Marcharse a pie
1 - Ricardo Sumalavia sali¨® hace unos d¨ªas de su casa de Burdeos dispuesto a hacer unas compras. Era una ma?ana soleada de principios de este abril. Sumalavia parece un buen apodo para alguien que quiera ser orador, conferenciante: suma labia. Le habr¨ªa encantado ese apellido a Ram¨®n G¨®mez de la Serna, estoy seguro. Pero Sumalavia, joven escritor peruano que vive en Burdeos, no quiere ser orador ni conferenciante. Es t¨ªmido y con mucho sentido del humor. Vivi¨® en Corea del Sur y despu¨¦s fue a Burdeos a pasar unos meses y se va quedando ah¨ª desde hace unos a?os. Como voy mucho a Burdeos (tres veces en los ¨²ltimos cuatro meses; no entiendo por qu¨¦ voy tanto), siempre acabo encontr¨¢ndomelo. Cuentista de estilo muy personal, no novela, Que te sea leve la tierra, buen libro sobre b¨²squedas y sobre lo mucho que dependemos de los otros para saber qui¨¦nes somos, aunque nunca, de todos modos, acabamos sabi¨¦ndolo. Sumalavia sali¨® de su casa de Burdeos en la ma?ana soleada y caminaba hacia el bar de la esquina para tomarse un caf¨¦ cuando se le acerc¨® un se?or en zapatillas y con unos bigotes completamente de otra ¨¦poca y le pregunt¨® por d¨®nde se iba a Bayona. El escritor trat¨® de recordar el nombre de alguna calle o avenida con ese nombre, pero el se?or de los bigotes no ten¨ªa cara de preguntar por una calle. "Pero usted va a pie y nosotros estamos en Burdeos, a m¨¢s de 200 kil¨®metros de Bayona", le advirti¨® Sumalavia. "No es problema", respondi¨® el hombre que iba en zapatillas. El peruano le explic¨® entonces c¨®mo salir de la ciudad, y poco despu¨¦s el hombre comenzaba su larga marcha a pie hacia Bayona.A aquella misma hora, llegaba yo en avi¨®n de Air-France a Burdeos, donde deb¨ªa ayudar por la tarde en la ceremonia de presentaci¨®n de Ll¨¢mame Brooklyn, de Eduardo Lago, en su traducci¨®n francesa. El taxista que me vino a buscar result¨® ser coreano, lo que me hizo pensar en Sumalavia, que hab¨ªa vivido en ese pa¨ªs durante tiempo. El coreano era tan charlat¨¢n como entrometido y quiso saber todo sobre m¨ª, quiso saber en qu¨¦ trabajaba, cu¨¢ntos hijos ten¨ªa, cu¨¢l era mi ciudad preferida (Burdeos le dije), si a mi mujer no le molestab si a mi mujer no le molestaba que viajara tanto, etc¨¦tera. "Lo que est¨¢ muy bien es Bayona", acab¨® dici¨¦ndome.
2 - Por la tarde, en la presentaci¨®n de Apelle-moi Brooklyn, apareci¨® Sumalavia y descubrimos que hab¨ªamos llevado vidas paralelas durante la ma?ana. A la hora del coloquio, como es habitual, nadie quer¨ªa preguntar nada. Una se?ora finalmente pidi¨® la palabra. -?Le gusta Goya? -me pregunt¨®.Parece una pregunta normal, pero no lo es. Aceptemos que Goya vivi¨® muchos a?os exiliado en Burdeos y que su casa estaba frente a la de otro exiliado espa?ol ilustre, Morat¨ªn. Un catal¨¢n en Burdeos no puede ignorar que Goya estuvo all¨ª y que a¨²n conservan la casa del pintor, un caser¨®n muy cercano a la gran librer¨ªa Mollat. Pero de eso a tener que opinar acerca de Goya hay un gran trecho, me parece. Gabastou, el traductor del libro de Eduardo Lago, viendo mi estupor e indecisi¨®n -me hab¨ªa quedado con la boca abierta-, contest¨® por m¨ª y dijo que a esa hora de la tarde siempre dejaba de tener cualquier tipo de opini¨®n sobre lo que fuera. No quer¨ªa dar la impresi¨®n de que me hab¨ªa quedado mudo y me acord¨¦ de que, antes de partir por tercera vez en cuatro meses a Burdeos, el amigo Jordi Llovet me hab¨ªa preguntado si a¨²n pod¨ªa verse all¨ª la casa en la que vivi¨® en 1802 el poeta H?lderlin, que hab¨ªa ido a esa ciudad para trabajar de preceptor y un d¨ªa, de improviso, se hab¨ªa marchado de ella a pie. Como siempre que iba a Burdeos ve¨ªa s¨®lo el caser¨®n de Goya, me dio una gran alegr¨ªa saber que hab¨ªa otras casas que ver en esa ciudad. Me acord¨¦ de todo eso y le devolv¨ª la pregunta a la se?ora. -?A usted le gusta H?lderlin? Habr¨ªa querido a?adir que parec¨ªa una costumbre de la ciudad marcharse a pie de ella, pero call¨¦. De inmediato, se levant¨® una mano entre el p¨²blico. Hab¨ªa un se?or de origen alem¨¢n, Dominique Fritsch, que estaba entusiasmado de poder hablarme de H?lderlin en Burdeos y se puso a contar, entre otras cosas, que el poeta no s¨®lo se fue de la ciudad a pie, sino tambi¨¦n lleg¨® a pie y fue en ese viaje cuando por primera vez en su vida vio el mar. Fue a Burdeos para trabajar de preceptor en casa de Meyer, el c¨®nsul de Hamburgo, pero desde el primer momento se mostr¨® algo esquivo y taciturno, tal vez porque apuntaban ya los primeros signos de su locura. Dej¨® escrito un poema, Andenken (Un recuerdo), en el que evocaba su paso por la ciudad y que, si quer¨ªa leer, encontrar¨ªa en la bella edici¨®n que hab¨ªa preparado el poeta bordel¨¦s Jean-Paul Michel para la editorial William Blake and Co.A la ma?ana siguiente, siguiendo las instrucciones de Monsieur Fritsch, vi con Sumalavia, en el centro de la ciudad, la perfectamente bien conservada gran casa del c¨®nsul de Hamburgo en la que vivi¨® H?lderlin. Hoy, el lugar donde residi¨® H?lderlin es una oficina de Air-France, precisamente la compa?¨ªa que me hab¨ªa trasladado hasta all¨ª. In¨²til me pareci¨® buscar alguna huelletas de embarque y las ofertas de vuelos a la Martinica. Est¨¢bamos bromeando con Sumalavia sobre si no se nos aparecer¨ªa un se?or de anticuado bigote pregunt¨¢ndonos c¨®mo ir a pie hasta Bayona cuando una muchacha cruz¨® la calle para preguntarnos si conoc¨ªamos al doctor Goya. Pasado el momento de profunda sorpresa, a Sumalavia se le ocurri¨® que preguntara en el Ayuntamiento, donde ten¨ªan una lista de todos los servicios m¨¦dicos por barrio. "Buena idea, gracias", dijo. Nos despedimos de ella y despu¨¦s me desped¨ª de Sumalavia, porque ten¨ªa que coger mi avi¨®n de vuelta. Cuando miramos atr¨¢s para ver qu¨¦ hac¨ªa la muchacha, vimos con cierto terror que no se hab¨ªa movido ni un cent¨ªmetro de donde la hab¨ªamos dejado.
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