El drag¨®n en la historia
PIEDRA DE TOQUE. Pedro Gonz¨¢lez-Trevijano hace desfilar por su ensayo una larga lista de 'dragohumanos', protagonistas de haza?as grandiosas o de atrocidades indecibles. La pol¨ªtica es su mejor caldo de cultivo
Qu¨¦ es un drag¨®n? Un animal m¨ªtico, enorme y pestilente, de una o varias cabezas, cuerpo de saurio o de serpiente, alas cartilaginosas parecidas a las de los murci¨¦lagos y patas de cocodrilo, que arroja fuego por las fauces y atraviesa las culturas y las ¨¦pocas como encarnaci¨®n de los miedos, pesadillas, malos instintos y fascinaciones malignas de toda ¨ªndole -religiosas, sexuales, fant¨¢sticas- que han asediado a los seres humanos desde la noche de los tiempos. Con variantes, injertos y metamorfosis m¨²ltiples aparece en todas las civilizaciones y ¨¦pocas hist¨®ricas y es un personaje inevitable en el folclore, las leyendas, los mitos y la literatura infantil y fabulosa.
El drag¨®n es una de las encarnaciones m¨¢s espectaculares del mal, aquella vocaci¨®n que inspiran el diablo o la naturaleza retorcida de los humanos de hacer da?o al pr¨®jimo, envilecer y corromper lo existente, afear las conductas y los pensamientos y rendirse de manera abyecta ante la amenaza destructora del poderoso. Al drag¨®n lo inventamos por lo mal que pensamos de nosotros mismos y por eso, ahora en el cine de ciencia-ficci¨®n como antes en la literatura y la pintura, luce siempre lozano y se renueva sin tregua, invulnerable a los siglos que lleva encima.
La lista va de Aquiles a Stalin, Mao y Fidel Castro, pasando por una variopinta serie de h¨¦roes
Los dragones son expresi¨®n de la necesidad de predicar el bien, pero sentirse atra¨ªdo por el mal
Si se lo aboliera de un plumazo, la cultura de Occidente y principalmente sus ficciones literarias, grabados y pinturas sufrir¨ªan una merma tr¨¢gica. Para saberlo, basta con echar un vistazo a la exquisita selecci¨®n de dragones que aparecen en Dragones de la pol¨ªtica, libro en el que Pedro Gonz¨¢lez-Trevijano, mediante una aleaci¨®n de disciplinas que le son caras, la historia y las bellas artes, hace desfilar a una larga colecci¨®n de los que llama dragohumanos, es decir, figuras de conquistadores, guerreros, aventureros, genocidas, superhombres a los que el servilismo y el fanatismo de las masas elevaron en vida a la condici¨®n de dioses y cuyas credenciales son, a menudo, de un lado, haza?as y realizaciones grandiosas y, del otro, sangr¨ªas y atrocidades indecibles.
La lista es abundante y va desde el hom¨¦rico Aquiles, de existencia meramente literaria, a personalidades tan terrestres como las de Iosif Stalin, Mao Tse-Tung y Fidel Castro, pasando por una variopinta serie de h¨¦roes ep¨®nimos de todo color, religi¨®n y cultura, como Alejandro Magno, An¨ªbal, Julio C¨¦sar, Atila, Don Pelayo, el Cid, Ricardo Coraz¨®n de Le¨®n, Gengis Kan, Juana de Arco, el papa Julio II, Hern¨¢n Cort¨¦s, Napole¨®n, Sim¨®n Bol¨ªvar, Hitler y muchos otros. Defendiera causas generosas, como la libertad y la justicia, o abominables, como el racismo, el lucro y la intolerancia religiosa o ideol¨®gica, esta familia tan diversa tiene, sin embargo, un denominador com¨²n: todos ellos deben su fama a las matanzas que perpetraron y padecieron, a las violencias indescriptibles que fueron dejando alrededor a su paso por la historia y el miedo y la veneraci¨®n que inspiraron y que se proyect¨® en las obras literarias y art¨ªsticas con que fueron endiosados, ridiculizados o execrados.
Llamarlos dragohumanos nos permite entender mejor lo que les ha dado a todos ellos ese protagonismo de que gozan, al extremo de ser a menudo la encarnaci¨®n de una ¨¦poca o de un pa¨ªs o de una situaci¨®n hist¨®rica; y tambi¨¦n, descubrir c¨®mo en las exageraciones monstruosas de que est¨¢ constituida la figura del drag¨®n, por debajo de sus descomunales jetas, hediondas cavidades bucales, pezu?as mort¨ªferas y los anillos y protuberancias de sus colas, estamos agazapados nosotros, los seres humanos comunes y corrientes, al igual de aquellos diestros danzarines que, zambullidos dentro de los carnavalescos dragones chinos, los hacen bailar y cimbrearse por las calles al ritmo de los c¨ªmbalos, los tambores y las panderetas para felicidad de los chiquillos.
