Leer sin papel
La lectura de textos digitales en pantallas de ordenador, tel¨¦fonos y libros electr¨®nicos ofrece ventajas e inconvenientes respecto al modo tradicional. Modificar¨¢ nuestros h¨¢bitos y su avance parece imparable
Cuando le preguntaron a un especialista cu¨¢l ser¨ªa el futuro del libro contest¨®: "Si por libros entend¨¦is nuestros innumerables cuadernillos de papel impreso, plegado, cosido, encuadernado bajo una cubierta que anuncia el t¨ªtulo de la obra, reconozco francamente que creo que la invenci¨®n de Gutenberg caer¨¢ m¨¢s o menos pr¨®ximamente en desuso como int¨¦rprete de nuestras producciones intelectuales". Terrible predicci¨®n... que fue formulada hace m¨¢s de un siglo, en 1894. Lo que entonces se supon¨ªa que iba a terminar con la lectura en papel era la grabaci¨®n fonogr¨¢fica.
Cien a?os despu¨¦s nunca ha habido m¨¢s libros, pero ahora se anuncia que lo que va a desplazar al papel es la lectura en pantalla: en ordenador, en tel¨¦fonos avanzados o en esos aparatitos llamados lectores de e-books, libros-e o (como acaba de proponer el acad¨¦mico Dar¨ªo Villanueva) portalibros.
Leer es una actividad neurol¨®gicamente complej¨ªsima. Lo hacemos con todo el cuerpo
Hay estudios que describen a lectores de 'web' como "promiscuos, diversos y vol¨¢tiles"
Nadie sabe a ciencia cierta qu¨¦ nos deparar¨¢ el futuro, pero de momento el avance de los textos digitales ha provocado una extraordinaria cantidad de reflexiones y estudios sobre la lectura. Y de ellos podemos concluir que leer en papel es una operaci¨®n muy diferente de la lectura en pantalla: mucho m¨¢s de lo que podr¨ªa parecer.
Y es que leer no es s¨®lo acceder con los ojos al texto. Si as¨ª fuera, lo m¨¢s c¨®modo ser¨ªa un artefacto por el que fueran desfilando las letras (al modo de los textos que corren en las marquesinas), como en el cuento de Isaac Asimov que transcurre en 2157. Su protagonista recuerda: "Hab¨ªa una ¨¦poca en que los cuentos estaban impresos en papel. Era divertid¨ªsimo leer palabras que se quedaban quietas en vez de desplazarse". Es dif¨ªcil que llegue este libro futuro de palabras m¨®viles porque el lector com¨²n no lee letra a letra ni palabra a palabra sino que se administra a bloques, mediante saltos de los ojos, las porciones de texto que va descifrando.
Pero, ?y la tinta electr¨®nica?, ?y esos dispositivos (como el Kindle, el Sony o el iLiad) que presentan p¨¢gina a p¨¢gina de quietas palabras, en condiciones casi perfectas de legibilidad? ?No ser¨¢ lo mismo leer en ellos que leer en un libro o un peri¨®dico de papel? Sorprendentemente, no.
Los ¨²ltimos siglos la lectura ha estado asociada a unos soportes materiales y a una serie de pr¨¢cticas ligadas a ellos. Lo primero de lo que nos informa la obra en papel es de su tama?o: una novela o un manual de 700 p¨¢ginas no encierra las mismas promesas que su equivalente de 150. Cuando las p¨¢ginas que quedan por leer a la derecha del volumen forman un peque?o bloque, sabemos que ese encuentro de los protagonistas ha de ser el ¨²ltimo que presenciemos, o que el autor considera que ya sabemos casi todo respecto a la materia que estudiamos.
Pero los artefactos lectores presentan id¨¦ntica apariencia para obras enormes o diminutas. S¨ª: indican de distintas maneras lo que llevamos le¨ªdo en relaci¨®n a lo que falta, pero eso nos informa de un modo sorprendentemente pobre sobre nuestra relaci¨®n con la obra.
Los lectores electr¨®nicos adem¨¢s aplanan el texto, suprimiendo las distinciones tipogr¨¢ficas y espaciales que lo jerarquizan a los ojos del lector. Hay que se?alar que aqu¨ª radica tambi¨¦n una de sus ventajas, porque permiten aumentar el tama?o de la letra para lectores con problemas de visi¨®n. Pero en productos textualmente complejos como los peri¨®dicos la jerarquizaci¨®n tipogr¨¢fica es vital. El poeta experimental Kenneth Goldsmith cre¨® la obra Day (2003) reescribiendo en un tama?o de letra uniforme la totalidad del ejemplar de diario The New York Times del 1 de septiembre de 2000, incluidos anuncios y cotizaciones de Bolsa. La resultante fue un tomo de 836 p¨¢ginas tama?o folio. ?Un solo ejemplar de un peri¨®dico conten¨ªa tanto texto como un novel¨®n? Sorprendentemente s¨ª, pero sobre el papel la disposici¨®n espacial y los tama?os de letra van diciendo al lector qu¨¦ importancia y uso tiene cada texto: ¨¦ste para lectura, ¨¦ste para hojeo, ¨¦ste s¨®lo para consulta.
