Obama y nosotros
Ha sido el propio Barack Obama quien mejor ha descrito el nuevo papel internacional que desea para Estados Unidos: ejercer el liderazgo escuchando a sus aliados, no imponi¨¦ndoles las soluciones. Se trata, sin duda, de un giro radical en la pol¨ªtica seguida por su predecesor en la Casa Blanca, para quien Washington deb¨ªa fijar los objetivos y el resto del mundo aceptarlos o no aceptarlos bajo la impl¨ªcita amenaza del conmigo o contra m¨ª. La esperanza generada por el cambio de actitud que encarna Obama ha hecho que se pierda de vista, sin embargo, su evidente tal¨®n de Aquiles: la disposici¨®n a escuchar de Estados Unidos s¨®lo supondr¨¢ una transformaci¨®n del sombr¨ªo panorama internacional si, en el otro lado, alguien tiene algo que decir.
Los dos mandatos del presidente Bush no s¨®lo dejaron una estela de conflictos en la que a los viejos se le sumaron otros nuevos, sino que, adem¨¢s, deterioraron gravemente el sistema multilateral que pod¨ªa haber contribuido a su soluci¨®n. De ah¨ª la paradoja de que Obama lleve a Estados Unidos de regreso al multilateralismo justo en el momento en que el multilateralismo pasa por horas bajas, v¨ªctima de una pol¨ªtica imperial y de unas coaliciones de voluntarios que arruinaron su prestigio, y en ocasiones su legitimidad, en amplias regiones del mundo. Basta pensar en la imagen de Naciones Unidas en Oriente Pr¨®ximo tras las insensatas iniciativas adoptadas bajo la coartada de la "guerra contra el terror", desde la invasi¨®n de Irak hasta la reciente y mort¨ªfera incursi¨®n israel¨ª en Gaza.
Pero no fue s¨®lo Naciones Unidas la organizaci¨®n que padeci¨® los efectos devastadores de la diplomacia militarista auspiciada por Bush y su entorno neoconservador. Como en un inevitable efecto domin¨®, otras instituciones multilaterales que hab¨ªan contribuido a la estabilidad internacional durante medio siglo, como la Alianza Atl¨¢ntica o la Uni¨®n Europea, salieron maltrechas de los ocho a?os que pretendieron cambiar el mundo por la fuerza de las armas. No es que la situaci¨®n interna de estas instituciones fuera ¨®ptima cuando Bush lleg¨® al poder, pero Bush busc¨® deliberadamente acentuar las dificultades que padec¨ªan. Y uno de los instrumentos que m¨¢s y mejor emple¨® para este fin fueron las relaciones privilegiadas, a las que sucumbieron, entre otros, los Gobiernos del Reino Unido y los pa¨ªses de la "nueva Europa". Tambi¨¦n la Espa?a gobernada por el Partido Popular, que antepuso la relaci¨®n transatl¨¢ntica al resto de los ejes diplom¨¢ticos consolidados desde el inicio de la transici¨®n democr¨¢tica.
Por eso resulta incomprensible que el instrumento de las relaciones privilegiadas con Estados Unidos, el instrumento con el que la diplomacia de Bush pretendi¨® desmontar el sistema multilateral, haya vuelto a aparecer en el horizonte de la pol¨ªtica exterior de Espa?a. Es verdad que, a diferencia de lo que sucedi¨® entonces, ahora se a?ade la coletilla de que las nuevas relaciones privilegiadas se pretenden construir sin deterioro de la solidaridad europea. Pero la coletilla se presenta como lo que es, como una coletilla vac¨ªa de contenido, como una simple cl¨¢usula de estilo, cuando se intenta responder a la pregunta de qu¨¦ puede ganar Estados Unidos recurriendo con Espa?a al mismo instrumento que Bush utiliz¨® para debilitar el sistema multilateral.
Si Estados Unidos se propone ejercer su liderazgo escuchando, la tarea que se impone a los dem¨¢s es, en efecto, tener algo que decir. Para el caso de un pa¨ªs como Espa?a, eso significa potenciar los intereses regionales en los que es un actor de primer orden reintegr¨¢ndolos en el sistema que Bush estuvo a punto de destruir. En otras palabras, eso significa contribuir a que la Uni¨®n Europea salga del marasmo en que se encuentra, como tambi¨¦n las Cumbres Iberoamericanas, las iniciativas mediterr¨¢neas, la Alianza Atl¨¢ntica y las Naciones Unidas. La contribuci¨®n m¨¢s eficaz de Espa?a a la pol¨ªtica internacional de Obama consiste en promover m¨¢s y mejor Europa, m¨¢s y mejor Iberoam¨¦rica, m¨¢s y mejor Mediterr¨¢neo, m¨¢s y mejor Alianza Atl¨¢ntica, m¨¢s y mejores Naciones Unidas. En definitiva, m¨¢s y mejor pol¨ªtica exterior.
Si de ah¨ª se deriva una relaci¨®n privilegiada, estupendo. Pero buscar una relaci¨®n privilegiada a trav¨¦s de enso?aciones y de atajos, algunos tan peregrinos como la afici¨®n al baloncesto o la complexi¨®n f¨ªsica de los l¨ªderes, como si el Examen de ingenios de Huarte de San Juan se hubiera convertido de pronto en un manual de relaciones internacionales, es dar cabida en la esperanzadora nueva coyuntura a los instrumentos m¨¢s desestabilizadores de la coyuntura anterior. Al margen de que los ciudadanos espa?oles se merecen menos spin y m¨¢s explicaciones racionales de la estrategia internacional que el Gobierno se propone llevar a cabo.
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