Monarqu¨ªa amenazada por falta de audiencia
La familia real brit¨¢nica es la telenovela de m¨¢s ¨¦xito y de m¨¢s larga duraci¨®n de todos los tiempos. Los ingredientes no se los hubiera podido imaginar ni el m¨¢s desmesurado guionista: aristocracia, dinero, palacios, bellas mujeres, parajes jet-set, amores y desamores, esc¨¢ndalos sexuales, millonarios ¨¢rabes e, incluso, una muerte tr¨¢gica, con aires de conspiraci¨®n. Y tiene otro factor adicional a su favor, especialmente dentro del Reino Unido. Se trata de una familia con la que, mucho m¨¢s all¨¢ de la l¨®gica y la raz¨®n, la gente se identifica como si tuviera con ella una relaci¨®n sangu¨ªnea, o al menos tribal. Pero hoy, aunque el escenario es el mismo, los ratings bajan, la historia pierde gas. Y la culpa la tiene la nueva generaci¨®n, sus m¨¢s recientes protagonistas, los que se supon¨ªa que iban a relevar al c¨¦lebre elenco que lider¨® Diana de Gales: su hijo mayor, el pr¨ªncipe Guillermo, y su novia desde hace cinco a?os, Kate Middleton.
Fue casi un esc¨¢ndalo cuando Guillermo vol¨® a casa de Kate en un helic¨®ptero militar
David y Victoria Beckham son los herederos de Carlos y Diana en el imaginario ingl¨¦s
Lo que amenaza a la monarqu¨ªa es la deserci¨®n de sus s¨²bditos por falta de inter¨¦s
La camada actual, que incluye al hermano de Guillermo, el pr¨ªncipe Enrique, no parece tener visos de repetir las memorables andanzas que ocurrieron en 1992, el annus horribilis real, como la mism¨ªsima reina Isabel lo resumi¨®. El a?o comenz¨® con el divorcio de la hija de la reina, la princesa Ana, y con la publicaci¨®n de las fotos de la duquesa de York, la esposa del segundo hijo de la reina, Sarah Ferguson, en top less en el Caribe junto a un "asesor financiero", un tejano con afici¨®n a chuparle los dedos de los pies. Pero aquello s¨®lo fue el solemne pre¨¢mbulo de las grabaciones que salieron a la luz p¨²blica, primero de una susurrada conversaci¨®n telef¨®nica que Diana mantuvo con un joven vendedor de coches y despu¨¦s las de su marido, el heredero al trono, el pr¨ªncipe Carlos, con su amante Camilla Parker-Bowles, en la que ¨¦ste le confes¨®, entre otras intimidades, que so?aba con ocupar el lugar de su tamp¨®n, de "vivir dentro de tus pantalones". A Diana la o¨ªmos declarar: "?Mierda! ?Despu¨¦s de todo lo que yo he hecho para esta jodida familia real!". Diana y Carlos se separaron y aquel a?o acab¨® con un enorme incendio en el castillo favorito de la reina, el palacio de Windsor.
Diana entonces nos regal¨® cinco a?os de lucha contra la bulimia, campa?as en ex¨®ticos destinos africanos a favor de gente con sida y v¨ªctimas de minas, y affaires con m¨¦dicos paquistan¨ªes, soldados y jugadores de rugby. Su muerte en un accidente de coche en 1997 fue la noticia de la d¨¦cada, y dio juego para 10 a?os m¨¢s mientras se resolv¨ªa la cuesti¨®n de si realmente el coche se estrell¨® debido a la alcoholemia del ch¨®fer de su amante, Dodi al Fayed, o si el servicio de espionaje brit¨¢nico, MI6, hab¨ªa asesinado a la pareja. Esa duda ya est¨¢ resuelta, salvo en la mente resentida del padre de Dodi, y el poco fuego que nos quedaba en el drama Carlos y Camilla, ambos de m¨¢s de sesenta a?os, se extingui¨® cuando se casaron en 2006.
