Piedras en el camino
La elecci¨®n y la posterior instalaci¨®n en el cargo de presidente del Senado de Chile de Jovino Novoa pas¨®, por fin, sin pena, sin incidentes mayores y sin demasiada gloria. Mejor as¨ª. Algunos parlamentarios del oficialismo intentaron desplegar banderitas, otros se retiraron antes, pero algunos, en calidad de honrosas excepciones, se acercaron a darle la mano al presidente reci¨¦n elegido. Eran representantes de antiguas costumbres pol¨ªticas, de viejos h¨¢bitos republicanos. Cualquier persona que haya tomado una taza de t¨¦ en el Senado de nuestra prehistoria, como es mi caso, sabe de qu¨¦ est¨¢ hablando cuando se refiere a nuestras remotas costumbres civilizadas. Si las personas que colaboraron con el r¨¦gimen militar estuvieran impedidas de participar en cargos actuales, tendr¨ªamos una situaci¨®n enteramente an¨®mala: una sociedad dividida en ciudadanos de primera clase y en otros de segunda. Ninguna transici¨®n democr¨¢tica, seguida de un proceso aut¨¦ntico de reconciliaci¨®n, se puede hacer en esta forma.
La elecci¨®n al frente del Senado en Chile de un ex funcionario de la dictadura es indicio de normalizaci¨®n
Si usted est¨¢ condenado por la justicia, no puede optar a cargos p¨²blicos, cualquiera que sea su afiliaci¨®n pol¨ªtica, pero si fue elegido senador en forma leg¨ªtima y despu¨¦s escogido por sus pares para presidir la instituci¨®n, no tiene sentido protestar y rasgarse las vestiduras.
El cargo de presidente del Senado, claro est¨¢, es altamente simb¨®lico, tiene ilustres predecesores y un alto rango protocolar. Pero el hecho de que lo haya alcanzado por breve tiempo un ex funcionario de la dictadura no me parece tan grave. Es un indicio de la normalizaci¨®n de la vida pol¨ªtica chilena, de su no demasiado gloriosa velocidad de crucero.
Todo lo anterior no significa que hubiera votado por Novoa en caso de ser miembro del Senado. No me gustan las fotograf¨ªas del desaparecido brigadier general con sus j¨®venes colaboradores: sus colores sepia, sus rayas de los pantalones tan bien marcadas, sus expresiones de beatitud sumisa. A pesar de mi estimaci¨®n personal por Jovino, habr¨ªa votado por alguna cara nueva, diferente, no contaminada por aquella atm¨®sfera mediocre, confusamente cuartelaria. En resumen, no me escandalizo por lo sucedido, no despliego banderas, pienso que el debate pol¨ªtico del pa¨ªs debe continuar en sus cauces normales, pero, si hubiera dependido de m¨ª, y esto, incluso, por razones simb¨®licas y est¨¦ticas, habr¨ªa preferido una elecci¨®n diferente, m¨¢s orientada al futuro, menos conectada con algunas de las sombras del pasado.
No s¨¦ si esta cuesti¨®n se le pas¨® por la cabeza a alguno de los electores. Si tuvo un segundo de duda, digamos, en el momento de pronunciar su voto en voz alta. Pero la elecci¨®n fue normal, la calidad de senador de Jovino es leg¨ªtima, y tenemos que guardar un poco de compostura c¨ªvica. Alguien, a prop¨®sito de todo esto, mencion¨® el caso de Manuel Fraga en Espa?a. Nos quiso decir que Fraga, ex ministro de Francisco Franco, no habr¨ªa podido ser elegido en su pa¨ªs, en estos tiempos de democracia, a un cargo de tan alta significaci¨®n.
Pues bien, el ejemplo no me convence en absoluto. Manuel Fraga, hasta hace muy poco, era nada menos que presidente de una de las autonom¨ªas regionales m¨¢s importantes, la de Galicia. Ten¨ªa m¨¢s poder efectivo que el que adquiere ahora Jovino con su campanilla y con su mazo para abrir y cerrar las sesiones. Lo que importa de verdad es otra cosa. Lo que importa es que Manuel Fraga, ex colaborador destacado de la dictadura franquista, respet¨® las reglas de la democracia que se instal¨® en su tierra despu¨¦s de la muerte de Franco. Lo serio consiste en aceptar esta conversi¨®n, en seguir una pol¨ªtica de asimilaci¨®n y de integraci¨®n, no una de exclusi¨®n y de menosprecio.
