Del desconcierto a la desconfianza
M¨¦xico se muestra encantado con el cambio de EE UU frente al narcotr¨¢fico, pero no est¨¢ dispuesto a aceptar intromisiones en su pol¨ªtica interna
Hay una vieja expresi¨®n muy popular en los pueblos mexicanos m¨¢s golpeados por las mafias del narcotr¨¢fico: "Estos pinches gringos, ?por qu¨¦ ser¨¢n tan mariguanos?". Lo importante no es la traducci¨®n -algo as¨ª como "?por qu¨¦ les gustar¨¢n tanto las drogas a nuestros vecinos del norte?", sino la percepci¨®n del problema que demuestra la frase: todo lo que sufrimos aqu¨ª -las plantaciones ilegales, los carteles del narcotr¨¢fico, la corrupci¨®n pol¨ªtica y policial, los asesinatos entre bandas- est¨¢ provocado por la demanda de droga que llega de Estados Unidos. Esa visi¨®n mexicana de "si no fuera por ellos", tambi¨¦n se traslada a la pol¨ªtica.
Hasta que Barack Obama lleg¨® al poder, el presidente de M¨¦xico, Felipe Calder¨®n -el primero dispuesto a luchar en serio contra los carteles de la droga-, repiti¨® una y otra vez la antigua aspiraci¨®n nunca atendida: que el Gobierno de Estados Unidos se implicara tambi¨¦n en la lucha contra el narcotr¨¢fico combatiendo la venta indiscriminada de armas y el blanqueo de capitales. Aquella petici¨®n nunca encontraba eco. De hecho, hasta el ex presidente Vicente Fox acaba de reconocer que George W. Bush lo estuvo enga?ando durante sus seis a?os de mandato "con palmaditas en la espalda", pero sin tomar ninguna medida eficaz. Ahora se puede decir que por primera vez en la historia, Obama ha cambiado el discurso. Ha dicho: somos parte del problema -consumimos droga, vendemos armas-, y por eso vamos a ayudaros.
Lo m¨¢s curioso es que ese cambio de postura, legitimado por una ofensiva diplom¨¢tica sin precedentes de acercamiento a M¨¦xico, ha pillado desprevenido al actual Gobierno. La rentable pol¨ªtica del agravio se viene abajo cuando "los pinches gringos" se declaran amigos, admiten su responsabilidad de mariguanos y hacen firme prop¨®sito de la enmienda. Obama -por su propia voz y tambi¨¦n a trav¨¦s de Hillary Clinton y de Janet Napolitano- se ha comprometido p¨²blicamente a destinar los fondos y el personal que hagan falta para luchar eficazmente contra el narcotr¨¢fico. Y ha sido entonces cuando, desde M¨¦xico, el desconcierto se ha tornado en desconfianza.
Por una parte, el Gobierno de Calder¨®n se muestra encantado de que Obama se fije en M¨¦xico, pero no tanto con que la nueva Administraci¨®n norteamericana quiera acometer el asunto como si se tratara de un problema de pol¨ªtica interna. Obama tiene presiones en su pa¨ªs para acometer los tres grandes asuntos pendientes con M¨¦xico -tr¨¢fico de drogas, pol¨ªtica migratoria y tratado de libre comercio-, y a su vez Calder¨®n se siente marcado muy de cerca por quienes -desde sus filas pol¨ªticas y desde las ajenas- no parecen dispuestos a aceptar ninguna intromisi¨®n del vecino del norte en la soberan¨ªa nacional. Ni aunque sea a cambio de luchar contra el narcotr¨¢fico.
Lo cierto es que, hasta en la est¨¦tica, la visita de menos de 24 horas de Obama a M¨¦xico no difiri¨® mucho de la que hubiese podido girar a Ohio. El palacio presidencial de Los Pinos fue blanqueado, se pintaron las alcantarillas y hasta se le dio lustre al c¨¦sped. La colonia donde pernoct¨® el poderoso invitado fue tomada por m¨¢s de 6.000 agentes, entre militares y polic¨ªas. Y hasta hubo diputados que se molestaron por haber sido apeados a ¨²ltima hora de la lista de los 100 elegidos que cenaron con el jefe.
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