Hoy, Guillermo, de 26 a?os, y Kate, de 27, dominan el escenario. Son j¨®venes, ricos y guapos, pero los encargados de la producci¨®n de la telenovela, los tabloides brit¨¢nicos y las revistas del coraz¨®n se retuercen en el esfuerzo de exprimirles un poco de jugo. Es una historia de pareja tan tediosamente convencional, que cualquier buitre com¨²n y corriente de la prensa inglesa ser¨ªa capaz de localizar una con m¨¢s sal, buscando al azar, en los barrios londinenses de Kensington o Chelsea. Hay mejor materia prima en los reality shows o en las vidas privadas de los jugadores de f¨²tbol que en el palacio real. No es ninguna casualidad que se le haya dado el apodo de Beckingham Palace a la residencia inglesa de David y Victoria Beckham, los herederos verdaderos de Diana y Carlos en el imaginario colectivo ingl¨¦s.
?Qu¨¦ sabemos de Guillermo y Kate? Que se conocieron en la Universidad de Saint Andrew's, en Escocia, en 2001; que ella rompi¨® con su anterior novio en diciembre de 2003 y al poco tiempo inici¨® una relaci¨®n con Guillermo; que los dos son m¨¢s que suficientemente fotog¨¦nicos; que rompieron hace un tiempo y, unas semanas despu¨¦s (sin ning¨²n esc¨¢ndalo de por medio, sin l¨¢grimas, ni bulimias, ni terceros), volvieron a estar juntos. ?l ha hecho todo lo que tiene que hacer un heredero al trono: consigui¨® un t¨ªtulo universitario, pas¨® por una etapa en el ej¨¦rcito, aprendi¨® a pilotar helic¨®pteros en la Fuerza A¨¦rea y de ah¨ª se pas¨® a la Marina. A diferencia de su hermano Enrique, no le han permitido ir a la guerra, pero sus asesores de comunicaci¨®n se esforzaron para convertir una misi¨®n naval antidrogas en la que particip¨® el a?o pasado en una escena heroica de Piratas del Caribe, mar que se suele asociar m¨¢s con escapadas rom¨¢nticas reales que con gestas marciales. En un episodio que en Espa?a se podr¨ªa considerar como de sir Francis Drake al rev¨¦s, el p¨²blico ingl¨¦s vio al pr¨ªncipe marinero en las portadas de todos los tabloides protagonizando, pistola en mano, la exitosa caza de un barco lleno de coca¨ªna.
por lo dem¨¢s, se recuerda que hace unos a?os aparec¨ªan fotos de Guillermo aparentemente borracho en un exclusivo bar de copas londinense llamado Mahiki. La ¨²nica diferencia en este caso entre el pr¨ªncipe y el veintea?ero medio ingl¨¦s es que las bebidas en Mahiki cuestan diez veces m¨¢s que en cualquier pub, y que a la salida del bar no vomit¨®, ni asalt¨® a nadie, ni se lanz¨® sobre ninguna mujer. Lo m¨¢s cercano a un esc¨¢ndalo, y la prensa brit¨¢nica tuvo que exprimirse los sesos para convencer a su p¨²blico de que podr¨ªa haberlo sido, ocurri¨® la noche en la que vol¨® en un helic¨®ptero militar a la casa de su novia, expedici¨®n que le cost¨® al Ministerio de Defensa unos 10.000 euros. Columnistas del progresista The Guardian se horrorizaron ante semejante uso del dinero estatal, pero el gran p¨²blico ni se inmut¨®. Tras el despilfarro diario de sus impuestos en la guerra de Blair y Bush en Irak, lo de Guillermo no ol¨ªa a motivo para montar barricadas en Pall Mall y llamar a un alzamiento nacional antimon¨¢rquico.
En cuanto a Kate Middleton, la posible futura reina, lo m¨¢s interesante de ella es que no lo es. La pobre chica est¨¢ condenada de por vida a ser comparada con la que podr¨ªa haber sido su suegra, pero aun sin Diana en la sombra, nunca ser¨¢ un personaje que llame la atenci¨®n. Seguramente hubieran despedido al guionista que la hubiera propuesto como sustituta de Diana. La poca gracia que tiene -aunque es perfecta, guapa y se porta y viste con estilo- deriva de su condici¨®n de mujer de clase media inglesa de aspecto normal. El poco morbo que se ha podido extraer de su relaci¨®n con Guillermo es que, como la princesa Letizia en Espa?a, no tiene la m¨¢s m¨ªnima gota de sangre real.
