Crisis global y respuestas
Obama pide a la Uni¨®n Europea y a Jap¨®n que le acompa?en en el esfuerzo de lucha contra la crisis y recuperar un orden financiero mundial m¨¢s sano. Pide m¨¢s esfuerzo y m¨¢s coordinaci¨®n.
La Uni¨®n Europea dice que se han puesto en marcha medidas suficientes, aunque en t¨¦rminos de PIB, el esfuerzo de Estados Unidos -¨²ltimo periodo Bush y paquete de Obama- es claramente superior ante una situaci¨®n semejante.
Da la impresi¨®n de que Estados Unidos afronta la crisis como una emergencia nacional y global y moviliza todas las energ¨ªas disponibles, en tanto que la Uni¨®n Europea act¨²a en orden disperso y sin la sensaci¨®n de apremio y gravedad extrema con la que se percibe del otro lado del Atl¨¢ntico.
En las encuestas, s¨®lo el 2% de los espa?oles cita la corrupci¨®n como un problema nacional
Los europeos tenemos en Obama un interlocutor dispuesto a actuar coordinadamente
La crisis financiera es global y sist¨¦mica aunque arranca en Estados Unidos. La resistencia a creer en las caracter¨ªsticas globales e interdependientes del sistema nos condujo al error de contemplar la epidemia de las hipotecas basura y los derivados que se desat¨® en ese pa¨ªs como enfermedad de ellos que no iba a convertirse en pandemia financiera global.
Por eso tardamos en reaccionar. Primero lo hizo Gran Breta?a y un poco despu¨¦s el resto de la Uni¨®n Europea. En ¨¢reas emergentes ha habido m¨¢s retraso en asumir el car¨¢cter pand¨¦mico de la crisis y a¨²n hoy se contin¨²a negando la gravedad de la situaci¨®n.
La actitud de Obama significa el reconocimiento, al mismo tiempo, de la magnitud de la crisis y de la necesidad de una respuesta conjunta y coordinada, en el corto y en el medio plazo. Esta predisposici¨®n nos ofrece la oportunidad de actuar conjuntamente en medidas antic¨ªclicas y en las reformas necesarias del sistema financiero global.
Estados Unidos solo no puede. Fin del unilateralismo tanto en el terreno financiero como en el de la seguridad. Pero los dem¨¢s, empezando por los europeos, tienen que asumir que sin Estados Unidos no podemos. As¨ª que si tenemos la suerte de encontrarnos con un interlocutor que reconoce la dimensi¨®n de la crisis y est¨¢ dispuesto a actuar coordinadamente, no perdamos la oportunidad, porque vale m¨¢s equivocarse juntos y corregir sobre la marcha los errores posibles que no hacer lo necesario para salir adelante o resistirse a coordinar el esfuerzo. La pr¨®xima reuni¨®n del G-20 ser¨¢ la primera gran ocasi¨®n para comprobarlo.
No podemos caer en la tentaci¨®n de buscar alternativas inexistentes al sistema, ni replegarnos en el s¨¢lvese el que pueda proteccionista que rechace la interdependencia econ¨®mica y financiera de la nueva realidad mundial. Pero que no haya alternativas a la econom¨ªa de mercado como sistema no quiere decir que no debamos reformarlo a fondo y cambiar su modelo de funcionamiento. Si volvemos al mismo camino, parcheando la situaci¨®n, nos enfrentaremos en pocos a?os a una nueva burbuja, con efectos semejantes.
Corregir los manifiestos defectos y los grandes abusos que se han producido en el sistema financiero justificar¨¢ ante los ciudadanos el enorme esfuerzo de salvamento de las entidades en crisis. Hay que hacerlo con un marco regulatorio claro y que sirva para todos. Con unos ¨®rganos de control globales y nacionales que respondan a las mismas reglas y con un especial rigor frente a los para¨ªsos fiscales. Un sistema de alerta temprana deber¨ªa advertirnos cuando el crecimiento de los flujos financieros sea excesivo, despegados de su funci¨®n de intermediaci¨®n de la econom¨ªa real. Pero hay que hacerlo sin excesos regulatorios in¨²tiles, armonizando lo global y lo local. "Pragm¨¢ticas pocas y que se cumplan, amigo Sancho": sabio consejo de Don Quijote a Sancho para el buen gobierno de la ?nsula Barataria en la que estamos.