Tener un sentimiento de superioridad moral porque formamos parte de tal bando y no de tal otro me parece un enfoque m¨¢s bien simplista de la vida pol¨ªtica. El problema central de las revoluciones del siglo XX fue una paradoja cruel, inexorable, muy bien analizada desde los m¨¢s diversos ¨¢ngulos, y, sobre todo, desde el ¨¢ngulo interno, doloroso, de la disidencia. Muchas pol¨ªticas aplicadas en nombre del progreso, de la igualdad, de la justicia, pero llevadas a la pr¨¢ctica en forma ideologizada, irreflexiva, fanatizada, produjeron, de hecho, terribles retrocesos sociales, culturales, humanos. La colectivizaci¨®n forzada de la tierra, por ejemplo, en los a?os m¨¢s cruentos del estalinismo, llev¨® a formas indescriptibles de barbarie, a hambrunas donde se practic¨® una antropofagia masiva. Esto no son invenciones, no son productos de la propaganda. La apertura de los archivos de la KGB y del Kremlin de los a?os de Stalin revelan cada d¨ªa datos mayores, m¨¢s escalofriantes. Nuestro Pablo Neruda escribi¨® sus tristemente famosas Odas a Stalin en marzo y abril de 1953, poco despu¨¦s de conocer la muerte del Padre de los Pueblos, en a?os de Guerra Fr¨ªa encarnizada, mal comunicada, desorientadora. En octubre de 1970, en v¨ªsperas de la concesi¨®n del Premio Nobel de Literatura, fue entrevistado en la Embajada en Par¨ªs, para la revista L'Express, por el gran periodista ?douard Bailby. Estuve presente en la sala del segundo piso de la Embajada donde tuvo lugar la conversaci¨®n; puedo dar mi testimonio personal. Por lo dem¨¢s, es f¨¢cil encontrar el texto en los archivos de aquellos meses. Bailby pregunt¨® con insistencia, con conocimientos precisos, sobre los cr¨ªmenes de Stalin y sobre la actitud del poeta militante a ese respecto. En un momento determinado, el poeta y embajador respondi¨®: "Je me suis tromp¨¦" ("Me he equivocado"). En el dichoso, democratizado Chile de ahora, nadie ser¨ªa capaz de contestar como Neruda: ni en el PC, ni en la UDI, ni en el PS, ni en el Juntos Podemos o en el Libres Marchamos, en franc¨¦s, ingl¨¦s, castellano o cualquier idioma, "je me suis tromp¨¦". Nadie se equivoca ni se ha equivocado nunca. Los equivocados siempre son los otros, los de la trinchera opuesta. Estamos rodeados de inquisidores severos, catones criollos, que nunca demostraron ni siquiera un comienzo de inquietud frente a los atropellos a los derechos humanos que se produc¨ªan en los sectores de sus simpat¨ªas, en la Cuba de los Castro, por ejemplo, o en los muy recientes socialismos reales de la mitad del mundo. El clima de acusaci¨®n, de recriminaci¨®n, que se empez¨® a crear en estos d¨ªas a prop¨®sito de la renovaci¨®n de la presidencia del Senado me pareci¨® penoso, y ahora me alegro de que haya sido una nube pasajera, una tempestad en un vaso de agua.
A veces me dicen, o me tratan de decir: y usted, ?qu¨¦ se mete? Me limito a sonre¨ªr, y a veces me encojo de hombros. Fui diplom¨¢tico de carrera, y despu¨¦s de pelearme con Fidel Castro, no me habr¨ªa costado mucho ser embajador del pinochetismo. Pero nunca so?¨¦ con aceptar esa alternativa. Escrib¨ª en Le Monde que despu¨¦s del golpe de 1973 la democracia desaparecer¨ªa de la vida chilena durante largos a?os. A los pocos d¨ªas recib¨ª un decreto supremo que declaraba que no pertenec¨ªa al servicio exterior chileno. Nadie me expulsaba, pero se constataba que "no pertenec¨ªa".
En la pr¨¢ctica, qued¨¦ exiliado de Chile y, a consecuencia de mi testimonio sobre Cuba, exiliado del grueso del exilio chileno. Fue, aunque no lo crean ustedes, una situaci¨®n estupenda, porque me qued¨¦ solo, pero bien acompa?ado, y encontr¨¦ un refugio perfecto en el mundo de la edici¨®n catalana. Ahora, entre muchos otros planes, tengo el de contar esta historia. Ya ven los lectores, y ya pueden tomar nota los criticones agazapados: me sobra tema, ?tengo cuerda para un buen rato!
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