Es rasgo indeleble de la idiosincrasia del drag¨®n ser, a la vez, majestuoso, imponente y rid¨ªculo, un ser que, al mismo tiempo que aterroriza y repugna, inspira burla y compasi¨®n. En los perfiles que Gonz¨¢lez-Trevijano ha bosquejado de cada uno de los dragohumanos de su libro, estos rasgos contradictorios aparecen como una constante y sirven, mejor que cualquier interpretaci¨®n sociol¨®gica, para medir el escaso o nulo esp¨ªritu cr¨ªtico de esos pueblos que, por cobard¨ªa, esp¨ªritu servil y fanatismo deificaron de tal modo a sus h¨¦roes ep¨®nimos que los tornaron monstruos, seres semidivinos, s¨¢trapas que, como carec¨ªan de frenos y ten¨ªan de antemano garantizada la impunidad para cualquier exceso, cometieron los desafueros y latrocinios m¨¢s espeluznantes sin perder por ello esa suerte de hechizo m¨¢gico que ejerc¨ªan sobre sus pueblos.
Para entender esto cabalmente hay que detenerse largamente en los grabados, cuadros y dibujos que acompa?an a esos textos biogr¨¢ficos. Han sido elegidos con mucho gusto y el lector-espectador se deleita descubriendo la riqu¨ªsima variedad de formas y apariencias con que los artistas de todas las ¨¦pocas han procreado al drag¨®n, y averiguando c¨®mo este divo de la zoolog¨ªa fant¨¢stica ha atizado la fantas¨ªa de pintores, escultores y grabadores hasta dar luz a un verdadero mundo de dragones acaso tan diverso y promiscuo como el conglomerado humano. Pero, todav¨ªa m¨¢s interesante, es advertir que los dragones del arte de una manera misteriosa resultan a menudo representaciones simb¨®licas de las peculiares psicolog¨ªas e idiosincrasias de los dragohumanos, en las que aparecen destacados su histrionismo, su delirio mesi¨¢nico, su crueldad, su hero¨ªsmo, su sensualidad y sus man¨ªas y vicios.
Los surrealistas practicaban una serie de juegos que, como "el cad¨¢ver exquisito" -superposici¨®n de frases en la que quienes jugaban ignoraban la frase inventada por los jugadores que los preced¨ªan en el juego- a la vez que les hac¨ªan pasar un buen rato les deparaban a veces sorprendentes revelaciones sobre su mundo subconsciente. Algo de eso pasa en el curioso y sorprendente ensayo que es Dragones de la pol¨ªtica. Las figuras que acompa?an los textos son a menudo tan informativas como los textos mismos sobre las entra?as psicol¨®gicas y el espectro mental de estos gigantes que crearon y destruyeron imperios, salvaron a sus pa¨ªses de la esclavitud y esclavizaron a otros y, a veces, guiados por el empe?o mani¨¢tico de realizar en vivo y dar carnalidad a una abstracta teor¨ªa, hicieron perecer a millones de seres humanos en hornos crematorios y campos de exterminio.
La Iglesia Cat¨®lica decret¨® hace ya algunos a?os que el drag¨®n m¨¢s famoso de la Edad Media, aqu¨¦l al que San Jorge dio muerte en Libia, luego de haber convertido a todo un pueblo aterroriz¨¢ndolo con la amenaza de echarle encima a la bestia diab¨®lica a la que ten¨ªa sometida, nunca existi¨® y que, al igual que el propio San Jorge, no era m¨¢s que una fantas¨ªa literaria semejante a las de los dragones que pululan por las novelas de caballer¨ªas, y, aquel santo, s¨®lo un prototipo legendario, igual que el Amad¨ªs, Esplandi¨¢n o Trist¨¢n de Leon¨ªs. Sin embargo, la desaparici¨®n teol¨®gica de San Jorge y su drag¨®n no tiene efecto alguno en el plano fabuloso y en el inconsciente colectivo donde ambos se fraguaron. Eso resulta evidente gracias a la lectura, cargada de amena erudici¨®n, de s¨®lida cultura hist¨®rica y art¨ªstica, de Dragones de la pol¨ªtica.
Una de las inesperadas conclusiones de este ensayo es que ning¨²n otro quehacer humano resulta tan propicio para servir de caldo de cultivo al nacimiento y proliferaci¨®n de dragones como la pol¨ªtica, ya que hacia ¨¦l se vuelcan m¨¢s que a ning¨²n otro, esos apetitos destructores que son la codicia de poder, el placer de mandar, de conquistar, de sojuzgar, de dominar al pr¨®jimo y de embriagarse en la ilusi¨®n de alcanzar un estatuto divino. Los dragones son, como los perritos falderos que aparecen en esos lienzos de interiores de los grandes acuarelistas y pintores dieciochescos, entes creados a nuestra imagen y semejanza, expresiones de una necesidad que persigue al ser humano desde los albores de la civilizaci¨®n y que sin duda lo acompa?ar¨¢ hasta el final, la de predicar el bien pero sentirse irresistiblemente atra¨ªdo por el mal, la de vivir en la permanente contradicci¨®n de abjurar del mal pero, vali¨¦ndose de la excusa del arte, llevarlo consigo a todas partes, y convivir con ¨¦l y abrigarlo sin dejar de exorcizarlo. Eso ha producido, en el mundo de la ficci¨®n, ese engendro cuya fealdad es tan extrema que linda ya con cierta forma de belleza, y cuya crueldad no est¨¢ exenta de un sustrato grotesco, pat¨¦tico y risible que la aten¨²a y, dir¨ªamos, hasta la humaniza. Porque no s¨®lo la pol¨ªtica est¨¢ poblada de esos personajes. Tambi¨¦n la vida corriente, aunque en ¨¦sta los dragones no sean tan flagrantes y anden mejor disimulados.
? Mario Vargas Llosa, 2009.
? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario EL PA?S, SL, 2009.
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