Willy Wonka vive en M¨¦xico
El Reino del Chocolate, un sugerente museo de Nestl¨¦ en Toluca
Admit¨¢moslo, la casita de Hansel y Gretel y la f¨¢brica de Willy Wonka son golosas, pero empalagan. Nestl¨¦, que vende en el mundo 2,7 millones de chocolatinas al d¨ªa, ha elegido M¨¦xico, cuna del dulce, para crear una experiencia chocolatosa del siglo veintiuno. El Reino del Chocolate, en Toluca (a las afueras de M¨¦xico DF) es un edificio vanguardista, proyectado por el joven estudio Rojkind Arquitectos, en el que priman los ¨¢ngulos y el minimalismo. "Su forma recuerda a un origami", explica Pierre Luigi Segismondi, vicepresidente de Nestl¨¦, "no quer¨ªamos hacer un reino tradicional, el t¨ªpico castillo de Walt Disney, sino algo divertido, flexible y moderno".
El proyecto, casi escultural (tambi¨¦n recuerda a un envoltorio de chocolatina arrugado en el rojo caracter¨ªstico de la marca), consiste en un t¨²nel de 300 metros, que elevado a tres metros sobre pilares de cemento recorre la f¨¢brica preexistente. Se construy¨® en menos de diez semanas. "El reto de ingenier¨ªa fue construirlo sin alterar el funcionamiento de la empresa", explica Segismondi.
La idea vino cuando los productores de la pel¨ªcula Charlie y la F¨¢brica de Chocolate, de Tim Burton, alquilaron el patio de la empresa para presentar el filme en M¨¦xico. "Aquello nos puso a pensar", dice el vicepresidente, "?por qu¨¦ no regalar una f¨¢brica a los ni?os adecuada a los tiempos?". "Quer¨ªamos romper esquemas, generalmente las f¨¢bricas son cuadrados sin chiste, pero aqu¨ª los ni?os se vuelven locos". Y los no tan ni?os.
Onzas para sentarse
La entrada de este reino, lejos de parecer un palacio, es un trapecio irregular enmarcado con neones blancos que lleva a un hall amplio y abstracto donde el ¨²nico elemento decorativo son pufs con forma de onzas. En este castillo de dise?o, el v¨ªdeo de introducci¨®n a la visita se proyecta sobre una triple pantalla de aire posmoderno. Aunque la historia del cacao trata de mayas y aztecas, la est¨¦tica del recinto es m¨¢s cercana a los videojuegos y al rap. El recorrido, que lleva algo m¨¢s de una hora, tiene tramos como La C¨¢mara de Asepsia: un pasillo blanco como los de La guerra de las galaxias, donde los chavales, envueltos en una bruma de hielo seco, tienen que ponerse batas y protectores de zapatos. Tambi¨¦n hay tramos con luz negra o brillantes efectos discotequeros; todo muy espacial.
Bajo la plataforma que conforma el proyecto de Rojkind, un ej¨¦rcito de 700 operarios est¨¢n a lo suyo, mezclando, moldeando, envolviendo... en una f¨¢brica al uso (que no se asemeja en nada a lo que nos han ense?ado las pel¨ªculas). De vez en cuando, otean a los visitantes y lanzan un saludo o un gui?o, que se celebra con ilusi¨®n desde arriba. En Nestl¨¦ van a hacerles una encuesta para ver si aceptar¨ªan disfrazarse (ahora van de blanco y naranja, con gorritos de papel) para parecerse a los Oompa Loompas que habitaban la f¨¢brica de Willy Wonka concebida por el escritor Roald Dahl.
Este concepto muse¨ªstico, cada vez m¨¢s extendido entre las empresas alimenticias (sobre todo bodegas), es que las visitas no interrumpan la producci¨®n, pero al mismo tiempo salgan con algo aprendido y disfruten de una experiencia interactiva. Para conseguirlo, el recorrido de Nestl¨¦ est¨¢ repleto de juegos y explicaciones del tipo: "Al d¨ªa usamos 180 toneladas de az¨²car, el peso de 30 elefantes" o "cada segundo fabricamos 16 tabletas, en un a?o, una tras otra, dar¨ªan la vuelta al mundo". La f¨¢brica se ve a trozos (cosas del secreto industrial), pero hay puntos en los que se han colocado prism¨¢ticos para "espiar" m¨¢s de cerca c¨®mo el espeso oro negro y amargo de los mayas se convierte en dulc¨ªsimas tabletas envueltas en papel de colores.
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