El car¨¢cter global del sistema est¨¢ impl¨ªcito en la nueva realidad econ¨®mica y financiera mundial. Por eso las reacciones proteccionistas antiglobalizadoras agudizar¨ªan la situaci¨®n y la prolongar¨ªan indefinidamente.
Se pueden haber volatilizado unos 60 trillones de d¨®lares, equivalentes a cuatro veces el PIB de Estados Unidos o algo muy pr¨®ximo al PIB mundial. Esa inmensa burbuja de humo, llena de derivados, estructurados, hipotecas basura, etc¨¦tera, carente de transparencia y, a veces, de registros contables, ha aplastado a la econom¨ªa productiva y generado un desempleo masivo, un corte de cr¨¦dito que produce necrosis empresarial y una retracci¨®n del consumo que incluye a los que mantienen su renta o la mejoran por la bajada de tipos y precios. La desconfianza de ahorradores, inversores y consumidores contin¨²a creciendo.
No hay que mirar a la Bolsa en la situaci¨®n actual para tomar decisiones, dice Obama, porque los mercados de valores, alimentados cada d¨ªa con malas o peores noticias, siguen cayendo, sin discriminar entre empresas con buenos fundamentos y empresas con graves problemas de balance o de resultados. Incluso las noticias que deber¨ªan ser recibidas como buenas provocan reacciones negativas de casi p¨¢nico. El ahorro no vuelve a la Bolsa y lo previsible es que ¨¦sta no toque fondo hasta el cuarto trimestre del a?o en curso.
Las intervenciones masivas e inevitables desde el ¨¢mbito de la pol¨ªtica se han llevado por delante todas las teor¨ªas fundamentalistas de "la mano invisible" del mercado. Despu¨¦s de d¨¦cadas separando a la pol¨ªtica de su funci¨®n en la econom¨ªa de mercado, se la reclama para corregir el desaguisado. Pero ya se est¨¢ culpando a la pol¨ªtica de los males que no provoc¨®, salvo por la ausencia impuesta por el pensamiento neoconservador dominante del "todo mercado".
Algunas ideas b¨¢sicas se est¨¢n generalizando para hacer frente a la situaci¨®n. Se acepta la necesidad de salvar al sistema financiero, pero como los banqueros no gozan de buena opini¨®n entre el p¨²blico, hay que decir que salvar al sistema financiero es un ejercicio de responsabilidad ineludible, porque sin ¨¦l no hay recuperaci¨®n posible, y menos, sostenible. Pero ayudar a las entidades no significa asumir los errores de los responsables ni aceptar las simulaciones de los que se resisten a reestructurarse hasta que pase la tormenta que, sin ayudas, se los llevar¨ªa por delante.
Tambi¨¦n se asume que se incremente del gasto p¨²blico de inversi¨®n que compense la ca¨ªda del sector privado y que se establezcan ayudas directas e indirectas a las empresas en dificultades. Estas pol¨ªticas keynesianas deber¨ªan acompa?arse de reformas de car¨¢cter estructural para mejorar la productividad por hora de trabajo, transformando a fondo la negociaci¨®n colectiva y la imputaci¨®n de costes de la seguridad social, incluidos los del desempleo.
Tanto a nivel nacional como europeo, deber¨ªamos intentar un nuevo pacto social para el siglo XXI, que cambiara las bases de aquellos que sacaron a Europa de la miseria tras la II Guerra Mundial y la convirtieron en una potencia econ¨®mica e industrial exitosa y cohesionada. Hay que hacerlo mirando a la econom¨ªa globalizada del siglo presente, a nuestra pir¨¢mide poblacional, a nuestra formaci¨®n de capital humano, al valor que podemos a?adir para competir y a la cohesi¨®n social que podemos financiar para defender nuestro modelo civilizatorio.
Gobiernos y oposiciones, actores econ¨®micos y sociales deber¨ªan sustituir el ambiente de gre?a y crispaci¨®n por la cooperaci¨®n responsable para sacar adelante a nuestras sociedades. Casi todo lo dem¨¢s es accesorio en la realidad que vivimos aunque est¨¦ ocupando todas las energ¨ªas. Si lo hacemos encontraremos objetivos movilizadores de nuestro aparato productivo, crearemos empleo y creceremos de manera m¨¢s eficiente y sostenible. Si no, nos retrasaremos perdiendo una parte sustancial de lo que hemos ganado en las d¨¦cadas anteriores.
Felipe Gonz¨¢lez es ex presidente del Gobierno espa?ol.
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