Mientras la abuela de Guillermo correteaba en los a?os treinta por los interminables pasillos del castillo de Balmoral, la de Kate pasaba fr¨ªo y a veces hambre (eran tiempos de depresi¨®n econ¨®mica) en la estrecha casa pagada por el Estado en la que viv¨ªa con su madre y su padre, un obrero que muri¨® a los 51 a?os tras una larga enfermedad pulmonar contra¨ªda durante la I Guerra Mundial. Mientras la madre de Guillermo preparaba su discurso navide?o en el yate real, Britannia, la de Kate trabajaba como azafata en una l¨ªnea a¨¦rea. Ascendi¨® un par de esca?os de la burgues¨ªa al casarse con un piloto. Todo lo cual sirvi¨® de material a la prensa inglesa para explorar por en¨¦sima vez el tema tan trillado, y cada d¨ªa menos relevante, del sistema de clase social brit¨¢nico. Especialmente cuando Guillermo y Kate rompieron en abril de 2007. Sencillamente, no se proporcion¨® ninguna informaci¨®n al respecto, ninguna explicaci¨®n. Se separaron, cosa que ocurre con cierta frecuencia entre parejas de j¨®venes que no viven juntos y ni siquiera est¨¢n comprometidos, y punto.
Los rumores r¨¢pidamente se convirtieron en verdades absolutas tipo que Kate ten¨ªa "el coraz¨®n roto", aunque fotos de ella tomadas por los incansables paparazzi en aquella ¨¦poca no delataban ninguna se?al de tristeza, ni mucho menos de anorexia nerviosa. Esa situaci¨®n requiri¨® que hubiera de inventarse algo para alimentar el hambre de chismorreo de un pueblo ingl¨¦s al que le fascinan los pormenores de las vidas de los dem¨¢s, pero que, notoriamente reprimido, detesta verse a s¨ª mismo en el espejo.
ten¨ªa que haber algo y ese algo result¨® ser la madre de Kate, la historia de los abuelos de clase obrera. Se desat¨® una tormenta medi¨¢tica. Ella era la causa de la ruptura. Los chicos quer¨ªan seguir con su idilio de cuento de hadas, pero la reina, apoyada por el establishment brit¨¢nico, hab¨ªa vetado la posibilidad de que se casasen. No era cuesti¨®n s¨®lo de que Carole Middleton hubiera trabajado sirviendo comidas incomestibles en aviones comerciales, hab¨ªa hechos m¨¢s recientes que la descalificaban como suegra real. Tres, concretamente. Uno, durante la ceremonia de graduaci¨®n de Guillermo en la academia militar de Sandhurst se la vio, o se la crey¨® ver, masticando chicle. Dos, cuando se reuni¨® con la reina por primera vez, la madre de Kate le dijo: "Encantada de conocerla". Nadie puede dirigirse as¨ª a la reina, seg¨²n un antiguo protocolo excavado por la casi totalidad de los encargados en los medios informativos de narrar la historia real. Y tres, Carole Middleton utiliz¨® una palabra no permitida, tambi¨¦n en presencia de la reina, al preguntar d¨®nde estaba el ba?o. La palabra que pronunci¨®, seg¨²n cuentan, fue "loo". Algo as¨ª como "retrete".
La gran conversaci¨®n nacional sobre si el supuesto esnobismo de la reina estaba o no justificado se esfum¨® a los dos meses, cuando alguien del entorno del pr¨ªncipe le cont¨® a un periodista que hab¨ªa visto a Guillermo y a Kate bes¨¢ndose, y con entusiasmo. Lo que nadie se pregunt¨® en el ¨ªnterin fue si quiz¨¢ a la reina le dar¨ªa igual la condici¨®n social de la novia de su nieto, o si incluso preferir¨ªa a una de clase tirando a baja, dada su experiencia con Diana, dama de pedigr¨ª aristocr¨¢tico impecable.
