4 - 4: "Ella es un modelo para las mujeres malienses, un s¨ªmbolo del orgullo nacional".
Los espa?oles deber¨ªamos ser esc¨¦pticos respecto a las proclamas de 'reserva espiritual'
En Espa?a, sabemos algo respecto a las proclamas de reserva espiritual. Eso deber¨ªa obligarnos al escepticismo respecto a las balanzas que intentan equilibrar desarrollo econ¨®mico con valores espirituales. No estoy capacitado para determinar el grado de felicidad de los malienses, aunque siempre recuerdo la decidida respuesta de un joven de Sokolo respecto a sus sue?os laborales: "Desear¨ªa ser traficante de drogas o mercenario".
S¨ª, he o¨ªdo historias respecto al mundillo musical de Mal¨ª, por boca de su gran embajadora (la angloespa?ola Lucy Dur¨¢n) o de los propios int¨¦rpretes. El clima ¨¦tico del negocio no parece muy alejado del de Occidente. En la radio, muchos esperan compensaci¨®n econ¨®mica de los artistas antes de programar su m¨²sica; la payola se extiende a los espacios televisivos que incluyen videoclips.
Los promotores suelen anunciar conciertos antes de conectar con las figuras. Con la noticia ya en las ondas, presionan a los artistas para que toquen por unas migajas. Aunque se nieguen, contin¨²an con la promoci¨®n. Cuando llegue la fecha, actuar¨¢n otros cantantes. Se sugerir¨¢ que los anunciados son unos arrogantes: se les ha subido el ¨¦xito a la cabeza, s¨®lo se mueven por el p¨²blico europeo.
Tampoco funciona la solidaridad profesional. Los jelis, descendientes de familias griots, todav¨ªa creen tener la exclusividad del oficio musical como derecho de casta. No simpatizan con los intrusos, que desconocen los matices de las canciones de alabanza, antes reservadas a reyes y nobles, ahora dedicadas a pol¨ªticos y hombres de negocios.
Aunque presente la cara amable del Islam africano, Mal¨ª no puede confundirse con un para¨ªso terrenal. Las atrocidades de la guerra contra los tuaregs alejan cualquier tentaci¨®n de idealizar la vida rural. No hablemos de las cifras de mortalidad infantil, fruto de un peculiar fatalismo, o de episodios chuscos como la humillaci¨®n de las tsjatsjo, mujeres perseguidas tras un programa televisivo que se burlaba de los ung¨¹entos para decolorar la piel.
Lo que me indigna es que una ocurrencia coloquial de una (excelente) cantante se reciba como una perla de sabidur¨ªa africana. Igual que esas entrevistas donde colocadas estrellas del rock opinan con suficiencia sobre los grandes problemas sociales y pol¨ªticos. Calla la boca y vuelve a lo que sabes hacer.
Babelia
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