Otra cuesti¨®n que rompe con h¨¢bitos culturales s¨®lidamente asentados es el hecho de que dentro del e-book convivan muy distintos libros. En la experiencia com¨²n, un tomo pod¨ªa agrupar diferentes obras siempre y cuando tuvieran algo que ver entre s¨ª, como ocurre en una antolog¨ªa o las comunicaciones de un Congreso. Pero mi e-book contiene un par de novelas de Gald¨®s, otra de Neal Stephenson, los manuales del aparato, distintas selecciones de prensa del d¨ªa, varias traducciones de la Biblia y una extensa convocatoria del BOE.
?Perdemos algo leyendo en pantalla? William Powers, columnista de la revista estadounidense The Nation, llamaba recientemente al papel "el arma secreta de los peri¨®dicos": "La mayor fuerza del papel reside en el hecho de que la mente se asienta en un estado de tranquilidad apaciguada que da lugar a reflexiones m¨¢s acertadas. Ese estado es mucho m¨¢s dif¨ªcil de lograr cuando se lee en formato digital donde la informaci¨®n es infinita y donde existen tantas actividades posibles en cualquier momento".
En efecto: hay estudios que describen a los lectores de p¨¢ginas web, incluso acad¨¦micos, como "promiscuos, diversos y vol¨¢tiles", por su h¨¢bito de "picoteo" de p¨¢ginas, lectura parcial y cambio frecuente de objeto. No es extra?o que surjan programas que, como Readability, despejan el contenido de una p¨¢gina web retirando todo lo que rodea al texto central (propuestas de otras lecturas, anuncios, barras de navegaci¨®n), con el objeto de que el lector se concentre.
El papel, por el contrario, ata al lector a una obra determinada, pero eso no es necesariamente malo. Encerrados en un vag¨®n de ferrocarril con un ¨²nico libro, se nos plantea el reto de proseguir su lectura, aunque sea compleja, mientras que situados ante una proliferaci¨®n de obras podr¨ªamos saltar a otra, y de ella a otra m¨¢s, sin nunca terminar ninguna... El papel tambi¨¦n hace nuestro lo que leemos, a trav¨¦s de subrayados y anotaciones, operaciones imposibles o muy engorrosas sobre textos digitales.
No es extra?o que cambios aparentemente menores en la pr¨¢ctica lectora (como leer en un soporte material o en uno virtual) tengan consecuencias notables. La lectura es una actividad neurol¨®gicamente complej¨ªsima. Una obra reciente de la psic¨®loga Maryanne Wolf, Proust y el calamar, nos recuerda que el acto de lectura no es natural: en ¨¦l confluyen mecanismos cerebrales surgidos evolutivamente con otros fines, y de hecho el aprendizaje de la lectura cambia el cerebro del sujeto que la practica, hasta tal extremo que lo configura de una determinada manera si lee en caracteres alfab¨¦ticos (como el espa?ol) y de otra si lo hace en ideogramas chinos.
Por otra parte, la especialista Anne Mangen nos recuerda "el papel vital de nuestros cuerpos, incluso en una actividad tan aparentemente intelectual como la lectura": leemos con todo el cuerpo, y sobre todo con las manos y los dedos. Y tambi¨¦n sabemos desde el Renacimiento que leemos en el espacio: quien haya preparado una tarea intelectual distribuyendo libros abiertos, obras de consulta y esquemas por la mesa de trabajo sabe lo dif¨ªcil que es organizar y percibir la multiplicidad dentro de una pantalla. El lector como un hom¨²nculo que se asoma por las ventanas de los ojos a la ventana de la pantalla es una construcci¨®n irreal y reduccionista.
Bienvenidos sean los libros electr¨®nicos, que nos permitir¨¢n leer documentos largu¨ªsimos sin imprimirlos, y buscar palabras en sus p¨¢ginas. Bienvenida sea tambi¨¦n la lectura en la pantalla del ordenador, porque en muchos casos constituir¨¢ la ¨²nica opci¨®n para leer obras a las que si no no podr¨ªamos acceder. Pero podemos estar seguros de que esta lectura nunca ser¨¢ "lo mismo" que la que habr¨ªamos llevado a cabo en papel: podr¨¢ ser suficiente para nuestros fines, podr¨¢ ser placentera, pero nunca ser¨¢ igual. Y s¨®lo ahora estamos empezando a descubrir de qu¨¦ maneras.
Jos¨¦ Antonio Mill¨¢n es escritor y coordinador del informe La lectura en Espa?a.
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