?qu¨¦ sabemos de kate, aparte de que ha estado con Guillermo, sin l¨ªos aparentes, durante cinco largos a?os? Pues muy poco. Le gusta hacer gimnasia; tiene alergia a los caballos (eso limitar¨¢ su contacto social con la reina, que es fan¨¢tica de las carreras); echa una mano de vez en cuando en la empresa de sus padres, un negocio de fiestas para ni?os, pero por lo dem¨¢s no trabaja; se le acusa, al no haber metido nunca la pata en p¨²blico, de poseer madurez y sofisticaci¨®n, y una vez un fot¨®grafo la pill¨® hablando por el m¨®vil mientras conduc¨ªa por el campo. No se aproxima a Diana ni en esc¨¢ndalos ni en magnetismo. Cuando Diana entraba en una habitaci¨®n, todo el mundo dec¨ªa que brillaba; Kate pasa m¨¢s bien desapercibida. Todo indica que es una buena chica, igual que Guillermo es un buen chico, y nada m¨¢s.
Ni siquiera hay un problema con su religi¨®n. Que se sepa, Kate no tiene ninguna, como corresponde a una persona normal en el pa¨ªs menos religioso de Europa occidental. Lo cual significa que no tendr¨¢ ning¨²n reparo en identificarse, en el caso de que Guillermo le proponga matrimonio (acontecimiento que, seg¨²n The Sun y el Daily Mail, hace cuatro a?os, era inminente, "cuesti¨®n de d¨ªas"), como fiel practicante de la iglesia anglicana.
Una de las maravillosas aberraciones de la monarqu¨ªa inglesa es que para formar parte de ella uno no puede ser ni ateo, ni budista, ni cat¨®lico, ni nada que no sea miembro de la iglesia que fund¨® el antepasado de Guillermo, Enrique VIII, debido a su deseo de divorciarse de Catalina de Arag¨®n y casarse con Ana Bolena. Para que el nieto mayor de la reina Isabel, el hijo de la princesa Ana, Peter Phillips, pudiera casarse el a?o pasado con una mujer de origen canadiense, ella tuvo primero que renunciar a su fe cat¨®lica. Algo que hizo, al parecer, sin pens¨¢rselo dos veces; le hubiera resultado m¨¢s complicado si hubiera sido, por ejemplo, musulmana. Dado el creciente n¨²mero de brit¨¢nicos que han abrazado el Islam, y la presi¨®n p¨²blica que ejerce el Gobierno de su majestad para fomentar la tolerancia y la integraci¨®n, ¨¦ste es otro motivo para que la reina celebre la burguesa banalidad de la posible futura reina.
El d¨ªa que se casen Guillermo y Kate, si es que se casan, habr¨¢ un repunte significativo en los ratings de la telenovela. Pero dif¨ªcilmente durar¨¢. Se quieren mucho, o eso parece; se sienten c¨®modos juntos, y, en el caso de William, lo m¨¢s probable es que siga el ejemplo de muchos hijos de parejas tormentosas: hacer todo lo posible para cuidar su relaci¨®n, para buscarle un puerto de aguas serenas.
El problema, el gran problema que esconde esta apacible escena matrimonial, es que puede acabar resultando subversiva. En una ¨¦poca en la que el p¨²blico brit¨¢nico se ha acostumbrado a otra clase de espect¨¢culos, semejante sensatez y normalidad pueden llegar a resultar inaceptables. Lo que acabe con el loco, o simp¨¢tico, o absurdo, o glorioso (cada cual que elija el que prefiera) anacronismo de la familia real inglesa no ser¨¢ quiz¨¢ ni el exceso en los gastos p¨²blicos, ni un repentino tsunami de fervor republicano, ni mucho menos, como se tem¨ªa en el annus horribilis, la desintegraci¨®n familiar y el desenfreno sexual. Lo que amenaza con acabar con la monarqu¨ªa inglesa, en tiempos de Guillermo y Kate, podr¨ªa ser algo mucho m¨¢s peligroso: la deserci¨®n en masa de los s¨²bditos brit¨¢nicos por falta de inter¨¦s, por puro aburrimiento.
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