El exc¨¦ntrico prudente y la dama harapienta
Alan Bennett es un dramaturgo, actor y narrador ingl¨¦s de equis a?os de edad. Lo de la equis viene a cuento porque Bennett parece ser uno de esos tipos que intentan ocultar la fecha de su nacimiento; de hecho, sus biograf¨ªas oficiales y las solapas de sus libros silencian el dato. Claro que este mundo traidor e hiperinformado es un enemigo fatal para los coquetos: basta googlear un poco para saber que es de 1934.
Este septuagenario camuflado es un personaje delicioso. Yo dir¨ªa que pertenece a la larga y honrosa tradici¨®n de exc¨¦ntricos brit¨¢nicos, y adem¨¢s a una subespecie especialmente genial, la del exc¨¦ntrico que hace todo lo posible por parecer normal. M¨¢s a¨²n: que se cree normal, incluso aburrid¨ªsimo. Es la rareza del callado, del prudente, del modesto, y suele ser la m¨¢s conmovedora, la m¨¢s aut¨¦ntica. Esta modestia esencial o estructural de Bennett le hace escribir libritos peque?os, muy peque?os. Novelitas de ochenta o noventa p¨¢ginas. Unas miniaturas muy hermosas, porque Bennett es original, delicado y muy divertido. Su novela Una lectora nada com¨²n (Anagrama), protagonizada por una desternillante reina Isabel II, tuvo un ¨¦xito considerable en Espa?a cuando fue publicada, har¨¢ cosa de un a?o.
Alan Bennett consigue hacer un retrato noble y atractivo de Miss Shepherd
Pero ahora acaba de editarse un texto nuevo de Bennett que creo que es lo mejor que le he le¨ªdo: La dama de la furgoneta (Anagrama). Una vez m¨¢s es una miniatura, pero en esta ocasi¨®n no se trata de ficci¨®n, sino de un peculiar libro de memorias. Bennett cuenta la historia de Miss Shepherd, una anciana vagabunda y chiflada que viv¨ªa en una furgoneta reventada en la misma calle del escritor. Tras varios a?os de sufrir vagamente por la integridad de la mujer, porque los gamberros aporreaban su veh¨ªculo y porque no hay mayor indefensi¨®n que la de ser una vieja paup¨¦rrima y lun¨¢tica, Bennett le pidi¨® que, por las noches, entrara a dormir a un cobertizo que ¨¦l ten¨ªa en el jard¨ªn. Le hizo semejante propuesta, argumenta el escritor, por puro ego¨ªsmo, para quedarse m¨¢s tranquilo. Pero las cosas se liaron de tal modo que, a las pocas semanas, la furgoneta descuajeringada de la mujer estaba instalada dentro del min¨²sculo jard¨ªn de Bennett. Eso fue en 1974, y Miss Shepherd se qued¨® all¨ª, viviendo en ese mont¨®n de chatarra, durante quince largu¨ªsimos a?os. Hasta su muerte.
La furgoneta estaba incrustada entre la verja del jard¨ªn y la puerta de la casa. Para entrar, los visitantes ten¨ªan que apretujarse para pasar por la trasera del veh¨ªculo y recorrer uno de sus lados. Bennett dice: ?Si ten¨ªan mala suerte, se encontraban la portezuela de atr¨¢s abierta y a ella con sus gruesas piernas blancas colgando encima. Era dif¨ªcil no ver el interior del veh¨ªculo, un revoltijo de ropas viejas, bolsas de pl¨¢stico y sobras de comida (?). Los primeros a?os de su estancia en jard¨ªn, yo trataba de explicar a mis perplejos visitantes c¨®mo se hab¨ªa producido aquella situaci¨®n, pero al cabo de alg¨²n tiempo dej¨¦ de tomarme esta molestia, y si yo no mencionaba el asunto, nadie m¨¢s lo hac¨ªa?. ?Ah, lo que hubiera dado yo por haberle hecho una entrevista a Bennett en aquel entonces, por haber entrado en su casa teniendo que sortear la ro?osa furgoneta y su inquietante inquilina, por paladear la deliciosa, absoluta normalidad con la que el escritor ignorar¨ªa majestuosamente todo ese disparate! Y es que pocas veces se puede contemplar a los exc¨¦ntricos modestos en plena apoteosis (su prudencia suele hacerlos pasar inadvertidos).
El libro tiene momentos inolvidables que te hacen re¨ªr hasta las l¨¢grimas, pero es mucho m¨¢s que eso. Es el relato elegante de algo atroz: de la decadencia y el deterioro, de la enfermedad mental, de una mugre demencial y ca¨®tica. El texto te permite atisbar el abismo escatol¨®gico de la vida de esta mujer, de la misma manera que Bennett debi¨® de tenerlo delante de sus ojos (y de sus narices: ?Como ha dicho el cartero esta ma?ana: A veces el olor te echa un poco para atr¨¢s?) durante quince a?os. Hablo del desorden en su sentido m¨¢s enfermo: comida podrida, compresas usadas, costras de ro?a, gusanos. Es el infierno. Y, al mismo tiempo, con un respeto y un amor infinitos, con verdadera compasi¨®n, es decir, con una gloriosa capacidad para sentir empat¨ªa con ella, el escritor consigue hacer un retrato noble y atractivo de Miss Shepherd. Consigue celebrar la dignidad absoluta y esencial de una vida aparentemente indigna. Maravilloso y adorable Bennett.
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